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Domingo 25 de septiembre de 2016

Por Alexis Romero, profesor de Religión, Colegio SS.CC. Manquehue

Amós 6,1-7; 1 Tim 6,11-16; Lc 16, 19-31

A lo largo del Evangelio podemos darnos cuenta de que Jesús busca diferentes maneras de transmitir sus enseñanzas, puedo destacar de Jesús que mirando la vida cotidiana nos narra una historia, que nos hace reflexionar y replantearnos nuestra vida y la vida de los que la escuchan. En el evangelio de hoy, Jesús quiere invitarnos a mirar la realidad que por ser común, que por observarse con cierta frecuencia, era considerada normal y también nos quiere llevar a los que la escuchen a descubrir los llamados que nos está haciendo Dios hoy en nuestra vida y país.

En la lectura de Lucas, nos pone frente al pobre Lázaro, al rico que puede ser cualquiera, pues este no tiene un nombre y no sabemos nada de él, solo que era rico y nos nombra al Padre Abrahán. Es importante preguntarnos: ¿A quiénes representan estos personajes?; esto nos puede ayudar a descubrir lo esencial de este mensaje para nuestra vida hoy. Abrahán representa al pueblo y el pensamiento de Dios. El rico representa el pensamiento de la época. Lázaro representa a los marginados en tiempo de Jesús y de todos los tiempos.

En el texto, Jesús quiere mostrar las veredas de la vida: Lázaro el marginado por su pobreza, el que se pensaba que no era bendecido por Dios, al que Dios ha olvidado y del otro lado, el rico sin nombre, pero nos los muestra (el texto) sin hacer ningún juicio valórico, solo presenta la vida que ambos tenían. Estos representan los extremos de la sociedad y lo que los separa es la ceguera del que tiene el corazón cerrado al sufrimiento del pobre Lázaro. Jesús no quiere condenar al rico en este relato, lo invita a hacer el bien y a hacer un buen uso de sus riquezas y porque no decirlo de nuestras propias riquezas; lo llama a administrar sus bienes y su esfuerzo debe estar siempre en escuchar el clamor de Lázaro, el clamor del pobre.

Una de las formas de acercarnos al sentido de la buena noticia que nos trae Jesús hoy, en este evangelio, es descubrir al pobre Lázaro que se encuentra a nuestro lado, ese que desde el anonimato nos interpela para que le veamos, para que le escuchemos. Jesús aparece junto a nosotros en la persona del pobre, sentado a nuestro lado, para ayudarnos a llenar la separación que hemos ido construyendo entre los hermanos. Lázaro es también Jesús, el Siervo de Dios, el Mesías pobre, que no fue aceptado, pero con su muerte y resurrección cambió todas las cosas. Jesús en la cruz nos dice que el dolor de los que sufren, él lo conoce y comparte y que con su resurrección sentó al pobre a su lado.

En el texto se nos presentan dos caminos que día a día tenemos que discernir, uno es elegir la seguridad de nuestras propias riquezas y comodidades o el otro, es descubrir nuestra necesidad de sentirnos pobres, misericordiosos, solidarios y de ponernos en el lugar del que sufre. Por más que se piense que nuestra seguridad está en nuestras posesiones y riqueza, en el tener, ello no le significa el amor del creador y Dios no tendrá cabida en nuestras vidas, pues no hemos abierto la puerta al pobre que vive y está a nuestro lado.

“…Jesús, Tú me conoces bien. Dame fuerzas y una mirada espiritual para descubrirte en mis familiares, en mi vecino, en mi colega de trabajo, en todas las personas que me rodean; tanto con las que me llevo bien, como con las que no. Que te vea tanto en el mendigo como en mi patrón, y que pueda transmitirte a ellos. Que mi gran ilusión sea servir y ayudar a mi hermano en todas sus necesidades que me sea posible, para hacer su yugo más leve…”