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Domingo 30 de octubre

Por Cristian Sandoval ss.cc.

El «rico bueno»

En el evangelio de Lucas aparecen tres ricos:

El primero es aquel que después de cosechar busca agrandar sus graneros y descansar, a él Jesús lo llama insensato. El otro es el de la parábola de Lázaro, que “banquetea” todo el día y que no ve al pobre a su puerta.

Zaqueo es el tercero, es diferente, él no proviene de una historia inventada, sino que aparece en el camino de Jesús hacia la Jerusalén, hacia la cruz. Pero la diferencia no está ahí, está en la actitud de búsqueda que está presente, es en el deseo de ver a Jesús, está en la conciencia que este jefe de publicanos tiene sus impedimentos. Es un publicano, un pecador, odiado por la gente, es rico, sin duda fruto de cobros excesivos, de opresión a los más pobres, es pequeño, que no sobresale de los demás. No solo hay una distancia moral, sino también física que lo aleja de Jesús.

Sin embargo esto no lo detiene, sus deseos son más fuertes y venciendo la dificultad de subir al árbol, venciendo lo ridículo de ver a este rico, con ropas lujosas aferrado a una rama como un niño de la calle, logra ponerse al alcance de la vista de Jesús.

Ahí se produce el milagro. Jesús lo ve, lo reconoce, lo acoge y le ordena “debo quedarme en tu casa”.

Esta relación llena de alegría a Zaqueo, lo pone en el camino nuevamente, este acoger la mirada de Jesús lo lleva a descubrir lo que los otros ricos, personajes de las parábolas, no descubrieron. Que nuestra vida no es un simple mirar los propios intereses, no es doblegarse frente a las dificultades. Nuestra vida es un llamado al discipulado, a ponernos al alcance de la mirada de Jesús y dejar que sea él quien nos indique su voluntad.

Vivimos rodeados de invitaciones, muchas de ellas suponen vencer obstáculos, a veces llegamos al encuentro con Dios, en la oración, en el servicio, en la comunidad, con temores, con dificultades. Y muchas veces más volvemos con el corazón lleno de gozo, pues esto que nos parecía una pérdida de tiempo se ha transformado en un encuentro con Jesús que nos transforma la vida.

El gran mérito de Zaqueo no es solo su conversión, su gran mérito fue descubrir que sus deseos son más grandes que sus dificultades. Que Dios lo impulsaba a dejar todo atrás y “fijos los ojos en Jesús” llegar hasta la meta.