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Cuarto domingo de Adviento

Por Beltrán Villegas ss.cc.

Is 7,10-14; Rom 1,1-7; Mt 1,18-24

El Evangelio de Mateo caracteriza con tres rasgos el “surgimiento” de Jesús:

1) Es la culminación de un proceso histórico, evocado por la genealogía situada inmediatamente antes del trozo que acabamos de leer; en virtud de esta genealogía Jesús aparece como descendiente de David (punto de partida de la realeza mesiánica) y de Abraham (punto de partida del pueblo de Dios).

2) Constituye una novedad absoluta, un nuevo comienzo, una nueva creación; y esto se expresa en la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo, al margen de toda “voluntad de hombre” o de toda “fuerza del instinto” (para evocar la fraseología de Jn 1,13).

3) Tiene lugar el cumplimiento de las escrituras (tema también presente en la 2ª Lectura). La promesa de salvación atraviesa todo el AT, a partir de la “promesa primordial” hecha a Abraham: “En tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra”. Esta promesa fundamental va resonando de siglo en siglo, y adquiere formas concretas en función de coyunturas históricas determinadas. Es muy frecuente que esa promesa tropiece con la incredulidad, y que tenga que expresarse de tal manera que incluya una dimensión de amenaza junto con la salvación: Dios tendrá que castigar para poder cumplir su acción salvadora, que, en el fondo, se resume en su presencia con nosotros, su pueblo: “Emmanuel” (“Dios con nosotros”). La casi infinita variedad de las promesas que en el AT concretizan “la Promesa”, es indescifrable mientras uno se quede en el AT: es solo a la luz de lo realmente acontecido cuando Dios quiso hacerse el Dios con nosotros a través de la Encarnación, como cada una de esas promesas revela su contenido profundo. La historia real de Jesús nos da la luz que nos permite comprender todo el AT como una gran Promesa. De aquí la famosa frase de S. Agustín: «El NT está escondido en el AT: el AT está manifiesto en el NT”.

Detengámonos, para terminar, en dos figuras decisivas para el “surgimiento” de Jesús:

– José, figura varonil, generoso, capaz de decisiones difíciles, discreto frente a acontecimientos que lo superan, entregado con plena confianza a la Providencia.

– María, figura femenina que encarna la esperanza cristiana (siempre presente en el 4° domingo de Adviento). Ya hemos tenido ocasión de hablar de la espera de María (y de toda madre) como prototipo de la verdadera esperanza. Señalemos hoy cómo, ante nuestro mundo “grávido” del futuro de Dios (cf. Rom 8, 19-23), debemos combinar la certeza con la responsabilidad y el “cuidado”, que se expresan en la acción por la paz, la solidaridad y la ecología.