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Domingo 21 de enero

Por Matías Valenzuela Damilano ss.cc.

Jo 3,1-5.10; Sal 24,4-5ab.6-7bc.8-9; 1Co 7,29-31; Mc 1,14-20.

El 21 de enero del 2018 que este año es el tercer domingo ordinario tendrá lugar después de la visita del papa Francisco a nuestro querido país, Chile. Yo escribo estas líneas cuando eso aún no ocurre aunque estamos cerca. Por eso me cuesta más escribir una homilía que predicar en una asamblea dominical con todas las personas ahí, porque me resulta mucho más fácil y tiene más sentido para mí cuando la palabra habla a una comunidad en un espacio y tiempos determinados, es decir, ilumina una realidad en su contexto. Es más complejo, para mí, cuando es en abstracto y más aún sin tiempo.

Por eso me propongo pensar incorporando un acontecimiento eclesial, rico en posibilidades y consecuencias, que aún no vivo, pero que al celebrarse la misa dominical correspondiente a estas lecturas ya habrá tenido lugar, la visita del primer papa latinoamericano y del primer papa que hace suyo el nombre de Francisco, el santo que abraza la dama pobreza y que alaba a Dios por toda la creación. Quisiera por lo mismo iniciar esta breve reflexión con una pregunta que de algún modo articulará todo el texto: ¿qué llamada de Dios descubro para mi vida y la de mi comunidad a través de la visita del obispo de Roma a nuestro país?

En la primera lectura nos encontramos con la figura del profeta Jonás a quien Dios encomienda dirigirse a la ciudad de Nínive para conminar a los ciudadanos a que se arrepientan de su mala conducta porque de lo contrario la ciudad será destruida. Jonás es un personaje muy particular en la escritura, porque él quiere escaparse a la llamada de Dios, porque sabe que es misericordioso y que se arrepentirá de su amenaza, por lo que el profeta teme quedar como un hazme reír ante los ninivitas. Tanto se esfuerza por huir al designio de Dios que termina por ser engullido por una ballena, luego de ser arrojado al mar por la tripulación de un barco donde se había refugiado. Finalmente sí cumple la misión encomendada y la población efectivamente se arrepiente y Dios compadecido de ellos no les envía ningún mal. Ante lo cual Jonás enojado increpa a Dios, ya que le cuesta aceptar su misericordia y sobre todo su libertad.

En el evangelio en cambio vemos otra situación, aunque también tiene que ver con una misión y con la respuesta al llamado de Dios. Por un lado está Jesús que al enterarse del encarcelamiento de Juan el Bautista decide emprender su vida pública, dando comienzo a su misión de anunciar que el Reino de Dios está cerca. Jesús reconoce el llamado a la misión en los acontecimientos, se entera de una situación de violencia e inmediatamente percibe que el momento ha llegado, es decir, lee la realidad, atiende a la vida y discierne en ella la voluntad de Dios. En segundo lugar, a diferencia de Jonás, Jesús parte sin tardanza, no teme verse envuelto en una situación que finalmente le sea adversa o disminuya su reputación, no está preocupado por sí mismo, sino por responder a la llamada que ha reconocido. A la vez, el mensaje de Jesús no es una amenaza, el Reino que está llegando no es fuente de temor, sino que es Buena Noticia para los pobres, liberación para los cautivos, salud para los enfermos y la gracia de Dios derramada en todos los corazones que se abran a Él. Por lo cual no es un mensaje que conmueva por las consecuencias negativas sino que inspira por la fuerza y la alegría que provienen de la cercanía del amor.

Todo lo anterior hace que la capacidad de atracción de Jesús sea muy grande y que al convocar a otros a seguirlo para hacer suya la misión que él ha emprendido, le respondan con prontitud. Así, pasando por el lago de Galilea y ver a los jóvenes trabajando en la pesca junto a sus familiares, Juan, Santiago, Pedro y Andrés, les diga vengan conmigo, porque los haré pescadores de hombres y ellos no duden un instante en seguirlo. Cabe pensar en el modo de ser de Jesús, en la fuerza de su mirada, en la luz que brotaba de su corazón, en la convicción de sus palabras, en la franqueza del gesto. Jesús no estaba vendiendo un producto ni endulzaba las consecuencias de su seguimiento, pero ofrecía una motivación para vivir y para entregar la vida que estos hombres jóvenes supieron acoger y abrazar, lo cual cambió sus vidas y la del mundo entero.

Dios sigue llamando, Jesús sigue llamando y lo hace justamente para que caminemos junto con él y a la vez abracemos su misión. Podemos escapar a sus llamadas como lo hizo Jonás o discernir los acontecimientos respondiendo con prontitud como lo hizo Jesús. Sabiendo que la misión a la que Jesús nos llama está llena de sentido, implica la entrega de la vida, disponibilidad y cierta urgencia, porque la vida se juega hoy, aquí y ahora, pero a la vez los que hagan suyo este llamado encontrarán una fuente de felicidad inagotable, porque habrán puesto en el centro de sus vidas el amor.

Así volvemos al inicio, al contexto, a nuestro país y a nuestra Iglesia, hoy; a la visita del Papa y a los acontecimientos que puede estar viviendo cada uno y cada comunidad. Les aseguro que desde ahí nos está hablando el Señor y a la vez nos está ofreciendo la fuerza de su Espíritu para seguirlo y hacer vida el Reino que con él se nos acercó. Escuchemos, especialmente en este tiempo en que el año se inicia y podemos pensar con más calma, sopesando los desafíos que tenemos y el horizonte hacia el cual caminamos, escuchemos atentos y respondamos con prontitud.