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Bautismo del Señor

Por Beltrán Villegas ss.cc.

Is 42,1-4.6-7; Hch 10,34-38; Mc 1,6b-11

El bautizo de Jesús por Juan Bautista: una de las cosas más ciertas históricamente, y que desde el comienzo tendió a ser soslayada por la comunidad cristiana; en todos los relatos aparece solo en función de la venida del Espíritu Santo sobre Jesús y de la voz celestial que lo presenta como el Hijo de Dios, amado y fiel. Pero es importante comprender por qué Jesús, que en tantas cosas de mucha monta toma posturas contrapuestas a las del Bautista, comienza su camino propio adhiriendo pública y ritualmente al movimiento espiritual promovido dentro del judaísmo por Juan. Sin duda, el factor decisivo radica en que lo característico del movimiento de Juan consistía en que él proponía su rito de purificación a todos los israelitas para que reconocieran la necesidad de recibir el perdón y para que mediante él se comprometiesen a un proceso de conversión. Y Jesús tenía una conciencia muy clara de que este llamado universal encontraba acogida sobre todo entre los «pecadores» y no entre los que se consideraban «justos»; lo dirá expresamente más adelante: «Vino Juan y no le creísteis, mientras que los publicanos y prostitutas le creyeron (Mt 21, 31-32).

Es muy claro que Juan concebía la presencia inminente de Dios como Rey, y sobre todo como un Juez severo, ante el cual había que convertirse, mientras que para Jesús lo importante, la señal del tiempo nuevo que estaba despuntando, estaba en ese movimiento de los pecadores que buscan el perdón: para Jesús, el reinado de Dios se hace presente como una oferta gratuita de salvación para todos.

El gesto de Jesús de unirse a la multitud de despreciados es extraordinariamente significativo de la actitud solidaria con que él asumía su ministerio mesiánico propio. Para él, esto era solo el inicio de esa solidaridad total que lo llevaría a morir por los pecadores, muriendo con la muerte reservada a los criminales y en medio de dos de ellos.

Jesús habla de su muerte como del «bautismo en que ha de ser sumergido» (Lc 12, 50), y les pregunta a sus discípulos si están dispuestos a «ser bautizados con el bautismo con que él va a ser bautizado» (Mc 10,38). Será finalmente en la Cruz donde Jesús se manifestará como el Hijo amado de Dios y como el «Siervo fiel» La comprensión del bautismo de Jesús consiste en percibirlo como un gesto de solidaridad, dinámicamente vinculado con el misterio de su muerte, y esta comprensión es real cuando se traduce en nosotros en una actitud, no distante, sino solidaria con «mundo» que necesita salvación.