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Domingo 11 de febrero

Por Beltrán Villegas M. ss.cc.

Lv 13,1-2.44-46; 1 Co 10,31-11,1; Mc 1,40-45

En este evangelio de hoy aparece por primera vez un tema que encontraremos en una media docena de textos en otros lugares de los evangelios: el tema del silencio impuesto por Jesús a los que han sido objeto de una acción milagrosa que los favorecía. Lo más notable en estos relatos, como el de hoy, es la ineficacia de la consigna de silencio impuesta por Jesús: «Pero él (el leproso) apenas salió, comenzó a divulgar lo ocurrido».

Estamos, pues, ante un procedimiento narrativo que quiere subrayar la «fuerza expansiva» que tenían los milagros de Jesús. El no los realizaba «por lucirse», sino para dar paso a la misericordia divina que, a través de su persona se desplegaba a favor de los sufrientes.

Deducimos que Jesús no quería que la reacción de la gente se centrara en su persona, sino en la misericordia y compasión de Dios puestas en movimiento por la fe sencilla de la gente.

Los milagros de Jesús, por así decirlo, no formaban parte de su «programa» de acción, sino que eran el «resultado» del encuentro entre la miseria humana y esa misericordia infinita de Dios que se hacía presente en la persona de Jesús. Podríamos decir, con base en Mc 5,25-34, que la misericordia perdonadora y sanadora de Jesús se desplegaba más allá de los cauces normales de su actuación deliberada. El poder salvador divino de Jesús está siempre disponible cuando alguien toma clara conciencia de necesitarlo vitalmente, sin que por ello uno pueda sentirse con el derecho a exigirlo. Nuestra confianza solo es genuina cuando se basa en la riqueza de la misericordia divina encarnada en Cristo, y no lo es cuando se cree que es un derecho que podríamos exigir como un acreedor a su deudor.

Esta actitud es la que aparece en las palabras del leproso: «Si quieres, puedes dejarme limpio». En el evangelio aparece reprendida una petición concebida en los siguientes términos: «Si tú puedes algo, ten compasión de nosotros» (Mc 9,22). Jesús reprocha aquello de «si puedes», y enfatiza que «todo es posible para el que cree» (9,23).

Jesús sabe que una fe capaz de pedir lo imposible no es fácil, y por eso describe la actitud adecuada con la siguiente fórmula: «Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad» (9,24).