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Domingo 19 de noviembre

Por CPJ Anunciación

El evangelio en semana de elecciones

Pr 31,10-13.19-20; 1ªTes 5,1-6: Mt 25,14-30

Alguien dijo alguna vez que a cada persona se le ha llamado a mostrar un matiz del rostro de Dios que nadie más podrá mostrar nunca, si nos negamos a mostrarla, ese matiz quedará oculto para siempre en la historia.

El evangelio de este domingo continúa con la escena de Jesús enseñando cómo comprender el Reino y cómo es que se pasa a formar parte de él. La semana pasada nos hablaba de diez vírgenes, cinco prudentes y cinco necias que esperaban a un novio en medio de la noche, hoy nos traslada al trabajo campesino y nos muestra como un patrón les encarga sus bienes a sus trabajadores, pues se irá de viaje. El proceder de este patrón de buenas a primeras nos resulta incómodo, y más aún el modo como trata al último de sus empleados, con quien empatizamos espontáneamente. ¿Acaso no era muy sensato guardar lo poco que se tiene, que por lo demás ni siquiera era suyo?, ¿arriesgarlo y perderlo no es motivo más razonable de enfado y castigo que el haber salvaguardado lo confiado por su señor? Pues bien, Jesús nos tiene acostumbrados a que sus palabras siempre son fuente de mayor hondura, y por lo tanto sería superficial quedarnos con la primera impresión. Lo primero a lo que uno podría atender es que en el texto, los destinatarios de estas palabras del Maestro son, primeramente, sus discípulos. Aquellas personas que ya han decidido seguir a Jesús; los que llevan ya tiempo acompañándolo y compartiendo la vida, viéndolo actuar y escuchando su mensaje, por lo tanto, ya han experimentado las implicancias de emprender aquello a lo que Jesús los ha llamado. De este modo la parábola apunta a mostrarle que ellos han recibido mucho en este camino, pero lo fundamental no es solo el regalo sino, sobre todo, el para qué se les ha sido dado. No se trata de una búsqueda de salvación personal basado en algún tipo de mérito o lugar en la sociedad. Los que van tras las huellas del Maestro comienzan a comprender qué significa ese reino por el que el propio Jesús se está jugando la vida. En ningún caso es proteger el lugar que se cree tener por ser parte de la comunidad del Señor (en un símil con el privilegio que las autoridades del templo, tan criticadas por Jesús, creían tener), sino arriesgarlo todo para que todos experimenten la transformación que acontece cuando el padre amoroso reina.

Ahora bien, este riesgo solo puede llevarse a cabo si se confía en quien llama a arriesgarse, reconociendo que precisamente ha sido primero él quien ha empeñado su confianza al poner sus bienes en nuestras manos. Él ha confiado en nosotros y nos invita a ser sus colaboradores. El último de los trabajadores no comprende que el motor de la dinámica a la que se le invita es la confianza, y se mueve desde el miedo que paraliza cualquier acción de entrega. El miedo y el deseo de conservar el propio puesto es tal que no solo no arriesga lo recibido, sino que, como Jesús dice con una elocuente imagen, lo entierra en un agujero en la tierra, de modo que ni siquiera puede usarlo (ponerlo en el banco y recibir intereses). A la hora de adherir a la misión de Jesús y anunciar el evangelio, el miedo es el peor consejero, no solo el miedo a perder lo que se tiene (estatus, privilegios, la propia vida), sino sobre todo el miedo a Dios. La imagen de un Dios que está presto a castigar a quien pierde lo encomendado contradice radicalmente la oferta de Jesús, de vivir en la libertad de arriesgar todo por el Reino, confiados en que son las manos del padre amoroso las que garantizan que toda entrega valdrá la pena, incluso en los momentos en que aparentemente se ha terminado en fracaso, como la cruz.

Mirar la entrega de Jesús, quien se arriesgó primero, ayuda a comprender que hacerse cargo del don recibido es, en definitiva, hacer lo que Jesús hizo y mostrar algo del rostro de ese Dios misericordioso que reina por el amor. Cada ser humano ha recibido el talento de mostrar algo del rostro de Cristo, el Señor ha puesto algo decisivo en nuestras manos. Si nos negamos a hacer fructificar ese regalo, si lo escondemos, algo de Dios quedará oculto por el resto de la historia, y seremos responsables de más de una lágrima y rechinar de dientes.

Durante el último tiempo, pero sobre todo el día de hoy, todos los ojos del país están fijos en los candidatos a la presidencia, personas que declaran su intención de poner todo su esfuerzo y recursos para hacer de Chile un lugar mejor y a quienes en su mayoría, probablemente con razón, solemos mirar con sospecha. Quien salga elegido para este servicio recibirán una bolsa colmada de talentos a multiplicar, y sin lugar a dudas estaremos atentos a ver si acaso se esfuerza en hacerlo fructificar o si prefiere intentar esconderlos bajo la tierra. Sin embargo, es necesario recordar que todos hemos recibido, según nuestras posibilidades, un número de talentos a producir. Para que nuestra sociedad pueda crecer en justicia y equidad, es imperativo que cada uno de sus miembros se sienta responsable de hacer fructificar aquello que han recibido, para el bien de todos y todas.