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Domingo 8 de octubre

Por Luis Reyes Zamora - Coordinador Primer Ciclo Colegio San Damián de Molokai, Valparaíso

Is 5,1-7, Flp 4,6-9; Mt 21,33-43

Como todos los domingos, nuestro Señor nos invita a reflexionar acerca de nuestra vida y de manera especial acerca de nuestra actitud evangélica frente a las acciones concretas de cada día.

En el contexto de la sociedad actual, es muy común olvidarnos de la misión a la, que como cristianos, estamos llamados. La parábola de los labradores malvados nos llama la atención respecto del mensaje de amor que Dios nos envía a cada momento, de las oportunidades que nos propone para hacer “vida” nuestra actitud cristiana.

En un intento explicativo, la viña nos trae a la memoria inmediatamente al pueblo de Israel, que podemos, ser sin ningún problema, nosotros mismos quienes disfrutamos de los frutos que son las bendiciones y privilegios que nos son entregados día a día por el buen Padre Dios, que es el señor de la viña. Por otra parte los “Labradores malvados” representan a aquellos que siendo conocedores de la palabra de Dios, no la viven ni la ponen en práctica, finalmente los siervos son todos los profetas y mensajeros, que enviados por Dios nos hacen notar estas bendiciones que el Señor nos prodiga por misericordia hacia nosotros, sin que exista ningún mérito nuestro, esta actitud misericordiosa se corona con el envío de su hijo, Jesús, quien recibe el mismo tratamiento de los enviados anteriores. Acaba esta parábola señalando que como no hemos sido capaces de recibir este mensaje de salvación, será entregado a otros lo cual queda muy claro cuando en el evangelio de Mateo (Mt.23.37), Jesús señala: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a los polluelos debajo de las alas y no quisiste!”.

Ya en un contexto actual, Dios constantemente nos entrega privilegios maravillosos, así como lo hizo con Israel, como una viña escogida y maravillosa, siendo el privilegio más grande el habernos confiado el Reino de Dios, que es en síntesis la misión más grande de un cristiano. “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt. 28.19-20).

Sin embargo y a pesar de tener conciencia de nuestra misión, es doloroso ver día a día como muchas personas hacen mal uso de los privilegios y bendiciones que nuestro Señor nos entrega muchas veces a través del Señor, de su misericordia recibimos el perdón de los pecados a través de su sangre, la ayuda del Espíritu Santo para llevar adelante nuestra vida y poder concretar la misión que nos ha sido encomendada, gozar de la comunión con Dios y su pueblo, el privilegio de compartir el evangelio en un mundo que cada vez se aleja más de Dios.

Esta parábola es una invitación a reflexionar sobre vuestra propia práctica cristiana, revisar los privilegios que muchas veces no vemos, el poder reconocer a Jesús como único Señor y salvador de nuestra vida para el perdón de nuestros pecados, la realización de una vida plena y podamos dar el fruto que se espera de nosotros.