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Domingo de la Sagrada familia

Por Beltrán Villegas ss.cc.

Ecle 3-3-7.14-17ª; Col 3,12-21; Lc 2,22-40

La Iglesia sitúa la fiesta de la Sagrada Familia en el Domingo más cercano a la Navidad. Como dice con mucha razón Aquilino de Pedro (en la «hojita dominical»), «en esta fiesta celebramos no tanto el modelo que deben mirar todas las familias, sino el misterio de Dios que se encarna, no solo haciéndose hombre, sino también en un sentido más amplio de encarnación, entrando en la realidad humana de la familia».

Y es que, como lo dijo hace varios años el Papa Juan Pablo II la familia es el «hábitat ecológico de la especie humana»; es el lugar donde el ser humano llega a ser persona, es decir, un ser que se define por sus relaciones interpersonales dentro de una comunidad donde se dan derechos y deberes recíprocos.

El «tipo de existencia» futuro se gesta más que en el útero materno, en la convivencia familiar, donde se despliegan las cuatro modalidades básicas del amor humano: la paternidad, la filiación y la fraternidad, basadas en una realidad fisiológica, y la conyugalidad, basada en una libre elección: llamadas, las cuatro, a convertirse en «amistad» cultivada con esfuerzos inteligentes y pacientes.

El «hacerse hombre» del Hijo de Dios no fue, por consiguiente, un evento instantáneo que quedara consumado cuando María acogió el anuncio del ángel, sino que fue un largo proceso en que desempeñaron un papel «formativo» importante María, José y esos «hermanos de Jesús» que eran los parientes cercanos que, por una u otra razón, vivieron bajo el mismo techo y crecieron junto con él.

No se necesitan mayores comentarios para comprender el rol de la familia en el proceso de «hacerse cristiano» un niño: es evidente que no basta el bautismo, sino que es indispensable cierto ambiente que favorezca un «estilo» cristiano en la asimilación y vivencia de los cuatro amores que arriba mencioné, y que permita comprenderlos a la luz del Amor que Dios nos tiene a todos.

Si en la familia no se fomenta la conciencia de que todos tenemos responsabilidad en el clima de egoísmo, de injusticia y de animosidad en que vivimos, y de que todos tenemos necesidad de recibir perdón y de otorgarlo, no habrá un cambio real de nuestra sociedad.

Creo que siempre hay una ocasión propicia para que se desarrolle la dimensión básicamente «doméstica» de la esencia eclesial: esta puede darse en la preparación para el bautismo de un niño, o con ocasión de la primera comunión etc., si cada familia católica se integrara en un grupo de tres o cuatro familias para irse compenetrando del espíritu del evangelio viviendo las mencionadas pastorales como un «tiempo de Gracia», podrían cambiar la fisonomía y la dinámica de nuestra Iglesia, configurándose como «comunión de comunidades» que se construye desde abajo para arriba y no desde arriba para abajo.