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Domingo de Pentecostés

Por Beltrán Villegas ss.cc.

Hch 2,1-11; Rom 8,8-17; Jn 14,15-16.23-26

Un nombre que es una metáfora: Espíritu (Spiritus, pneuma, rûaj) = el viento o el soplo, es decir, un principio invisible de acciones visibles, inexplicables a partir de lo visible. Esa invisibilidad lo hace imprevisible, inasible, incontrolable, trascendente.

Uso metafórico antropológico: la vida misma (morir es ex – pirar: quedar privado del hálito «espíritu» y de toda actividad vital), los trances religiosos, la «inspiración» (artística, científica o relacional).

Uso metafórico teológico: los carismas (1ª Lectura), la vida cristiana como tal (2ª Lectura).

¿Cuándo la vida cristiana es «espiritual», (fruto del Espíritu invisible de Dios)? Cuando ella es «experiencial»; es decir, cuando lo aprendido por la enseñanza religiosa o la catequesis se convierte en algo experimentado. Detrás de este cambio (o de este proceso de crecimiento) está la acción del Espíritu que sigue invisible y no experimentado en sí mismo (como la luz, invisible en sí misma, pero que nos hace visibles las cosas que – indirectamente – nos dan conciencia de la luz que las vuelve visibles). Hay – entre otros – tres ámbitos que se hacen objeto de nuestra experiencia gracias a la acción discreta e invisible del Espíritu:

  1. La justicia de la causa de Cristo, el condenado a la muerte de cruz; porque nos da una «evidencia» de esa justicia, el Espíritu es llamado «Abogado defensor»: al defender a Cristo, defiende nuestra fe (Ev.).
  2. La vigencia de las Palabras y enseñanzas de Cristo; debido a esto es llamado «Espíritu de la Verdad», que nos enseña a recordar con todo su alcance actual lo que Jesús dijo y que se conserva en los evangelios (Ev.).
  3. La realidad de nuestra filiación divina, que nos hace tratar filialmente a Dios y ser conscientes de la herencia que nos hará compartir la gloria de Cristo (2ª Lectura).

El Espíritu y la Evangelización: Los cristianos no podemos cumplir la misión de Evangelizar si no hemos experimentado el Evangelio como «buena y gozosa noticia»: y esto, solo nos lo puede dar el Espíritu Santo que nos hace capaces de dar «testimonio». Una evangelización concebida como «transferencia de información» no es evangelización. Esta solo se lleva a cabo por «el contagio de la experiencia de la fe».

El Dios desconocido: Hay muchos cristianos que se quejan de que el Espíritu Santo no les resulta accesible. Es bueno saber que esto es, en cierto sentido, normal. Así como Jesús no vino a «lucirse» personalmente, sino a revelar al Padre y a servirlo, así también el Espíritu Santo no tiene como misión darse a conocer a sí mismo, sino revelar y servir al Señor Jesús. En la medida en que nuestra relación con Jesús se hace más íntima y experiencial, más activo y presente está en nosotros su Espíritu, que de alguna manera «se esconde» detrás de Jesús, el Hijo de Dios. El Espíritu se nos presenta como objeto de nuestros deseos y anhelos, más que como objeto de experiencia directa, aunque él sea el principio de nuestra experiencia cristiana.