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Domingo de ramos

Por Pablo Fontaine ss.cc.

Cuando participamos en la celebración de los ramos, de nuestras ciudades y campos, nos admira y nos alegra ver esa cantidad de gente que acude como atraída por una fuerza inexplicable. La pequeña procesión que acompañó a Jesús aquel día en Jerusalén parece multiplicarse a través de los siglos.

Lo cual es una invitación para todos nosotros a entrar de buen ánimo a esta fiesta, llevando en nuestro interior algo del entusiasmo de ese pueblo pobre que exclama “bendito el que viene en nombre del Señor”.

Ojalá podamos imaginarnos cuáles serían los sentimientos de Jesús en esa hora. Tal vez de una alegría serena al ver la sencillez de esa gente humilde que sin mucha claridad intuye la llegada de un profeta y más todavía del mismo Mesías.

Puede ser que en Jesús se diera también parte de esa tristeza que lo embargó más tarde en el huerto. Su Pasión comienza y él puede prever que será muy dura, que se concentrará en él toda la persecución sufrida por los profetas, todo el sufrimiento de su pueblo y más allá, el sufrimiento de los pobres de la historia, de los despreciados, de los oprimidos por el poder y la riqueza.

Nos hace bien entrar en estos sentimientos del corazón de Cristo: su amor al Padre, su decisión tal vez ratificada, en esos momentos, de aceptar plenamente la voluntad Dios hasta el extremo, también hasta ser castigado como un delincuente por la autoridad religiosa e imperial de Jerusalén, y hasta verse abandonado por la multitud que hoy lo aclama y negado por sus mismos amigos.

Habrá dicho en su corazón: “Todo lo que tú quieras, Padre, todo por esta humanidad que tú amas, por estos niños que corren a mi lado cantando, por estos hombres y mujeres que anhelan la vida verdadera”

También nosotros iniciemos de verdad la Semana Santa, con toda el alma, con el alma de Jesús, solidarios con él y con la historia de nuestro mundo siempre desgarrado, crucificado por las guerras, las injusticias, los odios y egoísmos.

Así no seremos solo espectadores pasivos. En la liturgia de estos días nos haremos contemporáneos con Jesús que llega a Jerusalén a realizar el acto central de la historia, a dar su vida para que nosotros la tengamos plenamente, y podamos darla a nuestros hermanos.