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Primer domingo de Cuaresma

Por Eduardo Pérez-Cotapos L. ss.cc.

Gn 2,7-9.3,1-7; Rom 5,12-19; Mt 4,1-11

Las tentaciones

Hoy comenzamos el tiempo de Cuaresma, de preparación del corazón para vivir con calidad interior la Pascua de Jesús. En este primer domingo la liturgia nos pone frente a frente con la realidad del mal y del pecado, pidiéndonos que nos atrevamos a preguntarnos respecto de qué está sucediendo en nuestra vida.

La primera lectura nos pone ante la intención creacional de Dios. Dios creó el mundo entero y el ser humano para que viviesen felices y en intimidad con Él. Les dio vida y los colocó en un jardín paradisíaco, en el cual no les faltaba nada. La única restricción era la prohibición de comer el fruto del árbol de la vida, del árbol del bien y del mal. Esta es una imagen para decirnos que el cuidado de la vida creada presupone respetar la intención del creador. Es decir, que no somos nosotros los que establecemos lo bueno y lo malo; sino que viviremos mientras consideremos bueno lo que para Dios, el creador, es el bien, y consideremos malo lo que para Dios es el mal. Estamos de lleno ante el desafío más radical planteado a la libertad humana.

En este momento la serpiente tentadora engaña al ser humano proponiéndole que transgreda la norma divina y coma del árbol de la vida, del árbol de la ciencia del bien y del mal. Que haciéndolo no morirá, sino que por el contrario «se les abrirán los ojos y serán como dioses». Nuestros primeros padres cayeron en la tentación, y se dejaron seducir por la tramposa propuesta. Puestos a establecer por ellos mismos lo bueno y lo malo, quebrando la intención del creador, destruyeron la creación. Se les abrieron los ojos, pero no para ser como dioses sino para sentirse desnudos y avergonzados frente a Dios. Más adelante el texto señala que la misma naturaleza se hizo adversa: el trabajo se hace difícil y estéril, la maternidad se hace sufriente, y son expulsados del paraíso que Dios les había regalado.

Estos relatos cargados de simbología son una narración que describe nuestra realidad humana cotidiana. Frente a ella el evangelio nos narra las tentaciones de Jesús. Y lo hace con una doble finalidad. La primera es decirnos que no nos asustemos de ser tentados; que no nos atemorice y paralice el rostro seductor del mal, sino que aprendamos a luchar contra él. Si Jesús mismo, luego de ser bautizado en el Jordán fue tentado, ¿por qué nos asustamos tanto por la tentación que padecemos? Fue el Espíritu Santo el que condujo a Jesús al desierto para ser tentado, y así calibrar mejor su corazón antes de iniciar la predicación del evangelio. ¿Por qué nos descorazonamos frente a la tentación, sin ver en ella un momento de la gracia de Dios? Las tentaciones no son «pecado», el pecado es aceptar las tentaciones y caer en ellas.

Por otra parte, el relato del evangelio nos muestra a Jesús venciendo las tentaciones y mostrándonos el camino para hacer lo mismo. Jesús vence al seductor apelando a la palabra de Dios, confiando en la promesa de Dios, centrando su vida en el amor del Padre. Las tres citas del Antiguo Testamento puestas en boca de Jesús nos señalan con claridad el camino apropiado para vencer toda tentación: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»; «No tentarás [no pondrás a prueba dudando de él] al Señor tu Dios»; «Adorarás al Señor tu Dios, y a él solo servirás».

Que el Señor nos regale en esta cuaresma un espíritu libre y valeroso para enfrentar el mal presente en nosotros y en nuestro entorno; y nos dé la capacidad de superar el rostro seductor de las tentaciones apoyándonos en Él. Es decir, superando el temor intimidante y paralizante frente a las tentaciones.