Presentaré la figura del P. Esteban en dos partes: las etapas principales de su vida (1) y algunos rasgos de su personalidad humana y cristiana.
Rasgos de su personalidad
Voy a señalar apenas cuatro: dos de su personalidad humana, dos de su vida de fe (sabiendo que no hay separación tajante entre la vida humana y la vida de la fe, porque el creyente es una persona humana).
Humor
El humor del P. Esteban era suave y cariñoso. Se solía derramar en las “semblanzas” cuando había fiesta para celebrar a algún hermano que cumplía años –25, 50, 60 o más– de vida religiosa o de sacerdocio. Pero aparecía también en cartas o en otros escritos. Sólo un botón de muestra.
Al irse de Chile, luego de su visita en 1947, el P. General se ha llevado sin darse cuenta la llave que le dieron de la casa de la Alameda. Cuando se da cuenta, ya está en Perú; desde allá la envía por correo. En una carta el P. Esteban le dice: “Recibí la llave y la cariñosa tarjeta. Por sus méritos queda Ud. definitivamente admitido en el club de los distraídos, pero simplemente como sujeto privado de Voz même active. Espero que siga haciéndose digno de optar al Secretariado o a la Presidencia” (carta del P. Esteban al P. General del 27 de junio de 1947).
Poeta
A mi juicio, el P. Esteban es un gran poeta. Quizá podría haber escrito obras perdurables y reconocidas, si se hubiese dedicado a la tarea literaria. Pero era ante todo religioso y sacerdote. La poesía le brota espontáneamente y, tal como le brota, la entrega, sin pulirla demasiado. A menudo, su prosa es profundamente poética. Al final, voy a leer una de estas prosas. Aquí sólo cito dos breves escritos del P. Esteban en que habla de su poesía.
Frente a la belleza de cuanto Dios ha creado mi palabra siempre me deja descontento. San Agustín decía que la lengua no es suficiente para el corazón. Después de escribir siento deseos de pedir perdón: perdón por no poder dar a entender lo que yo vislumbro; perdón por no llevar todo el fuego necesario para encender el corazón de los demás…
Pero debo reconocer, por otra parte, que soy como los niños: al balbucear, busco las palabras; y estas enseñan los pasos para bajar al misterio de lo que todo ser humano lleva dentro en su interior.
Así no me da fastidio hablar y escribir. Doy gracias a Dios que me permita andar tejiendo hilos entre las cosas y los hombres, y entre los hombres y el Dios vivo que es Amor. (1993)
Yo le agradezco al Señor cada vez que la gente se ríe o se encanta con algo que digo o escribo. Muchas veces me he examinado para saber si en mi gozo hay falta de modestia y humildad. La verdad es que creo que no es orgullo. Yo mismo me sorprendo cuando me toman en serio como poeta… Únicamente se trata de una alegría interior que me hace bien y que me empuja a decir las cosas como vienen, sin mucha elaboración, a la brutanteque. El que usted me comente en su bello escrito, me da risa y contento. Gracias. (Carta a Patricio, del 11 de febrero de 1993)
Pastor
Es impresionante el testimonio que dan 27 feligreses de San Pedro y San Pablo cuando se los llama el año 2010 a ser testigos en el proceso diocesano sobre la vida y las virtudes del P. Esteban, previo al proceso en la Congregación para las causas de los santos del Vaticano, que conduciría a su beatificación oficial. La figura de Esteban pastor que se dibuja en esos testimonios es la de un hombre entregado por entero al servicio de la gente de esas poblaciones, sean o no católicos. Cito algunos de esos testimonios.
En la relación del P. Esteban con las personas sobresalen dos rasgos. El primero es su cercanía: el P. Esteban los visita en sus casas, comparte con ellos, los acompaña.
Él quiso siempre ser asumido y entendido como uno más. Y era uno más, por todos. En el barrio y la comunidad siempre fue muy reconocido y muy amado. Esteban podía entrar en cualquier casa, y ésa era su casa, y en cada familia, y esa familia lo consideraba como si fuera un miembro más de ella.
Él no se vistió del privilegio sacerdotal para tener un trato distinto.
En su forma de vivir era un hombre tremendamente austero. Conocí su casa y su aposento. Era de una sencillez tremenda; vivía como nosotros, que éramos pobres. Él me enseñó algo muy importante, que la sencillez y la pobreza no tiene que ver con la fealdad. Ahí, con muy pocas cosas, el ambiente era muy hermoso. A uno le gustaba estar allí, porque tenía estética: con la madera, con el vidrio, con los vitrales hechos por él, con las plantas, porque era un extraordinario jardinero.
El segundo rasgo que subrayan los testigos es el respeto que muestra el P. Esteban por cada persona, sin distingos.
No me sentía mandado por él; me sentía invitado a hacer cosas junto a él y a sus hermanos. Me sentí siempre invitado a participar. Nunca lo vi imponiéndose a nada ni a nadie. Hubo personas que se retiraron de la parroquia, y él respetó siempre.
Nunca pretendió un privilegio, ni un sitio especial. Nunca dijo: Yo soy aquí el párroco.
Podíamos hablar con él de todo: lo espiritual y material, de lo político, de lo social, de lo económico con plena libertad y respetando las diferencias.
En su acción pastoral la gente destaca su pedagogía para despertar las capacidades de las personas y su llamado a que se organicen.
Nunca nos trató como “pobrecitos”, a nadie. Él nos decía: Ustedes tienen una capacidad, tienen inteligencia y pueden sacar desde sí mismos lo mejor de ustedes para resolver su vida y su destino; deben ser sujeto de sus vidas y no objeto.
El P. Esteban es el milagro de todos. No fue un hombre de santidad solitaria. El gran milagro que hizo él fue el haber construido comunidades con ese fervor, con ese compromiso y con ese espíritu comunitario de ayuda. Cuando vino el Gobierno de la Unidad Popular, de Salvador Allende, se intensificaron esas prácticas de organización social cuando empezaron las dificultades de desabastecimiento, y las dificultades de los sectarismos políticos, las preferencias para los partidos comunistas y socialista. El padre Esteban jugó un papel muy importante de cohesión. En ese momento se preocupó de que la gente no se dividiera por pertenencia a un partido u otro. De hecho, los comunistas de la Población, que eran muchos, todavía le tienen mucho respeto.
Él también nos hizo iniciarnos en la vida política; a los muchachos de la población, hijos de obreros y campesinos nos fue entregando misiones. Nos decía: Me interesa que tú seas un organizador de los jóvenes, que trabajes con tu comunidad, que hagas cosas.
Durante la dictadura se crean comedores infantiles para paliar el hambre de los primeros años:
Y en algún momento esos Comedores se transformaron también en Comedores para adultos, porque llegaban las mamás a buscar a sus hijos, y ellas también comían ahí. Esas madres se organizaron; eso era lo que el P. Esteban quería: no solo entregar comida, sino que la gente se organizara para poder salir adelante.
También el P. Esteban incorpora a la gente a la acción evangelizadora, porque confía en ellos:
Buscó hermanos de nuestra comunidad para que fueran catequistas, como Jesús escogió a los pescadores para que enseñaran a otros.
El P. Esteban une la dimensión religiosa con las dimensiones sociales y materiales de la vida:
Siempre nos dijo: la oración y la espiritualidad no deben dejarse dentro del templo, tienen que tener una acción. Y eso nos fue transformando a nosotros y a toda la parroquia. Había que orar y hacer cosas.
En sus homilías, en la celebración de la eucaristía, en las letras de sus canciones y en el contacto personal, el P. Esteban llega al corazón de las personas:
Cuando celebraba, era distinto. El sacramento era el mismo que celebran todos los sacerdotes, pero la profundidad y el amor que él demostraba en la Eucaristía eran distintos. Y eso nos marcaba a todos, nos impactaba.
Yo le decía: Usted no nos evangeliza, sino que nos inyecta directamente a la vena el Evangelio.
Él nunca hizo nada para sobresalir. Pero el pueblo, nosotros, la gente, veíamos en él como si fuera Jesús caminando por las calles de La Granja. Verlo a él era maravilloso.
El P. Esteban está siempre disponible para el servicio que le pidan, sin discriminar a nadie, y sin condenar:
El P. Esteban estaba las 24 horas del día al servicio de la comunidad. Cuando lo íbamos a buscar, mi señora y yo, para atender a un enfermo o para un moribundo, él dejaba todo. Aunque estuviera almorzando, él decía: El almuerzo puede esperar, vamos adonde me necesita la gente.
Mi padre, por ejemplo, era alcohólico, y pasaba temporadas muy difíciles, y por ende nosotros. Mi madre pasaba noches enteras sin dormir, por el escándalo y la violencia. Entonces mi mamá me decía: anda a buscar al Padre Esteban. Era el último refugio que tenía, y eran las tres de la mañana. Yo iba a la vuelta y le decía, padre Esteban, mi papá está borracho. Y llegaba Esteban a la casa, lo miraba y le decía, Joel anda a acostarte, y mi papá como un cordero se iba a su cama.
Yo me había casado y me había separado, había tenido una nueva pareja y me había vuelto a separar. Yo de esas conversaciones con él quedé más convencido de la verdadera santidad de Esteban, no me condenó.
En cuanto a su concepción de la iglesia, la gente de San Pedro y San Pablo se da cuenta de que, para el P. Esteban, la iglesia somos todos, lo que implica un protagonismo de los laicos, pero también el respeto a la jerarquía y a sus orientaciones:
Decíamos que en la Iglesia parroquial y comunitaria no debía haber jefes, porque todos somos la Iglesia. Don Esteban agregaba: el único Jefe verdadero es Jesucristo.
Recuerdo una anécdota que tuve con un sacerdote. Él me dijo: tengo problemas de vocación, me estoy cuestionando la vocación sacerdotal. Pero finalmente este sacerdote me dijo: He descubierto que esta señora vieja, gorda y fea, que es la Iglesia, es mi madre y yo voy a seguir acá. Después supe que eso le había trasmitido el Padre Esteban.
Impacta asimismo la imagen de Dios que transmite:
Dio a conocer al Padre Dios como el Padre bueno, infinitamente amoroso, no como el que habíamos conocido antes, que me infundía miedo, que me castigaba y que constantemente me amenazaba con el infierno.
Una clave fundamental: para el P. Esteban, Jesús está en cada persona:
Tenía el gran don de convivir con la gente, de asumir al ser humano que tenía al frente, como un igual. Recuerdo que cuando yo estaba con él, […] él estaba dedicado a mí totalmente y que yo era muy importante para él, a pesar de ser un niño de 7 años. Y que me escuchaba como si yo fuera el más importante en ese instante. Y esa misma capacidad yo veía que él la expresaba con todos, con ancianos, obreros, con las dueñas de casa. Era capaz de escuchar y entender los problemas de fondo que los seres humanos vivían. Yo creo que ésa era su gran cualidad, la de ver en el otro a Jesús. Por lo tanto, no podía haber nada más importante. Si usted estaba frente a él, era la persona más importante, porque era Jesucristo quien estaba frente a él.
El Consejo de animación pastoral de la parroquia San Pedro y San Pablo invita al P. Esteban a la celebración parroquial del 29 de junio de 1988, cuando el P. Esteban es párroco en La Unión. En su respuesta hace recuerdos de sus primeros años en San Pedro y San Pablo.
Muchas veces me he sentido confundido cuando en esos barrios la gente me ha dado las gracias con verdadero cariño. Por dentro generalmente yo me he dicho: “soy yo el que te doy las gracias. Tú me traes a Cristo que se asoma por tus ojos bondadosos, o me traes a Cristo en su pobreza o en su dolorosa pasión”. Muchas veces también he sentido con cierta vergüenza la injusticia bondadosa que hay en atribuirnos tanta importancia a nosotros los sacerdotes, cuando los verdaderos pioneros de la Iglesia son más bien ustedes, no solos, con nosotros y con nuestros Obispos. Mientras más pasan los años (ya cuento con 74) más se arraiga en mí la convicción de que lo importante está en el “con”: uno “con” otro nos vamos hermanando en Cristo y así vamos siendo comunidades “con” Cristo, “con” todos los demás hombres. Hay que creer que el nacimiento de una sociedad nueva tiene que ir haciéndose como el pan, con muchos granos de trigo, amasados unos con otros. No importa que sean pequeñas y pobres las comunidades que van naciendo en nuestros rincones: nosotros creemos que son semillas y están brotando, ganándole terreno al egoísmo poderoso de los “sin” compasión, “sin” justicia, “sin respeto al pobre” … No es cuestión de arrancar la mala hierba mezclada con el trigo; es cuestión de ganarle todo el terreno: ¡que el “con” se la gane al “sin”!
Disponibilidad
Un grupo de estudiantes de la congregación le pide un aporte sobre el ser religioso presbítero de los SSCC. El P. Esteban está en La Unión y les envía una carta (sin fecha, pero, por datos de la misma carta, es entre 1988 y 1990). Cuenta primero algo de su vida religiosa y de fe y luego destaca los valores que ha ido descubriendo y asumiendo. El primero es la disponibilidad:
Disponibilidad y obediencia al Señor. Yo creo que este valor ha sido y es muy central en mi vida: la casa, el tipo de trabajo, la comunidad como conjunto de esas personas, las responsabilidades pastorales, la gente a quien me ha tocado servir, todo eso es el lugar de encuentro con Dios. Es aquí, en esta presencia, donde me es dado por Dios mismo vivir mi vida al servicio de Jesús y su Evangelio.
Este simple acto de fe habitual me da una mirada, que me atrevo a decir “contemplativa” de lo que es el campo de Dios para mí. Esta mirada (con altos y bajos de infidelidades) me crea una actitud interior que podría describir como una especie de conciencia habitual de que lo único inconmovible es Jesucristo y de que lo que se me pide es hacerle confianza, aquí, hoy. Me da la oportunidad de dejar en las manos de Jesucristo mi persona y mis tareas. Me da paz. Me hace pacífico.
En un cuaderno personal anota una reflexión durante un retiro, cuya fecha no logramos determinar:
Pedí al Espíritu me hiciera reconocer los anhelos que atraviesan mi vida. Desde niño, mis anhelos ingenuos de ser de Jesús, de pureza, de verme libre del pecado del mundo. Descubro tanta gracia de preservación. Novicio y estudiante, tanto anhelo de ser orante, mezclado de narcisismo: error de tomar la oración como fin […], pero, de todas maneras, por debajo de todo, el anhelo de amistad con Jesús y el reconocimiento de su misericordia. El paso que significó la inserción entre los pobres y una perspectiva más ancha. Ahora, mis anhelos son menos ardientes, pero están vivos: deseo de desear el encuentro definitivo. […] Me sorprendo distraído y vuelvo a concentrarme. Ahora descubro el gran anhelo de ser disponible a Dios. Veo que marca mi vida. Estar a su disposición es lo que me parece ser el estilo del paso del Espíritu Santo en mí. Eso es lo que quiero y anhelo y es el secreto de mi paz. Hago un rato de silencio y me despido del Señor.
Termino con una oración de Esteban, que él tituló “La Fiesta”:
No hay duda de que el Padre está organizando una fiesta; ¡y esa fiesta es para mí! Él la desea tan especial como jamás se había hecho antes; porque siempre le oí decir que cada hijo es único, fuera de serie.
Me envió un breve recado: “Es para ti, hijo… Por favor no dejes de venir”.
La alegría de mi Padre es inmensa, lo veo asomarse por aquí y por allá, preocupado del más mínimo detalle. Goza escogiendo lo que sueña para mí. Desde la eternidad, los preparativos ya son parte de la fiesta.
Pero yo vacilaba en aceptar su invitación. Decía para mis adentros: “No merezco una fiesta, mis ropas están sucias, mis pies están desnudos. No tengo con qué comprar un regalo digno de mi Padre”.
Si no voy, ¿qué pasará con la alegría de mi Padre? Él me espera a mí. Sin mí, no hay fiesta Si espero a lavar mis vestidos y secarlos al sol; si espero a salir de compras para tener zapatos nuevos; si espero a conseguir un trabajo para ganar lo suficiente y poder comprar un regalo, para entonces ya habrá terminado el día. Habré rechazado la fiesta preparada para mí por las propias manos de mi Padre.
Ahora me doy cuenta de que yo estaba más preocupado de mi propia indigencia que de la alegría del Padre. No podía comprender la profundidad de la gratuita alegría de Dios. Es tan simple: Él me ama en su propia infinidad, sin dimensiones; me ama por mí y como soy. Él mismo me hace responsable de su alegría. No me invita por mi ropa ni por mis zapatos, ni por mi correcto regalo de niño bien cumplido. Simplemente me ama como aman los papás y las mamás.
Cuando me vio llegar, descargó sobre mí toda su alegría. Lo miré tan contento que se callaron todos mis discursos. A él no le importaba contaminarse con mi ropa sin lavar. Su abrazo me revestía de todo bien. Me pareció que, en su presencia, hasta era mejor caminar descalzo y no llevar ninguna póliza de seguro, ninguna otra virtud que la confianza en su amor.
Comenzó la fiesta y Dios me dijo: “Mira, te he liberado de tus pecados y te voy a vestir con mi propio traje de fiesta…”. Entonces, pusieron sobre mi cabeza una corona que yo no había comprado, lavaron mis ropas en la sangre del Cordero, me bañaron con agua de fuente viva, y comenzó la fiesta que no ha de terminar.