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Ante la carta del papa a los obispos de Chile

«…Creo que es bueno que el Cardenal Ezzati pida hacer efectiva a la brevedad su renuncia al Arzobispado de Santiago, y que el Cardenal Errázuriz deje el Grupo Asesor del Papa G-9. Parte de sus actuaciones relacionadas con el caso Karadima han sido cuestionadas y no tiene sentido, a estas alturas, tener un rol relevante en la conducción de una Iglesia que tiene que hacer un camino para sanar heridas y restablecer la comunión», dice Sergio Pérez de Arce reaccionando a la carta de Francisco al episcopado chileno.

Por Sergio Pérez de Arce ss.cc.

TRES COSAS son las que más valoro de la carta del Papa (citas en comillas son de la carta):

  • El reconocimiento del dolor de las víctimas y la valoración positiva que se hace de sus testimonios.

Muchas veces se ha dudado de la veracidad de las experiencias traumáticas que las víctimas relataban, o se ha puesto una sospecha sobre la intención que tenían al hacer sus denuncias. Que el Papa hable del “dolor de tantas víctimas de graves abusos de conciencia y de poder y, en particular, de los abusos sexuales” y reconozca la “honestidad, valentía y sentido de Iglesia” de quienes dieron su testimonio, así como de su “madurez, respeto y amabilidad que sobrecogían”, ya es una suerte de primera rehabilitación de quienes han sido tantas veces descalificados.

Francisco es explícito en dar veracidad a lo que las víctimas han narrado: “creo poder afirmar que todos los testimonios recogidos (…) hablan en modo descarnado, sin aditivos ni edulcorantes, de muchas vidas crucificadas y les confieso que ello me causa dolor y vergüenza”.

  • El reconocimiento del propio Papa de que se equivocó gravemente en la valoración y percepción de la situación. Habla bien de él, y alivia el dolor y desconcierto que nos causaba ver a un Papa tan querido, tratando de tan mal modo una situación especialmente dolorosa para la Iglesia chilena.
  • El deseo de aprender de esta situación y tomar medidas para “reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia”.

Los dos puntos anteriores serían insuficientes si no surgen modos nuevos de abordar estas situaciones en la Iglesia y si no hay decisiones de reparación. El Papa espera que surjan medidas “a corto, medio y largo plazo”, que puedan “traducir en hechos concretos” lo que se reflexione y discierna. Nos quedamos aguardando con esperanza lo que pueda surgir de este doloroso proceso.

UN ASPECTO me suscita cierta inquietud:

Que el Papa llame a colaborar y asistirlo en el discernimiento de las medidas a tomar, a los obispos chilenos. Lo digo porque el episcopado en su conjunto, de alguna manera, ha estado cuestionado por el modo en que ha abordado las situaciones de abusos. Más de alguno podría criticar que se llama a colaborar a los mismos que hasta ahora no han estado a la altura, más aún si dentro del grupo de obispos hay algunos especialmente cuestionados.

Confío, sin embargo, en la conducción del Papa, en los aportes de la investigación del arzobispo Scicluna y el padre Bertomeu, y en el valor de un discernimiento compartido que tome en serio la crisis de la Iglesia que los propios obispos palpan y viven cada día. En este proceso que hemos vivido, los obispos (al menos el Comité Permanente) habían aportado antecedentes que, de haber sido escuchados antes en el Vaticano, habrían ayudado a abordar antes la crisis que estamos viviendo. Ahora espero que puedan aportar una mirada todavía más madura y con el sentido de urgencia que la situación requiere.

MIRANDO LO QUE VIENE:

Ayudaría al discernimiento de las medidas que hay que tomar, el que algunos obispos den un paso al lado, es decir, dejen de ser obispos titulares a cargo de iglesias locales. Por de pronto, Juan Barros, cuya permanencia en Osorno es insostenible. Pero también los otros obispos que fueron parte de la Unión Sacerdotal conducida por Fernando Karadima. No puedo aseverar que hayan cometido ilícitos, no lo sé, pero el impacto dañino de los abusos de Karadima y del movimiento que se generó en torno a él ha sido de tal magnitud, que veo difícil que se pueda “restablecer la comunión eclesial en Chile, con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia”, permaneciendo ellos en sus cargos. El amor a la Iglesia y a su misión, que sé que en ellos es sincero, puede conducirlos a servirla humildemente en otro lugar, no desde la primera línea de responsabilidad.

Por los mismos motivos anteriores, creo que es bueno que el Cardenal Ezzati pida hacer efectiva a la brevedad su renuncia al Arzobispado de Santiago, y que el Cardenal Errázuriz deje el Grupo Asesor del Papa G-9. Parte de sus actuaciones relacionadas con el caso Karadima han sido cuestionadas y no tiene sentido, a estas alturas, tener un rol relevante en la conducción de una Iglesia que tiene que hacer un camino para sanar heridas y restablecer la comunión.

Más necesario todavía, y creo que es un clamor mayoritario, es el cambio del nuncio en Chile. Mons. Scapolo lleva casi 7 años en el país, más que la mayoría de los anteriores nuncios, y no ha sido ni será la persona con la sensibilidad y las habilidades para apoyar a una Iglesia en crisis como la chilena. Si el Papa se queja en su carta de “falta de información veraz y equilibrada” para valorar la situación chilena, parece evidente que una responsabilidad en esto la tiene Scapolo.

En otro orden de medidas, creo que hay que hacer más caso al trabajo del Consejo Nacional de Prevención contra los abusos, de la CECH, y a los aportes de otros organismos que, preferentemente desde el mundo laical, nos pueden ayudar a transitar por la difícil y esperanzadora senda de restablecer la confianza en la Iglesia.