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Desde una estatua, a la cruz

Por René Cabezón
Superior Provincial SS.CC.

“Amo a la Iglesia convaleciente…”
(Esteban Gumucio)

¡Es el tiempo de los laicos, qué duda cabe!

Es el tiempo de la verdad y de la justicia. 

También es el tiempo de refrescar la memoria y de arrodillarnos ante los pecados de ayer, escándalos y vergüenzas de hoy.

Es el tiempo de las víctimas y de la reparación.

Pero también junto con toda esta luz sobre nuestro pecado personal, social e institucional, es también el tiempo de los pecadores y la misericordia con ellos. De las personas implicadas en estos delitos y horribles transgresiones.

Ver las imágenes de la remoción de la estatua de Renato Poblete, me generó esa misma remoción por dentro. Más allá de un homenaje menos a un hombre, veo en ese acto reparatorio, un signo social potente. Basta de hacernos imágenes de hombres o mujeres de carne y hueso que admirábamos y poco o nada imitábamos. Esta caída de una imagen o de un santo, -se dice- tiene más que ver con cada uno de nosotros que con el otro, y revela la manera de vivir la fe o lo social. Necesitamos héroes, santos, o villanos o enemigos.

Creo que es el tiempo de la santidad anónima, sin estatuas, sin falsos ídolos que levantemos.

Es el tiempo de madurar nuestras pertenencias y admiraciones, con los pies en la tierra. Es el tiempo de acabar con la ingenuidad y miradas puritanas que poco tiene de real y mucho de ilusorio. Si no iremos de tumbo en tumbo. 

El evangelio nos debe recordar una y otra vez, la Buena y única noticia en la persona de Jesús que no defrauda ni desilusiona; recordemos a Pedro que lo negó, a Pablo, que lo persiguió, a Tomás que no creyó, a Judas que lo traicionó…

Es el tiempo de seguir a Jesús. Ese ultrajado y colgado en el madero que también es luz desde la fragilidad vulnerada, desde la pequeñez y el fracaso aparente. Por eso la cruz es el signo por excelencia. Nos recuerda que el heroísmo y santidad solo la da Dios y no precisamente desde una estatua.