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Homilía para los votos Perpetuos

Queridos hermanos Rafael y Atilio:

Acabamos de terminar la segunda sesión larga de nuestro XIX° Capítulo Provincial, donde estamos discerniendo la voluntad de Dios para nuestra Provincia en los próximos años. Han sido días intensos, también duros por la toma conciencia de la crisis eclesial que nos toca e implica de igual manera.

Una de los desafíos que vemos como religiosos ss.cc. hoy, es cómo afianzar ese hombre interior o esa hondura en Dios, para poder rezar: “Que nada te turbe ni nada te espante… solo Dios basta”. ¡Qué remecedora es esta afirmación, atribuida a una gran mujer, Teresa de Ávila!

Como en ella, a uds. la “fe-regalo” los ha hecho caminar, y los ha sostenido en la vida religiosa. Esta vida religiosa concreta, encarnada, como la vida de Jesús que desconcertaba: “¿No es este el carpintero, el hijo de María?”, y que enseña en sábado, en la sinagoga, y la multitud escuchaba asombrada a este paisano. ¿Por qué? Por vivir como uno de ellos. Esta actitud  encarnada de Jesús de Nazaret era un obstáculo para acogerlo y seguirlo. ¡Esos son los riesgos de toda encarnación verdadera!

Hoy, Rafael y Atilio, están ante Dios, los hermanos, los familiares, y una porción del pueblo de Dios, representado en estos rostros venidos del norte, del sur, y de otros lugares, que los acompañan con fe, emoción y alegría, en esta profesión de sus votos religiosos perpetuos en nuestra familia religiosa.

Les recuerdo lo que todos los creyentes hemos escuchado tantas veces: que la fe es un regalo, pero a la vez, se debe cultivar… y cuidar.

Se afirma que el tiempo de crisis es un tiempo de oportunidades, un Kairós (tiempo de Dios). Sin duda, puede ser una oportunidad para “acrisolar” nuestra fe, es decir, purificarla. Ustedes, Rafael y Atilio, como muchos de los que estamos aquí, estamos en esa tarea permanente.

Purificar la fe. Que sea la fe en Jesús de Nazaret, su Evangelio, Buena Noticia, en el proyecto del Reino de Dios Padre Misericordioso. Eso implica dejar de lado la fe en “imágenes de Dios” que no son Buena Nueva, sino imágenes de un “dios” intolerante, aferrados al poder, al prestigio o a la fama. Eso nos ha llevado a tanto orgullo, al sentirnos superiores y mejores; en definitiva, purificar mi respuesta o llamada para evitar estar disfrazando mi narcisismo encubierto de santidad; donde “dios” soy yo y mis opciones. Cada vez que Jesús y las circunstancias develan estas falsedades, entramos en crisis, pero estas pueden ser salvadoras. Estamos llamados a una verdadera fidelidad. Eso nos remarcan con sus votos perpetuos. Este “llamado a la santidad”  que es un  llamado a vivir “en la coherencia y desde la humildad”,  es para todos: laicos, diáconos, sacerdotes, religiosos y religiosas.

Si miramos el Nuevo Testamento, y de modo especial el Evangelio,  aparecerá un sinfín de crisis que nos dan pistas.

* La crisis de la idea de Mesías que subyacía en la mentalidad de la época y de los discípulos, siendo el más reaccionario a esta nueva concepción que nos propone Jesús, Judas Iscariote, que lo lleva a la traición.

* Las crisis de Pedro, este hombre frágil que está siempre movido por el miedo, la cobardía, la dureza de cabeza. Por eso se hunde en las aguas, saca la espalda, no entiende, ante el lavado de los pies, pide que lo lave entero, … El pobre pasaba de crisis en crisis. Y él era la piedra sobre la que Jesús construye su Iglesia, pero no nos perdamos, Jesús siguió siendo “la piedra angular”, ayer y hoy, y no los “Pedros”.

* La crisis en los discípulos de Emaús al creer que Jesús ya no resucitó al tercer día, y van por el camino de regreso decepcionados de lo vivido en Jerusalén.

* La crisis de Jesús en el huerto de los olivos y colgado en la Cruz donde clama y reclama ayuda a Dios Padre.

* La crisis de la comunidad después de la muerte de Jesús, que se nos recuerda en el episodio de Pentecostés. Los seguidores de Jesús estaban escondidos por miedo hasta la venida del Espíritu que los llena de valor y fuerza misionera.

* La crisis ante sus familiares y vecinos que solo lo veían como el “carpintero y el hijo de María”. Es decir, “ninguneado” por los entendidos de la religión, el pueblo y algunos familiares.

Una vez más hemos constatado que las crisis nos regalan preguntas, más que respuestas, y la posibilidad de crecer más que de estancarnos. Nos desafían e interpelan a sacar lo mejor de cada uno en difíciles circunstancias.

La frase escogida por uds.  de un Jesús como el carpintero, el hijo de una joven mujer, María, habitante de un pequeño pueblo llamado Nazaret nos da luces para este tiempo de crisis. Podríamos decir, aplicando esta mirada a nuestra crisis eclesial, que estamos llamados a asumir nuestra precariedad con honestidad, y a asumir nuestra debilidad, nuestra verdad siempre. Debemos crecer en conciencia de que somos llamados y elegidos de en medio del pueblo fiel, pueblo con riquezas y debilidades; con las limitaciones de nuestra propia humanidad. Por eso San Pablo nos recuerda que llevamos este tesoro de la fe y del discipulado de Jesús en vasijas de barro. ¡No lo olviden nunca Atilio y Rafael! ¡No se la crean! Por puro amor gratuito están aquí, y, ¡estamos aquí!

* La crisis debe ser y lo está siendo, una escuela de humanidad para la vida religiosa, escuela de humildad. Estos términos nos evocan al “humus”, esa tierra fértil que da fruto, pero, si y solo si, se riega y cuida.

* La crisis es la ocasión para redoblar nuestra fe en Dios-Pastor que no solo “nos lleva a reposar a verdes praderas”, como dice el salmo 22 que escogieron, sino que nos acompaña “en las oscuras quebradas”. Esa es la tarea del Pastor representado en el Cayado o bastón, el que cuida y acompaña a sus ovejas. Este pastor, descrito en el Evangelio escogido, simboliza un pastor humilde y despojado de poder; invitado a estar sin dinero, sin alforja, sin pan, con un solo par de sandalia y su túnica.

Rafael y Atilio, y todos los ministros de la Iglesia, estamos llamados a cuidarnos de este ídolo del poder y del éxito. Están llamados a no creer que con Uds. será todo distinto y mejor, porque solo se lo proponen. ¡No!, si piensan así, queridos hermanos, están muy cerca del fracaso.  Les recuerdo y les pido -me lo pido- que al rezar el Padre Nuestro, no dejen pasar a la rápida esa suplica del corazón de Jesús: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”.

* Ese modo de ser realista con nuestras limitaciones humanas, nos presentan un horizonte de posibilidades que debemos asumir, lo que podemos y no podemos.  Donde será el Señor quien “secará nuestras lágrimas de los ojos”, lágrimas y llantos frente a tanta incoherencia nuestra, y de los demás. Desde esta realidad espiritual del discipulado humilde, posibilitaremos el ser testigos y promotores de “un cielo y tierra nueva”.

* Ayúdennos a renovar la fe en esta utopía del Reino de Dios que queremos develar en medio de este mundo, movidos por el Espíritu de Dios.  Sus votos son un porfiado gesto en esta dirección y señal del Amor de Dios para esta familia religiosa y la Iglesia toda.  Amén.

Santiago, 24 de agosto de 2019