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Beato Eustaquio van Lieshout ss.cc.

Por Alberto Toutin ss.cc.

Sanación de heridas, reconciliación de corazones, anuncio del amor salvador, ministerio de reparación. Tenemos en la Congregación un hermano que ha vivido todo eso de manera especialmente intensa y luminosa: el beato Eustaquio van Lieshout.

Eustaquio nació en Aarle-Rixtel (Países Bajos) el 3
de noviembre de 1890. Fue bautizado con el
nombre de Humberto. Entró en la Congregación
motivado fuertemente por la figura de Damián De
Veuster. Tomó el nombre de Eustaquio al comenzar
el noviciado en Tremeloo (lugar de nacimiento de
Damián, en Bélgica). Profesó en 1915. Ordenado
presbítero el 10 de agosto de 1919, ejerció el ministerio en su propio país durante cinco años. En 1925 llegó a Brasil, donde trabajó como misionero durante dieciocho años: diez en Agua Suja (1925-1935), seis en Poá (1935-1941); luego, en los dos últimos años de su vida, breves estancias en una serie de casas de la Congregación: Río de Janeiro, Fazenda de San José de Río Claro, Patrocinio, Ibiá y, por último, en Belo Horizonte como párroco de Santo Domingo donde murió el 30 de agosto de 1943, con 53 años de edad. El 15 de junio de 2006 fue beatificado en Belo Horizonte. La fecha de su muerte, el 30 de agosto, es el día de su memoria litúrgica.

«Salud y paz«, era el saludo de Eustaquio, con el que resumía su vocación y su manera de servir a las personas en nombre de la fe. Multitudes acudían a él buscando consuelo, consejo y curación de sus males. Eustaquio mismo explica el ideal que estimula su vida sacerdotal y religiosa, en una carta dirigida a monseñor José Gaspar el 24 de junio de 1941:

«Felizmente, nunca me di reposo a mí mismo cuando se trataba de aliviar los sufrimientos del prójimo y de arrancar de este mundo, en cuanto me era posible, el mal que pone obstáculos a la felicidad en esta vida terrena o en la vida eterna; todavía hoy me veo empujado por todos lados a ayudar a la humanidad en mi condición de sacerdote, que por sus bendiciones se ve como instrumento de la Divina Providencia para aliviar los dolores del prójimo. Pero, como en todo, lo material es sólo el camino para lo espiritual; las curaciones corporales que vemos son sólo medios para obtener una segunda curación mucho más importante: la curación del alma; y no solamente del alma de aquellos que obtuvieron la curación, sino de cientos y cientos que fueron testigos de aquello y cuya alma o estaba en una indiferencia espiritual completa, o en una tibieza profunda en las cosas de Dios y del espíritu. He ahí la santa vocación que yo siento en mí: aliviar los dolores corporales para poder avivar la endeble fe de nuestros tiempos. Para esta grande obra me vi especialmente llamado. Nunca tuve conciencia como hoy de cuánto puedo alcanzar, por la gracia de Dios, para los que sufren».

Y concluye Eustaquio: «En nuestro tiempo, no se contempla suficientemente que la vida de Nuestro Señor continúa haciéndose presente como hace 19 siglos (…) Dios todavía vive en nuestra tierra, todavía está cobrando vida la historia de Cristo».

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