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Domingo 21 de julio

Por Matías Valenzuela ss.cc.

Lecturas Gn 18,1–10; Sal 14; Col 1,24–28; Lc 10,38–42

Los relatos bíblicos nos evocan muchas cosas que hablan a nuestra vida. Los protagonistas de cada escena bíblica son tan humanos como todos nosotros, tanto en lo bueno como en lo que no lo es. Y en esas vivencias, incluso en las más complejas, Dios se va poco a poco manifestando y se las va arreglando para expresar su amor, orientando la vida humana y la creación hacia esa finalidad para la cual fue creada que es la unión de todo en Cristo Jesús.

Este domingo hay dos textos que nos hablan de la hospitalidad humana y sus consecuencias. El relato del Génesis tiene como protagonista a Abraham que ya es mayor, entrado en años, y junto a su mujer Sara no han podido tener hijos. Abraham es un hombre creyente, ha salido de su tierra en obediencia a una llamada de Dios esperando que se cumpla una promesa de bendición y gran descendencia, pero aún sólo ha podido tener un hijo con su esclava egipcia Agar, llamado Ismael. Estando en su casa ve pasar a tres hombres y los invita a descansar bajo una encina y a recibir alimentos a fin de reponer fuerzas. Abraham quiere agasajarlos con lo mejor que tiene, un corderito tierno, cuajada y leche. Productos de la tierra y del trabajo humano. Su casa y su calidez para recibir al forastero.

Del mismo modo en el evangelio nos encontramos con Jesús que va de paso por una aldea y en ese caminar, donde seguro sufría el cansancio de la misión, es invitado por una mujer a recibir la hospitalidad de su casa. Es Marta, que tiene una hermana llamada María y que en el cuarto evangelio descubriremos además que tienen un hermano llamado Lázaro. Son tres hermanos que con el tiempo fueron haciéndose amigos de Jesús, al punto de que en la muerte de Lázaro, Jesús expresó un cariño entrañable manifestado su conmoción hasta las lágrimas. Jesús es invitado por Marta a su casa y ella le prepara lo mejor que tiene, se afana en ello. Es su manera de expresar el amor.

En ambos encuentros también está presente la herida, el dolor, la debilidad humana, y la manera en que Dios actúa a través de ello. La mujer de Abraham es estéril y ya no cree en la posibilidad de engendrar, pero estos visitantes le anuncian que a la vuelta de un año ella habrá tenido un hijo. Ella no lo cree y se ríe. Incluso llega a pensar y a preguntarse si aún va a sentir placer con su marido ya viejo. Por eso el hijo que ella va a tener se llamará Isaac que en lengua hebrea significa “risa de Dios” o “Dios sonríe”. El ser humano que abre sus puertas a la visita de Dios peregrinoen la historiaposibilita la vida nueva engendrada por Él. La tierra de los hombres es bañada por la gracia fecunda de Dios que sonríe en medio de los días y las noches. Estos tres ángeles que reparan fuerzas en el encinar de Mambré, nos hablan de un Dios que con sandalias y bastones pisa nuestros caminos humanos, haciéndose cercano para dar vida donde aún no ha germinado. Al parecer, lo que se requiere es tener un corazón muy abierto como el creyente Abraham que en lugar de resentirse y llenarse de temores y desalientos, sigue con la atención puesta a toda posibilidad de acoger con amor.

A la vez, en la visita de Jesús a la casa de Marta y María, se manifiesta la diferencia que hay entre las dos mujeres, el modo distinto como cada una se aproxima a la cercanía del Señor, que se hace huésped. Mientras Marta va de allá para acá con los quehaceres del hogar, María elige escuchar, aprender, atender a la persona dedicándole todo el tiempo posible, sin separarse de él. El modo que elige María es el de una discípula. Sentada a los pies de Jesús escucha todo lo que el maestro pueda transmitirle, toda las vivencias que trae ese corazón iluminadas por el Espíritu Santo, transformadas todas ellas en experiencia de Dios. Lo que María bebe es la fuente inagotable del amor de Dios con todos sus sentidos. María es la enamorada que contempla al Señor y desde ahí la humanidad entera. Es difícil que haya algo más hermoso que eso, aunque para muchos sea aparentemente inútil, pero que para Jesús se transforma en lo esencial y en lo verdaderamente necesario. Esta María será la que más adelante rociará sobre Jesús un perfume de nardo, muy caro, simplemente para expresarle el amor, anticipando el cuidado que deberán tener con su cuerpo después de la pasión. Ese derroche también será criticado. Pero Jesús una vez más la defenderá, porque con ello, esta mujer que se hace escuchante de la palabra, por lo mismo discípula, muestra la sobreabundancia del amor que es respuesta a la cercanía de Dios.

El Señor nos dirá: estoy a la puerta llamando, si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré y cenaremos juntos. Toda la escritura nos hace una invitación a estar atentos al paso de Dios por nuestras vidas y a abrir las puertas para dejarlo entrar. Él es peregrino, piedra y camino, y quiere ser nuestro huésped. No perdamos la oportunidad que nos brinde la vida para acogerlo a él con hospitalidad, a través de muchos rostros, situaciones y opciones de nuestra vida, permitiéndole engendrar, sanar y recrear muchas vidas heridas, como lo fue para Abraham y Sara, así como para Marta, María y su hermano Lázaro a quien de lo hondo de la tierra levantó y volvió a abrazar.