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Domingo 27 de octubre

Por Beltrán Villegas ss.cc. (‌)

Sir 35, 12-18; 2 Tim 4, 6-8.16-18; Lc 18, 8-14

Parábola provocativa y chocante, tanto o más que la del Sacerdote, el Levita y el Samaritano. Se trata de un tipo de parábolas que no ofrecen comparaciones, sino conductas típicas. Ahora bien, en ambas parábolas salen mal parados personajes de gran prestigio, mientras que la aprobación de Jesús recae sobre personajes mal afamados: un samaritano y un publicano.

Hay que tener presente que en esta especie de parábolas es de rigor la caricatura y la generalización: no todos los fariseos eran como el de la parábola, ni todos los publicanos como el que aquí se nos describe, pero obviamente hay una base que justifica la caricatura.

Es muy importante comprender que lo que está en juego en la parábola no son las buenas obras del fariseo (no tenemos por qué dudar de que fueran reales), ni las exacciones fraudulentas del publicano. El punto clave o centro de interés es la autosuficiencia acompañada de desprecio por los demás, como actitud central de la vida (la que se expresa en lo íntimo de la conciencia). En el fondo, no habría cambiado radicalmente la parábola si se hubiera estigmatizado una oración del publicano concebida en los siguientes términos: «Te doy gracias, Señor, porque no soy como los beatos que pasan metidos en el templo y las sinagogas y cumplen todos los reglamentos, ni tampoco como este fariseo que se siente tan justo».

Pero lo chocante de la parábola es que, justamente, la actitud estigmatizada sea la de un fariseo, cuyo grupo se caracterizaba por su rigor en la observancia de la ley y de las obras de piedad.

Para comprenderlo, es esencial percibir que en el fondo se trata de lo que significa Dios para los que se dirigen a él. La conducta «justa» frente a Dios es la que respeta lo que Dios es. Y Dios es aquel ante el cual no cabe gloriarse, es decir sentirse seguro y satisfecho. Pues bien, Jesús personifica la actitud negadora de lo que Dios es, en un «hombre modelo» (honrado, cumplidor y devoto), y señala que la actitud justa frente a Dios puede surgir de un pecador despreciado.

La intención de Jesús es denunciar que una religiosidad de cumplimientos y contabilidades destruye y anula el verdadero sentido de Dios, en la medida en que engendra la sensación de que Dios puede estar en deuda con uno. En otros términos, Jesús señala que con facilidad la piedad toma el lugar de Dios. Cuando mi relación con Dios es más importante para mí que Dios mismo, el nombre «Dios» llega a ser un nombre vacío que disimula el egocentrismo absoluto.

De modo que la parábola es una revelación del «carácter» de Dios. El es el que acoge al pecador abrumado y desesperanzado y rechaza al satisfecho. Es el Dios que nos saca de las seguridades que nos puede ofrecer nuestro pasado correcto, y nos llama a poner nuestra esperanza en el futuro que Dios puede abrirnos con su perdón generoso que siempre necesitamos.