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Tercer domingo de Adviento

Por Matías Valenzuela ss.cc.

Is 35,1-6a.10. Sal 145. Sant 5,7-10. Mt 11,2-11

¿Cuáles son nuestros principales motivos de alegría? Y, ¿qué será lo que alegra a Dios? ¿Habrá coincidencia entre ello que alegra nuestro corazón y lo que alegra al corazón de Dios? Es muy probable que a veces sí coincida y  otras veces no, porque todos necesitamos pasar por un proceso de conversión en el que nos vamos dejando transformar poco a poco por la acción del Espíritu Santo el cual permite que vayamos saliendo de nuestras categorías temerosas y egocéntricas para dar paso a sentimientos y pensamientos que son los de Cristo Jesús, ello no es ni obvio, ni automático. Y tampoco tiene que ver con ser perfectos.

Por ello Jesús, hablando de Juan el Bautista puede hacer una distinción que es misteriosa, llamativa, según la cual una persona como el Bautista puede ser el más grande de los nacidos de mujer y, a la vez, mucho más pequeño que el menor de los pertenecientes al reino de los cielos. De algún modo, Juan, que fue un profeta intenso, lleno de celo por la voluntad de Dios, que prepara la venida del Señor, no está aún atravesado por ese nuevo nacimiento que implica entrar en la dinámica y en la lógica del Reino de Dios. Para entrar al Reino es necesario nacer de nuevo por el agua y el espíritu. En cierto modo, como María, es necesario que nuestro corazón se llene de gracia, se deje agraciar y así ver, contemplar la realidad, con los ojos de la fe, en sintonía con el corazón de Dios. Solo así será posible alegrarnos con lo que quiere el Señor.

Esto no es fácil, porque la realidad es polivalente, es compleja, es ambigua, casi todo tiene muchas lecturas posibles. Por ejemplo, hoy (10 de diciembre de 2019) ha asumido en Argentina un gobierno peronista y eso para muchísima gente del pueblo donde vivo es motivo de una gran alegría. Ellos podrían cantar lo que reza la primera lectura de este domingo, referido a un retorno embargado de esperanza. Muchos otros, a la vez, lo ven con rabia, miedo y desconfianza. Eso también vale para lo ocurrido en Chile desde el 18 de octubre de este año. Para muchos es un signo de que Chile despertó y está luchando como pueblo para construir una patria donde haya mayor dignidad para todos. Mientras que otros lo consideran el comienzo del fin.

En esa encrucijada, que siempre es personal y a la vez colectiva, porque somos seres sociales, donde cada uno está llamado a clarificar miradas, para tomar opciones, una de las invitaciones que hoy nos hace la palabra de Dios es tener paciencia, a no decaer ni tampoco a llenarnos de quejas, sino que a tener la reciedumbre de los profetas. Como la tuvo un hermano nuestro que este 15 de diciembre recordamos porque han transcurrido 10 años desde su pascua, se trata de Ronaldo Muñoz, un hermano muy querido, que también fue incómodo e interpelador, como lo son los profetas, es decir, aquellos que eligen con la mayor coherencia posible vivir el querer de Dios, sin concesiones ni medias tintas. Ronaldo fue fiel al amor, por eso vivió como lo hizo, con el corazón puesto en Jesús y en su evangelio, así como en los preferidos de Dios, los pobres y pequeños, aquellos a quienes pertenece el Reino de Dios.

A partir de los textos de este tercer domingo de adviento, hay tres cosas que me gustaría proponer a fin de profundizar en la dinámica del Reino. Una es que salgamos de nuestros encierros, que nos pongamos en camino, de partida o de retorno, pero en todo caso, de encuentro. Los que buscamos a Dios en la vida debemos ser personas en camino, con el corazón bien abierto y permitiendo que el aire fresco ilumine la mirada y ensanche nuestra alma. Que nada ni nadie nos robe la esperanza, ni nos impida vivir la alegría del amor y de la fe, que se hace camino y vida compartida.

Por otro lado, animo mucho al diálogo, sobre todo a ese diálogo que sea discernimiento de la voluntad de Dios en el contexto que nos toque vivir. Buscando con otros esos signos del Reino y tratando de interpretar juntos eso que de Dios nos puede estar hablando la realidad. Como lo hacen los discípulos de Juan, que desconcertados le preguntan a Jesús si es él quien había de venir o todavía era necesario esperar a otro. Y el Señor en esa conversación les muestra lo que está sucediendo y que ello es signo del Reino esperado, que los profetas habían anunciado. Él los ayuda a contemplar con la mirada de Dios.

Por último, entre esos signos del Reino Jesús menciona uno que es distinto a los demás, que están más anclados en lo milagroso y en la recuperación de la salud, esto es, que se anuncia la buena noticia a los pobres. El reino de Dios se hace presente ahí donde a los pobres se les anuncia que el Señor está presente reparando, amando, devolviendo la justicia y el derecho, trayendo una vida digna y en paz. Cuando eso sucede y logramos conectarnos con esa experiencia, la alegría del corazón es muy grande y todo se vuelve luminoso y renueva su sentido. Que en estos días previos a la Navidad pidamos con mucha fuerza la gracia de Dios para que nuestra vida sea buena noticia para otros y en especial para los más pequeños, llenando de gozo y alegría a nuestro pueblo, así como el corazón de Dios.