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Virgen de la Paz: desafío para el mundo de hoy

María siempre ha estado presente en nuestra familia religiosa de los Sagrados Corazones. En nuestro carisma ha sido asociada de un modo singular al misterio de Dios hecho hombre y a su obra salvadora: es lo que se expresa en la unión del Corazón de Jesús y el Corazón de María, como se lee en nuestras Constituciones (art. 2). Este 9 de julio, fiesta de la Virgen de la Paz de Picpus, es un motivo para dar gracias por la presencia de María en medio de nosotros y lo que ello significa, especialmente para nuestros misioneros y misioneras, así como para un mundo que se debate en la lógica de los conflictos y que ha de afrontar los desafíos de una desoladora pandemia.

Así llegaba la pequeña imagen de la Virgen de la Paz:

“Tras varias gestiones de la Buena Madre, el 6 de mayo de 1806, a los sones de la Salve Regina, Nuestra Señora de la Paz entra en Picpus y toma posesión de sus nuevos dominios. El 9 de julio siguiente, monseñor de Chabot celebra un Oficio de Pontifical. Nuestra Señora inaugura su culto oficial en la Congregación de los SS.CC. Ella iba a ser la protectora, la centinela vigilante, la Madre llena de dulzura. En adelante la historia de Nuestra Señora de la Paz se confunde con la historia de la Congregación” (M. Carlier, “Nuestra Señora de la Paz”).

A continuación reproducimos un texto de la Comisión Vaticana Covid-19, con fecha 7 de julio, que nos habla de las condiciones para la verdadera paz, que encomendamos a María, Reina de la Paz. En ella se hace eco también de la resolución de alto el fuego a la que ha emplazado el Consejo de Seguridad de la ONU. Desde nuestra Provincia de Chile nos hacemos especial eco de este importante mensaje:

“Como todos sabemos, nos enfrentamos a una de las peores crisis humanitarias desde la Segunda Guerra Mundial. A medida que el mundo toma medidas de emergencia para hacer frente a una pandemia mundial y a una recesión económica mundial, ambas sustentadas por una emergencia climática mundial, también debemos considerar las consecuencias para la paz de estas crisis interconectadas. La “Comisión Vaticana COVID-19”, especialmente a través de los Grupos de Trabajo sobre Seguridad y Economía, ha estado analizando algunas de estas implicaciones. Permítanme destacar lo siguiente.

Mientras que hoy en día se dedican sumas sin precedentes a gastos militares (incluyendo los mayores programas de modernización nuclear), los enfermos, los pobres, los marginados, y las víctimas de los conflictos están siendo afectados desproporcionadamente por la crisis actual. Hasta ahora, las crisis interconectadas (salud, socioeconomía y ecología) están ampliando la brecha no sólo entre los ricos y los pobres, sino también entre las zonas de paz, prosperidad y justicia ambiental y las zonas de conflicto, privación y devastación ecológica.

No puede haber sanación verdadera si no hay paz. La reducción de los conflictos es la única posibilidad de reducir las injusticias y las desigualdades. La violencia armada y los conflictos y la pobreza están efectivamente vinculados en un ciclo que impide la paz, fomenta los abusos de los derechos humanos y obstaculiza el desarrollo.

Celebro que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas haya aprobado recientemente una cesación del fuego a nivel mundial[i]. No podemos luchar contra la pandemia si estamos luchando, o preparándonos para luchar, unos contra otros. También celebro el respaldo de 170 países al llamamiento de la ONU para que se silencien las armas[ii]. Pero una cosa es llamar o apoyar una declaración de cese al fuego, otra cosa es implementarla. Para ello, necesitamos congelar la producción y el comercio de armas.

Las actuales crisis interconectadas que he mencionado (salud, socioeconomía y ecología) demuestran la urgente necesidad de una globalización de la solidaridad que refleje nuestra interdependencia mundial. En los dos últimos decenios, la estabilidad y la seguridad internacionales se han deteriorado.[iii] Parece que la amistad política y la concordia internacional dejan de ser cada vez más el bien supremo al que las naciones desean y están dispuestas a comprometerse.

Lamentablemente, en lugar de estar unidos por el bien común frente a una amenaza común que no conoce fronteras, muchos líderes están incrementando las divisiones internacionales e internas. En este sentido, la pandemia, con tantas muertes y complicaciones de salud, la recesión económica y los conflictos representa “la tormenta perfecta”. Necesitamos un liderazgo mundial que pueda reconstruir los lazos de unidad y al mismo tiempo rechazar los chivos expiatorios, la recriminación mutua, el nacionalismo chovinista, el aislacionismo y otras formas de egoísmo. Como dijo el Papa Francisco el pasado noviembre en Nagasaki[iv], debemos «romper el clima de desconfianza» y evitar la «erosión del multilateralismo» . En aras de la construcción de una paz sostenible, debemos fomentar una «cultura del encuentro» en la que hombres y mujeres se descubran unos a otros como miembros de una familia humana, compartiendo la misma creencia. La solidaridad. La confianza. El encuentro. Bien común. No-violencia. Creemos que estos son los fundamentos de la seguridad humana actual.

La Iglesia apoya firmemente los proyectos de construcción de la paz que son esenciales para que las comunidades en conflicto y post-conflicto respondan a COVID-19. Sin el control de las armas, es imposible garantizar la seguridad. Sin seguridad, las respuestas a la pandemia no están completas.

La pandemia de COVID-19, la recesión económica y el cambio climático hacen cada vez más evidente la necesidad de dar prioridad a la paz positiva sobre las estrechas nociones de seguridad nacional. El Papa Juan XXIII ya señaló la necesidad de esta transformación al redefinir la paz en términos de reconocimiento, respeto, salvaguarda y promoción de los derechos de la persona humana (Pacem in terris, 139). Ahora, más que nunca, es el momento de que las naciones del mundo pasen de la seguridad nacional por medios militares a la seguridad humana como principal preocupación de la política y las relaciones internacionales. Ahora es el momento de que la comunidad internacional y la Iglesia elaboren planes audaces e imaginativos para una acción colectiva acorde con la magnitud de esta crisis. Ahora es el momento de construir un mundo que refleje mejor un enfoque verdaderamente integral de la paz, el desarrollo humano y la ecología.

René Cabezón ss.cc. y Fernando Cordero ss.cc.

Superior Provincial – Consejero General