Ir al contenido

Atilio Pizarro Lobos, sscc: Un diaconado centrado en Jesús, los pobres; y la fraternidad

No deja de impactar que mientras Dios llama a su lado a un diácono permanente que por muchos años sirvió a comunidades de una parroquia de los Sagrados Corazones (Juan Zúñiga, de San Damián de Molokai), por otro, en casi 24 horas, llama a servir a un joven religioso de nuestra congregación. ¿Servir cómo? He aquí nuestro hermano que abre caminos nuevos en la diaconía de la iglesia.

Atilio Pizarro Lobos, tiene 31 años de edad, y es oriundo de Vallenar, región de Copiapó. Cuenta que su padres, Gladys y Atilio, “están extraordinariamente felices” con el menor de sus cuatro hijos tome este diaconado. “Ellos son de iglesia y me mostraron a Jesús. Son los primeros maestros en mi vida que me hablaron de un Jesús, y de su promesa del reino de los cielos, lo que les agradezco absolutamente”.

Entre las claves de fe, Atilio recuerda una muy especial.

Con advertencia previa de que en lo personal él es «un miedoso respecto de la muerte, y lo único que me tranquiliza es la promesa (risas). Pero me da miedo. Cuenta que «un día, cuando a mi mamá se la habían muerto dos hermanos muy seguido, le pregunté: Mamá, ¿qué te pasa con la muerte? Ella, que no tiene ningún estudio teológico, que no ha leído ningún tratado, me dijo que creía en la resurrección, y que sabía que se iba a encontrar con su mamá, su papá, su hermano, y que ese encuentro iba a ser para siempre, con Jesús. Mientras la escuchaba, me decía interiormente: ¿no se supone que soy yo, el estudiante de teología, el futuro cura, quien tiene que tener más claridad en ese tema? Mi mamá tomando mate, y con un pedazo de pan, desde su cotidianeidad, me tiró esta frase dogmática. Así he recibido la fe, igual de mi papá”.

Un joven como otros vallenarinos

Atilio confiesa que tuvo “una adolescencia muy normal”. Conjugaba el carrete sano y habitual con su presencia en la iglesia. “Me iba a carretear en las noches y al otro día, a las 10 de la mañana me levantaba e iba a misa”. Explica que ello no eran dos realidades sino que situaciones distintas de una misma realidad. Y fue “normal” en todos los ámbitos, incluida la relación amorosa. Claro, ya hace 12 años de aquello.

“Recién en el noviciado me di cuenta que tenía vocación. Antes, siempre fue como la inquietud… me preguntaba si esto era lo que Dios quería para mí. No había una certeza. Aun así, cuando pensaba en la vida religiosa, el corazón se alegraba. Por ahí fui intuyendo que era el camino».

El día que se despidió de su familia para ingresar a la Congregación, se paró frente a ellos y dijo: «si es por mi cabeza, yo no me iría, me quedaría acá. Pero mi corazón me dice que tengo que ir, a ver, a experimentar». La escena que siguió, fue desgarradora para Atilio, pues ahí estaban sus padres, hermanos y sobrinos, de quienes es muy cercano. «Desde lejos escuché a una de mis sobrinas gritar: no te vayas tío«.

Diocesano y Religioso

Tenía apenas 17 años, y un día llegó a Vallenar un viejito simpático, hablando de su preocupación porque «los curas que habían optado por las poblaciones estaban envejeciendo y no había relevo». Y tanto le llegó eso, que pasó los dos años siguientes preguntándose: «¿y por qué no puedo yo ser llamado también un cura poblador?». El viejito era el sacerdote Mariano Puga, fallecido hace poco más de un año.

“Vengo de una parroquia con comunidades de base, con identidad laica muy fuerte, y muy de vocación. Por ahí fluían muy bien la vida religiosa, la vida diocesana y el laicado. Las monjas eran súper… de un compromiso eclesial y social muy fuerte», describe Atilio su cuna pastoral.

“A Vallenar llegaban todos estos personajes, que despùés en Santiago descubrí que eran personajes públicos, entre ellos Mariano, Ronaldo… unas monjas. Al escuchar a tantos de estos viejos que pasaban por la parroquia, uno se animaba en el compromiso de fe y me absorbía la persona de Jesús».

Al salir de cuarto medio Atilio decidió no estudiar ese año y hacer su práctica técnica-profesional. Al concluirla, su párroco,  Juan Barraza, le dijo: “oye, si ya no vas a hacer nada, ándate con Javier (que vivía con él en Caldera y Susana, una monja canadiense). Después de aquello Atilio le pidio a Juan que le acompañara en su proceso vocacional.

Pero Juan le dijo: “mira, yo soy diocesano, yo te voy a acompañar todo lo que yo pueda, pero como diocesano”. Entonces, le pidió a las hermanitas de Jesús, que estaban en Copiapó, que acompañaran las inquietudes de este joven en la vida religiosa.

En el umbral del convento

En 2010, Mariano Puga volvió a Caldera para el Año Nuevo y juntos fueron a visitar un monasterio en Potrerillos. Atilio, cuenta mirando el horizonte como si se estuviera viendo en la escena: «Estábamos esperando que la hospedera nos abriera la puerta, cuando Mariano me pregunta: “¿Y?» (silencio). «He sabido que has pensado algo”, insistió Mariano. Atilio respondió: “Sí, lo he pensado, me llama la atención la vida religiosa, pero… me llama la vida religiosa ministerial también”.

“Mira», le dijo Mariano aprovechando el tiempo que demoraba la hospedera del convento para abrir. «La única congregación que está a la altura de lo que tú has vivido, con las comunidades de base, las conferencias de América Latina, los únicos que están a la altura de haber hecho opciones radicales y que siguen haciéndolo, son los Sagrados Corazones. Y si tú me preguntas a mí…  tú tienes que ir a conocer a los Sagrados Corazones. Es la congregación que está hecha para ti”.

El 26 de agosto de 2019, en la parroquia de San Damián de Molakai, en Santiago, Atilio, junto a Rafael García, profesaba sus votos perpetuos e ingresaba oficialmente a la Congregación de los Sagrados Corazones.

Misericordia y Justicia

— ¿Cómo es esto de optar por una congregación religiosa que también ha tenido acusaciones de abusos sexuales? ¿Qué te genera internamente esto?

— La verdad, me genera rabia. Pero tendría más rabia si viera que mis hermanos mayores se hacen los tontos. Ahora, yo he sentido, experimentado, y visto la cara de aflicción de mis hermanos, queriendo buscar lo mejor para transparentar el tema de los abusos sexuales. He visto que se han esforzado por hacer que todo sea como corresponde, desde la justicia. Con misericordia, pero con justicia.

«He visto que han buscado profesionales externos para que los ayuden, nos ayuden, a ver ese lado de la reparación. También hemos visto cómo han buscado ayuda escuchado a los hermanos jóvenes, en donde han hecho camino para el cuidado del buen trato, entre los adolescentes. He visto que los hermanos desde el dolor, desde la ignorancia, también. No los puedo dejar. No los quiero dejar, porque al final son mis hermanos, mi familia, y los quiero. Y en el último capítulo de la Provincia, lloramos juntos. Eran días previos a nuestra profesión perpetua, y nosotros no habríamos profesado si no fuese porque vimos el trabajo que han hecho. Sé que estamos haciendo todo lo posible, para decir: lo de atrás no lo podemos borrar, es parte de la cicatriz que nos va a quedar, pero de aquí para adelante, caminemos con protocolos, con formas distintas de tratarnos”.

— ¿Y si surgieran otras denuncias en el futuro?

— Si nos vuelve a pasar, vamos a tener todas las herramientas necesarias para proceder. Yo me comprometo a eso porque no estemos solos. Somos un equipo, una familia Estamos haciendo todo lo posible para mejorar y prevenir. Aunque no éramos tan castos como creíamos. Pero bueno…

— ¿Has podido conversar este tema con amigos de tu generación, y de otras congregaciones religiosas?

— Sí. Están más solos. Nosotros nos hemos refugiado como Provincia y nos hemos apapachado. En otras congregaciones, los jóvenes están solos. A veces, ni los consideran. Como que quedan en los aspectos formales, temas abordados solo entre los provinciales y el equipo. ¡A mí me da una pena! Porque quisiera que ellos tuvieran esta posibilidad que hemos tenido los jóvenes en nuestra Congregación, ser integrados y saber lo que se está haciendo, saber cuáles son los pasos a seguir ante una situación compleja. Esto de ser tomado en cuenta, uno lo agradece.

El servicio

— Muchas veces, el diaconado es visto como el paso previo para el sacerdocio en la carrera clerical. ¿Qué te mueve a ti?

— Primero, fui sintiendo en el proceso de fe, de crecimiento de vida religiosa, que tenía que dar unos pasos más para atender a la comunidad, en el sentido de acompañar en momentos de dificultad, como funerales, o de fiestas como bautismos. Entonces, cuando eso pasaba, derivaba a otro hermano, pero me decían: nosotros queremos que seas tú. Por eso es el lema que escogí para el diaconado, “Denles ustedes de comer” (Mc 6,37), es como esa invitación de Jesús. Una tarea compartida como Iglesia y a la que siento que no me puedo negar.

— ¿Cómo quiere vivir el diaconado?

—  Simplemente como un servicio. La palabra lo dice todo, y que ha sido reconocido en muchas mujeres y hombres, que han sido diáconos y diaconisas, laicos, casados, que han hecho un trabajo bonito de servicio a la Iglesia. En sus realidades sociales, las juntas de vecinos, en sus partidos políticos, en la parroquia, en la vida más misionera de construcción de nuevas capillas o comunidades en los sectores populares. Ante eso uno dice: si ellos pudieron vivir con plenitud, ¿por qué yo no puedo vivir este ministerio?. Es verdad que es un sacramento y tiene carácter clerical pero lo importante es sentir que es una invitación que te hace la iglesia, no para la iglesia, sino para el reino. Y hay una frase que siempre me ha gustado del hermano Carlos de Foucault, esto de ser servidor de servidores. Entonces, de alguna manera, no hacerme notar sino hacer notar a los otros y otras. El gran servidor de los servidores y servidoras ha sido Jesús.

— ¿Cuál es la iglesia que tú quieres servir? ¿Dónde la visualizas?

— En mi Iglesia Católica. Yo creo en esta iglesia, la amo profundamente. Reconozco que hay muchos rostros de iglesia en ella. Pero yo quisiera servir donde la Congregación me pida, pero sabiendo que siempre hay un amor predilecto de estar con los más pequeños. Ahora, el Papa Francisco nos invita a ir a las periferias existenciales, de las que hace años no se hablaba. Si Dios quiere y la Congregación lo permite, me gustaría seguir acompañando a la diversidad sexual, me gustaría seguir acompañando especialmente a los adolescentes y jóvenes que están en ese proceso. Acompañarlos, que se sientan cercanos a una iglesia que es mamá, que es hermana, que es hija, estando en medio de las poblaciones, de donde yo también vengo. Anhelo eso. Anhelo servir así. Anhelo servir como ese diacono… como leí ahora en mi retiro personal para el diaconado, que estuve leyendo al hermano Francisco de Asís, ese hermano pequeño. Quiero vivir mi diaconado como el hermano pequeño, que él no es lo importante, sino que es Jesús. Que yo sea, a lo mejor, como ese cristal, que traspasa la luz, para hacer notar que lo esencial es Jesús, que él sea visto y reconocido. Que Jesús… Él es, por excelencia, Él es ese servidor de los servidores.

«Desde muy chico aprendí que nosotros teníamos que ocupar siempre el penúltimo lugar, porque el último era de Jesús. Él había asumido en su génesis esa condición pequeña, humilde, de esclavo, para desde ahí hacernos crecer como humanidad, mostrarnos la buena noticia. Después se le ocurrió regalarnos la iglesia, como sacramento de peregrinar en la tierra. Entonces, yo no entiendo mi fe, no entiendo mi humanidad, no entiendo mi nuevo rol como diácono, no entiendo mi vida religiosa, si no es desde esta iglesia católica. Que, a veces, es demasiado santa, con mujeres y hombres que han hecho un bien extraordinario, y a veces tan pecadora, porque hay gente que le ha hecho daño. Pero que sigue teniendo, sigue siendo tan santa. A mí siempre, de niño, me cautivó eso de saber que cada vez que hay un bautismo, la iglesia se renueva, porque es un nuevo hermano o hermana que se integra, que hace que la iglesia goce de alegría.

«Así, ojalá que el rol que viva sea desde la autoridad de Jesús, que es la autoridad del servicio. No del poder, sino que, desde la horizontalidad, del escuchar, del dejarse corregir. Que no es fácil, pero creo que tenemos que dar esos pasitos. Las nuevas generaciones de vida religiosa tenemos que hacerlo, tenemos que dejarnos ser interpelados por la gente, por nuestros hermanos y hermanas que también son sacerdotes, profetas y reyes de esta iglesia. Ellos tienen algo que decirnos. Y a ellos y ellas les debemos nuestra vida como servicio».

Una mesa de 3 patas

— Habitualmente la familia o comunidad de quien es ordenado diácono hace un regalo, un presente de recuerdo. ¿Qué regalo pedirías tú de tus hermanos de congregación?

— Pediría a mis hermanos de la Provincia que me regalaran una mesa de tres patas. Jesús, lo esencial; los pobres; y la fraternidad. Para que no se me olvide nunca. Que en esa mesa pueda poner el mate servido y compartido, las churrascas hechas por mi mamá. La conversa, la alegría y los dolores, como provincia. Las penas, cuando se nos mueran los hermanos. Y la alegría cuando ingresan. Eso les pediría como regalo. Y ojalá una de esas esté pintada de otro color, para no olvidarnos nunca que lo esencial es Jesús.

— Cierto, la mesa de tres patas se acomoda mejor a la inestabilidad de la superficie. La de cuatro patas tienes que ponerle una cuña para que se estabilice.

— Sí, claro. Y le pediría a mis hermanos que esa mesa la vayamos dejando a todas las generaciones que vengan. Que sea nuestro legado. Porque no toda la vida vamos a estar alimentándonos de Esteban, de Ronaldo, de Pablo, sino que somos nosotros quienes tenemos que ser capaces de seguir mostrando una forma de ser iglesia, y ser una misión.

— Además para este siglo.

— Para este siglo, con el lenguaje de ahora, con la realidad de ahora. Eso sueño. No busco grandes aspavientos. Lo que busco, es poder contemplar a Jesús. No busco las grandes causas ni los grandes ideales. Eso es solo una consecuencia de ser discípulo y amigo de Jesús. Por eso he pensado estos días, en el retiro para mi ordenación de diácono, nunca perder de vista su rostro, tenerlo presente, que sea Él el centro y la articulación de mi vida. No sé cómo lo voy a hacer, porque soy un indigno ser humano, con todas mis carencias y dificultades pero trataré todos los días de mi vida, como dice el Salmo, habitar en la presencia de Él. Y eso es lo que busco. Absolutamente.

— ¿Qué ejemplo te inspira?

—  Espero y anhelo que el diaconado lo pueda vivir a ejemplo de muchas mujeres, que he visto que han sido diaconisas en la iglesia. Mujeres que he visto en mi parroquia de origen, en Caldera, mujeres en Brasil, que, desde su dolor, desde su precariedad, se ofrecen y hacen una misión preciosa por el reino, en sus comunidades campesinas, rurales. Yo sé que San Lorenzo es importante, porque es el patrono de los diáconos pero esta vez quiero pedir a esas mujeres diaconisas, santas mujeres, que pasan inadvertidas, pero que son santas en lo cotidiano, pedirles que me acompañen. Que sean las matriarcas que lideren este proceso. Que ellas me muestren a Jesús en el modo de servir. Que sean las que me corrijan y me feliciten. Las santas mujeres cotidianas, que están ahí.

«Eso».

[Entrevista de Aníbal Pastor N.]