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Claudia Metz, laica y mujer del capítulo extraordinario: «somos familia y tenemos mucho que hacer juntos»

Junto a Bernardita Zambrano, teóloga, y Javiera Albornoz, periodista, Claudia Metz fue elegida para conformar la Comisión Central que conduce el actual Capítulo Provincial SS.CC. en la provincia Chile-Argentina. Comisión que integran los hermanos Sandro Mancilla, Alex Vigueras y Nicolás Viel. Con motivo de este servicio capitular que le pidió la congregación, conversamos con ella.

Claudia es una militante vehemente de los Sagrados Corazones. Su identidad y espiritualidad afloran en cada paso que da y en cada frase que emite. Cuenta entusiasta que siendo educada en la tradición judía, «no muy religiosa», precisa, y similar a Pablo de Tarso, se convirtió al cristianismo de un momento para otro. Le sucedió cuando escuchó de Juan Pablo II, aquella memorable frase que pronunció en el Estadio Nacional, en 1987: «No tengan miedo de mirarlo a Él«. Entonces, tenía 21 años de edad.

Se graduó de bioquímica cuando se abría esta carrera en Chile y las mujeres abrían espacios en la ciencia. Hoy es doctora en biología celular y molecular, áreas que buscan curar el cáncer. De 1997 a 2006 fue docente de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde también estudió. Actualmente, realiza trabajos de investigación en biomédica y hace docencia en pregrado y en el doctorado, en la Universidad San Sebastián. Ahí lleva seis años.

Además, reconoce que en estos tiempos de pandemia, las y los científicos se han «vuelto un poco rockstar por la creación de la vacuna en corto tiempo”. Indica que con ello «se ha multiplicado el conocimiento súper rápido y con una enorme cantidad de información que hay que aprender a filtrar».

Es responsable nacional de la Rama Secular de la Congregación de los Sagrados Corazones desde noviembre de 2020, y en octubre próximo llegará al fin de su mandato, pues el cargo dura dos años, aunque puede ser reelegida una vez.

En estos días, espera añadir a su basto y espectacular currículum la función de abuela. Claudia Andrea Metz Bear, tiene 57 años de edad.

Pero desde muy pequeña, «desde que tengo memoria”, dice, “me encantaba la investigación. Era súper chica y jugaba a hacer investigación, sacaba los frasquitos del baño de mi casa, mezclaba cosas que encontraba en el botiquín o me ponía a observar los bichitos y cómo estos se comportaban”.

“Mi familia es de origen judío”, añade. Sus cuatro abuelos eran judíos alemanes y llegaron a Chile escapando de la Segunda Guerra Mundial. “Mis padres se casaron en la sinagoga pero en mi casa no era un tema la religión. Y nos pusieron en un colegio laico, donde nunca tuve clase de religión”.

— ¿Pero eras creyente?

— Yo siempre creí. Creía en Dios y no negaba su existencia. Pero no necesitaba de una religión para creer. Cuando el Papa entró al estadio… sentí una fuerza que no tenía. Nunca había leído la Biblia, no entendía nada. Pero sentí una energía, una potencia tan fuerte que hoy día, en la lectura posterior, digo era la presencia del Espíritu Santo. Sentí físicamente que me agarraban de una oreja y me decían: te lo digo a ti.

Luego de eso, recibió los sacramentos del bautismo y la confirmación. Se casó, tuvo dos hijos y cuando estos entraron al Colegio de Manquehue, Claudia se encontró con los Sagrados Corazones. «Descubrí que la manera de entender la fe de los Sagrados Corazones, era la que a mí más sentido me hacía porque había explorado varias experiencias antes. Cuando supe de la existencia de la Rama Secular, quise entrar a ella».

— Ahora fuiste convocada a ser parte de la Comisión Central del XX Capítulo Extraordinario que se realiza este año. ¿Cuál crees que es aquí tu principal aporte?

— Creo que tengo una visión del mundo bastante amplia. No nací en los Sagrados Corazones ni me crié aquí, en la congregación, aunque hoy la siento mi familia, y por tanto, todo lo que pasa en ella me afecta. Las alegrías son mis alegrías; las penas son mis penas y todo lo que pasó en la congregación y que tenemos que lamentar, me duele profundamente porque de verdad lo siento así.

— ¿Te sientes invitada?

— No, no me siento una invitada. Me siento más bien una hija adoptiva con una visión previa porque pude conocer cómo funcionan otras formas de ser iglesia. Por ello, me enamoré de la forma particular que tienen los Sagrados Corazones. Eso puede darme un plus y puedo siempre hacer un aporte particular.

— Pero no eres solo laica, también eres mujer.

— Bueno, por eso es un doble signo, súper potente. Una de las cosas que me enamora de la congregación es esta capacidad de ir más allá y hacer las cosas de manera diferente. No podemos seguir haciendo iglesia como hemos venido haciéndolo, iglesia como institución católica, apostólica, romana; una institución gigante que también ha arrastrado tanto pecado y atrocidades que se alejan tanto del camino propuesto por Jesús que tenemos que hacer las cosas de manera distinta. No podemos seguir así. La tradición es importante pero tenemos que empezar a buscar formas nuevas. Además, la sociedad es totalmente distinta a la que había hace 40 ó 60 años. Y algo que me gusta de la congregación es que se atreve a hacer cosas nuevas y distintas, aunque a veces pueda ser mal entendida, criticada y causar escándalo en personas con una visión más tradicional.

— Por tu formación más estructurada ¿no te escandaliza también?

—  Eso es divertido porque en general soy bastante conservadora y cuadrada, y por lo mismo, me gusta que la congregación me chasconeé. Y el que se incorporen laicos en procesos y decisiones que tienen que ver con curas, ya es un signo súper potente. Y que, además, consideren a una mujer, que dentro de la Iglesia siempre hemos tenido un rol secundario, y que esa mujer laica sea yo, encuentro que es una responsabilidad gigante. Siento que tengo que demostrar que fue una buena idea incorporar laicos y aun más, mujeres. Pero como soy responsable y matea, no me asustan los desafíos difíciles.

— ¿Qué te gustaría cambiar de los religiosos de la congregación?

— Me gustan muchos estos curas como son. Pero sí. Hay cosas que tenemos que cambiar para que efectivamente nunca más. Dentro de esos curas que me gustan tanto también hay pecado como en todos nosotros. Tampoco me siento libre de tirar piedras porque hay mucha cercanía pero igual los veo como alguien igual que una. Soy mal genio, tengo defectos, y los curas también los tienen.

— ¿Y qué no quisieras cambiar?

— Esa sensación de que somos iguales y que los curas no son seres superiores, no están más arriba que nosotros. Esta horizontalidad no la quiero cambiar. Pero tengo claro que hay elementos de la cultura que favorecen los abusos y eso​… sí, hay que cambiar.

— ¿No los encuentras clericalistas?

— Personalmente, en mi experiencia, nunca he sentido muy potente el clericalismo en los curas Sagrados Corazones. De hecho, he sentido más fuerte el clericalismo en los laicos, porque muchos todavía tienen esta visión de que el cura está por allá arriba. En la misma Rama Secular, hay quienes si no tienen al frente al hermano o a la hermana que diga qué tenemos que hacer, ellos nada hacen. Si no está el cura que nos va a predicar el retiro o no está el cura que nos va a presidir la misa… no hacemos una liturgia.

“Sé que hay curas que les gusta dirigir y que no permiten que los laicos se metan. Pero no es esa mi experiencia. Entonces, si los laicos no nos movemos y empezamos a hacer cosas, y no se trata de que reemplacemos en la pega a los curas y a las monjas, pero sí que nosotros como laicos podamos autogestionarnos, al menos».

— Y como responsable de la Rama Secular ¿qué desafíos ves?

— Creo que hay que renovar la rama. Hoy día, la gran mayoría es gente muy mayor. No quiero menospreciar lo que hacen porque es súper valioso, hacen una labor maravillosa, una pastoral fantástica, visitan enfermos y son súper potentes en la oración.

«Pero también necesitamos un laicado capaz y autónomo, bien formado porque la formación es esencial para caminar juntos y construir Iglesia. La Iglesia no es solamente juntarnos a rezar, es mucho más que eso».

— ¿Cómo qué?

— La función del laicado también es apoyar, complementarnos con los hermanos y con las hermanas. Quizás hacer catequesis o trabajo social, ese tipo de cosas. Pero nuestra principal labor, aquí y ahora, es estar y dar testimonio donde nos toca estar.

«El otro día, haciendo clases de inmunología, les hablaba a mis estudiantes de la lepra. Aproveché el tema para contarles la historia de Damián de Molokai. Tenemos que hacer presente y dar testimonio como discípulos de Cristo, que nos vean cómo nos amamos, que vean algo distinto en nosotros. Hoy necesitamos de Dios y en el mundo científico, que es súper agnóstico, generalmente dejamos a Dios afuera. Somos raros los científicos creyentes.

«Y por último, los laicos también estamos en la familia. Aquí, mi principal función ha sido crear buenas personas que son mis dos hijos. Ahí me ha tocado una labor laical súper importante».

— Al concluir el Capítulo Extraordinario ¿con qué te sentirías feliz?

— Con dos cosas. Una, que efectivamente encontremos propuestas concretas que se puedan llevar a la práctica, y que de verdad eviten que lo que pasó en el pasado, no vuelvan a ocurrir. Que de verdad lo que podamos proponer sea una herramienta que haga que nunca más se vuelvan a repetir hechos como los que ocurrieron. Y, dos, que esta incorporación de laicos y mujeres en la vida de la congregación no quede en un hito único, sino que sea un precedente para que podemos trabajar juntos para solucionar problemas que nos incumben a todas y todos. Porque lo que ocurre con los curas me toca a mí porque son parte de mi familia. Quiero que sepan que cuenten con nosotros, y que eso no sea algo de una sola vez. Estamos aquí porque somos familia y tenemos mucho que hacer juntos.

— ¿Hay algo que quieras agregar?

— Sí, que estoy feliz.

/ APN