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Imitar al Padre Esteban en su profetismo y mirada centrada en Jesús

Ofrecemos aquí las transcripciones que realizamos, tanto de la homilía del Obispo Auxiliar de Concepción, Bernardo Álvarez, en la misa de 109 aniversarios del natalicio de Esteban Gumucio celebrada en la misma ciudad, como del saludo del postulador general de la causa de beatificación, Andrzej Lukawski, ss.cc. de visita en Chile.

HOMILÍA DE MONS. BERNARDO ÁLVAREZ

En primer lugar, quiero dar gracias a Dios por esta invitación de parte de la congregación y toda la familia de los Sagrados Corazones para ser partícipe de esta importante y bonita celebración.

Al conmemorar el 109 aniversario del natalicio del Padre Esteban, es una gracia de Dios para nuestra Iglesia chilena y para el mundo entero.

El Padre Esteban, como todos los santos y santas en toda la historia de nuestra Iglesia, podría incluir tanto a los santos de altar como a los santos “vecinos de al lado, como dice el Papa Francisco, y que muchas veces también nosotros conocemos y queremos, nos regala siempre el testimonio perenne de una vida verdaderamente centrada en la persona de Jesucristo.

Para qué decir sus poemas, sus escritos, sus cánticos elevados al Señor, que manifiestan un corazón, como escuchábamos en la primera lectura, absolutamente seducido por Jesús, seducido por su ministerio, por su forma de ser.

Podemos ver en el padre Esteban a un verdadero confesor de la fe, una amorosa confesión de fe en la persona de Jesucristo, y un fuerte abrazo a la voluntad del Padre.

Como escuchábamos en la segunda lectura, expresando esta síntesis fundamental de la vida cristiana confesión de fe y abrazo a la voluntad del Padre y su proyecto para nuestro mundo, expresan en sí entonces una vida vivida por la causa del Evangelio, pero sobre todo en un contexto concreto que él le tocó vivir.

Podríamos señalar que haciendo memoria del padre Esteban y de tantos hombres y mujeres de nuestra Iglesia y especialmente de nuestra Iglesia chilena, nos dan testimonio de lo que es ser, en definitiva, un verdadero discípulo y discípula de Jesús.

Como hemos escuchado en el relato del Evangelio, no hay verdadero discipulado solo con la confesión objetiva de la fe, es decir, con de palabra. Tampoco hay verdadero discipulado solo con el abrazo de una causa. Incluso podríamos decir, por muy justa que sea, si no está ungida profundamente por la voluntad de Dios.

El Papa Francisco nos ha invitado de manera muy fundamental en estos tiempos a ser una iglesia profética. Iglesia profética, sabemos bien, justamente es una Iglesia centrada en Jesucristo. Nos llama a ser una Iglesia profética y esperanzadora. Una Iglesia que reclama de todos nosotros. Y estoy cierto claramente que el Padre Esteban lo vivió así para vivir una mística de ojos abiertos, cuestionadora y no adormecida.

Es una invitación profunda, nos decía el Papa Francisco en su carta a la Iglesia y el pueblo de Chile, para no dejarnos robar la unción del Santo Espíritu, que creo que es justamente lo que tanto necesitamos en este tiempo.

El Papa nos invita a dejarnos llevar por el viento del Espíritu Santo, nacer del Espíritu en esa invitación permanente de Jesús a Nicodemo.

En una misa en la casa de Santa Marta, el Papa decía que la Iglesia necesita que todos seamos profetas. Ciertamente en la espiritualidad podríamos decir del Padre Esteban estuvo esa gran comunión entre el religioso y el sacerdote, el laico o laica, la familia, los matrimonios, para que decir todos estamos llamados a ser profetas, hombres y mujeres de esperanza, siempre directos y nunca débiles, capaces de decir al pueblo palabras fuertes cuando hay que decirlas y de llorar juntos si es necesario.

He aquí el perfil delineado por el Papa Francisco. Entonces en este tiempo, nosotros estamos llamados a renovar esta vocación profética que el padre Esteban sabe muy bien, pues le tocó vivir en un momento y contexto social y político muy pujante y complejo de la vida de nuestro país. Crisis de diversos órdenes económica, social, política, sobre todo en aquellos tiempos donde los trabajadores muchas veces eran víctimas de la injusticia. Mujeres que tenían que hacerse cargo de sus familias. Jóvenes que de repente no tenían horizonte claro de proyecto de vida. Allí el padre Esteban recibió la unción del Santo Espíritu para poder responder con claridad, con generosidad, pero incluso con poesía.

En medio de la coyuntura que le tocó vivir. Para nosotros hoy día es una hermosa invitación para pedir al Señor la gracia de compartir ese espíritu que Él pudo vivir y del cual, especialmente la familia de los Sagrados Corazones ha recibido como una verdadera savia bastante particular y propia en nuestro país, y que como carisma al servicio de la Iglesia en todo tiempo y sobre todo, tal vez en estos tiempos está llamado a presentar y comunicar en nuestro Chile, en nuestra Iglesia y en el contexto que nos toca vivir.

Escuchábamos este hermoso evangelio el domingo pasado de Mateo 16, 21 al 27. Podríamos decir de algún modo que es el corazón del Evangelio de San Mateo. Puede ser que me pudiera corregir después, como buen profesor, pero Jesús llega a Cesárea de Filipo y es testigo de la confesión de Pedro frente a la pregunta sobre su identidad dirigida especialmente hacia la comunidad discipular. ¿Quién dicen que soy yo? Simón Pedro contestaba: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Es decir, confesaba correctamente la fe. Jesús mismo lo declara bienaventurado.

Sin embargo, hoy día vamos un paso más adelante. El Evangelio narra cuando Jesús se lanzaba por primera vez a la predicación pública. De algún modo, el evangelista, podríamos pensar, nos invita a detectar un nuevo comenzar de este caminar discipular.

Tras sus pasos inició su predicación pública con esta llamada. Jesús en esta parte del Evangelio, invita a un nuevo comienzo, a un nuevo periodo en el cual quiere avanzar profundamente con su comunidad discipular. Ya no solo para hacer manifestación con signos y prodigios, con palabras llenas de autoridad del Reino de los Cielos, sino en perspectiva de su ministerio pascual, del dar la vida hasta las últimas consecuencias. Quiere exponer en profundidad con su comunidad el sentido de su misión, es decir, el sentido de su mesianismo, algo que incluso ya recién acababa de confesar Pedro, tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús anuncia que va a ir a Jerusalén y lo que le sucederá. Predice su muerte explícitamente. Ya antes lo había expresado con diversas figuras. Pero viene el momento de la exposición clara y probablemente dura, de lo que es ser el Mesías, el Mesías de Dios.

El Mesías tenía que padecer, experimentar persecución y rechazo de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser matado y resucitar al tercer día. Es decir, la nobleza espiritual saduceos, los escribas, la aristocracia laica, tres grupos que conformaban la autoridad superior en los tiempos de Jesús lo llevarán a la muerte.

Frente a este anuncio, Pedro, que acababa de pronunciar la confesión de fe y había sido declarado, como ya lo decía por Jesús como bienaventurado, manifiesta su desacuerdo en la lógica humana. No es el mesianismo que él quiere que él esperaba. El mesianismo que Jesús venía a encarnar. El Mesías no tiene que sufrir, no puede padecer. Es lo que siempre se había enseñado sobre el Mesías, pero que, sin embargo, Jesús viene a contravenir rotundamente. Jesús lo reprocha por manifestar y expresar esta lógica humana. Pedro verdaderamente se convierte en una piedra de tropiezo, un obstáculo. Quiere decir claramente que tiene la mentalidad de los hombres, pero no piensa como Dios, no piensa según la voluntad de Dios, no piensa según el proyecto de Dios que Jesús ha venido a manifestar. Jesús lo reprende y lo reprende como a Satanás, que a su vez lo quiso tentar presentándole un proyecto justamente en la lógica de él o en la lógica de este mundo llena de gloria, de manifestaciones grandiosas que provocan en sí la expresión de poder. Eso es lo que presentó el demonio en el desierto un camino más fácil, más glorioso según las lógicas humanas, pero alejado de la voluntad de Dios.

Jesús reprende esas lógicas que de algún modo también nos llama la atención a cada uno de nosotros para iniciar o reiniciar o renovar nuestro discipulado del Señor.

Entonces, una vez más, Jesús, mirando a todos los que lo seguían y también a nosotros, que nos vuelve a llamar una y otra vez, nos dice: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

Es un contexto ya de muerte y resurrección que exige profundamente renunciar a vivir la lógica, incluso a veces religiosa, de un falso seguimiento del Señor. Vivir según los criterios de este mundo o incluso de uno mismo. Es lo que el Señor quiere poner en tensión, en crisis, para renovar el seguimiento. Estamos llamados a ir hasta la muerte con él. Sabemos bien que el padre Esteban entendió en ese ser contemplativo profundo del Evangelio y también del Cristo que se manifiesta en las personas, en los contextos diversos. Aprendió, pero no solo en la confesión de la fe objetiva, sino del corazón.

Esta nueva lógica, que es la lógica de Jesús, estamos llamados a ser renovados en Él constantemente para llevar la cruz, pero no la cruz como signo de muerte. No la cruz que aplasta, sino la cruz como el árbol de la vida. Un árbol que florece y da sentido a la existencia.

La cruz que es profecía, profecía del reino, del seguimiento verdadero, de la causa verdadera, por la cual vale venderlo todo e inclusive dar la vida junto con el Señor. Pidamos en este día, al conmemorar el natalicio del Padre Esteban, poder hacer esa experiencia profunda de centrar nuestra mirada en Jesús, de poder tener espacios profundos de comunión con Él, tanto en la intimidad de la oración secreta en nuestra habitación, y así también espacios de comunión con Él en medio de su pueblo, especialmente de aquellos que sufren persecución o rechazo. Se lo pedimos al Señor que reina por los siglos de los siglos.

SALUDO DE ANDRZEJ LIKAWSKI, SS.CC.

Queridos hermanos y hermanas,

quisiera expresar mi gran agradecimiento al Señor por haber podido visitar Chile este año para conocer mejor la persona y obra del siervo de Dios Padre Esteban Gumucio, cuyo proceso de beatificación está en un punto muy importante.

Mi alegría es tanto mayor porque la visita se produce en los días en que el padre Esteban vio la luz hace 109 años, exactamente hoy 3 de septiembre, y fue incorporado a la comunidad de la Iglesia a través del sacramento del Bautismo.

El contacto personal es siempre más que conocer a una persona, incluso a través de las mejores publicaciones.

Esta es una visita muy importante para mí y estoy sumamente agradecido a los hermanos que la hicieron posible, especialmente al padre Alberto Toutin, nuestro superior general, al padre René Cabezón, superior provincial y al padre Alex Vigueras, vicepostulador de la Casa de Beatificación del Padre Esteban.

 Extiendo también un recuerdo agradecido al padre Sergio Silva, anterior vicepostulador, y a todos los hermanos que trabajaron para que la obra más importante del proceso de beatificación, que es la Posición de Esteban Gumucio, concluyera pronto. Estamos en la recta final, por lo que os animo a rezar más intensamente para la feliz conclusión del proceso.

Al mismo tiempo, quiero dar las gracias a todos los que han participado en la divulgación de su figura y sus enseñanzas y han apoyado espiritual y materialmente el proceso de beatificación.

Personalmente veo al Padre Esteban como un religioso y sacerdote sumamente modesto, que cautiva por su sencillez y su mirada profunda fija en Jesús. Esta concentración en Jesús brota de su confianza infantil y su bondad que abraza a todo ser humano, especialmente a los pobres. Intentemos, queridos hermanos y hermanas, imitar estas cualidades del Padre Esteban. Y hoy, día de aniversario de su natalicio, demos gracias al Señor por el don de su vida santa y por todo lo que ha nacido de su colaboración con la Gracia Divina durante su vida.

Muchas gracias.