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El «Nunca Más» que necesitamos

Hoy, cuando conmemoramos los 50 años del Golpe de Estado civil y militar, traemos a nuestra memoria como congregación, los testimonios inspiradores de dos queridos hermanos que, a partir de su fe en un Dios encarnado, trabajaron codo a codo en la noche oscura de la dictadura, en salvar vidas y dar refugio a los perseguidos, incluso, a costa de sus propias seguridades. Nuestra Casa de Macul, incluso, sirvió de albergue para ello, siendo provincial en ese momento nuestro hermano Manuel Donoso.

Son testimonios que ilustran y fundamentan una gran demanda para la efectiva reconciliación y paz que sea fruto de la justicia. Un llamado que hoy sigue en boca de algunos obispos que, como sus antecesores de los años ’70 y ’80, y buenos hijos del Concilio Vaticano II, hoy ponen por delante dos pilares básicos sustentados en la dignidad humana: el cuidado de la democracia y el irrestricto respeto a los derechos humanos.

TESTIMONIO DE PABLO

Pablo Fontaine al ser consultado, con sus 98 años hace memoria, cuenta que fue varias veces detenidos en la dictadura militar. ”Ese 11 de septiembre estaba en jornada con jóvenes en la Casa de Macul cuando una religiosa, temprano en la mañana, llegó con la noticia. Nos fuimos a la población Joao Goulart donde vivía y vi como ese mismo día, como ya llegaba gente conocida pidiendo refugio. Eran tantos que parecía que cercaban nuestra casa; eso atemorizaba a nuestros vecinos”.

Luego, unos días posteriores, Pablo junto a Ronaldo Muñoz fueron a la casa del Episcopado en calle Cienfuegos para informar a los obispos. Estos los atendieron en la puerta solamente y dijeron estar informados de lo que pasaba. Pero ese mismo día el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal emitió la famosa declaración del 13 de septiembre que decía «nos duele inmensamente y nos oprime la sangre que ha enrojecido nuestras calles, nuestras poblaciones y nuestras fábricas -sangre de civiles y sangre de soldados- y las lágrimas de tantas mujeres y niños. Pedimos respeto por los caídos en la lucha y, en primer lugar, por el que fue hasta el martes 11 de septiembre, Presidente de la República”.

Fontaine y Muñoz sumaron a Mariano Puga, y los tres fueron al ministerio de Defensa para hablar con un oficial exalumno del Colegio Sagrados Corazones de Santiago y manifestarle el horror que se vivía en las calles. “Vi muertos tirados en la calle cuando íbamos al ministerio”, recuerda Pablo, y acota: “cuando íbamos a la cárcel veíamos la indignación de la gente”. De ahí, pasaron a colaborar con el Comité Pro Paz y luego con la Vicaría de la Solidaridad. “Tenía muchos años menos”, comenta.

“Lo más duro que me tocó fue cuando me llamaban de la Vicaría para ir a enterrar gente. Ahí, en una especie de entierro estaban un abogado, una enfermera y el cura, que era yo, rezando. Era un drama de película. Los familiares, cuando sabían de esto, luego me lo agradecían”.

Entre las detenciones que tuvo Pablo por sus acciones solidarias, cuenta que cuando lo subían al vehículo policial, algunos carabineros que lo conocían “hacían como que me pegaban”. En una de esas oportunidades, luego de dormir en la comisaría, lo liberaron y cuando caminaba por las calles “me vi en los televisores de las tiendas que era apresado”. Llegué a la parroquia y estaba todo el mundo rezando por mí… me recibieron con aplausos”.  Pero “con los jóvenes siempre discutía para que no se exaltaran”, acota.

En marzo de 1983, saliendo de una misa en la Iglesia de San Francisco, en la Alameda, en Santiago, con la que se recordaba la pascua del obispo salvadoreño, hoy santo, Óscar Arnulfo Romero, Pablo Fontaine fue detenido por carabineros por portar un letrero que citaba la afamada frase de San Romero de América: “En nombre de Dios, cese la represión”. Con cartel requisado y junto a otro sacerdote, Pablo fue detenido y puesto luego a disposición del Nuncio Apostólico, Ángelo Sodano. Este lo remitió a la casa del cardenal Raúl Silva Henríquez, quien recibió a los dos sacerdotes con un gran abrazo y exclamó son su conocido vozarrón: “mártires de Chile!”.

TESTIMONIO DE ESTEBAN

«Me tocó ver muertos, por ejemplo, seis muertos me tocaron ver en la Malaquías Concha, botados en la calle, con tiro (…) los militares disparando contra las ventanas que estaban (con luces) encendidas o había alguien asomado” relata en una entrevista que se le hiciera el padre Esteban Gumucio, actual Siervo de Dios y en proceso de Beatificación. Él, junto a sus hermanos de comunidad, desafió el toque de queda cada noche desde el mismo día 11 de septiembre de 1973, circulando por los estrechos pasajes de la población y escondiéndose en los rincones oscuros para protegerse de las patrullas policiales.

Hace 50 años, «la gente que rodeaba la parroquia en general estaba en una postura buena», señalaba el padre Esteban, Y añadía: «Se daba cuenta que se estaban conculcando los derechos humanos, pero también había que actuar… la lengua tenía que ser bastante prudente, porque había personas que no lo eran y tenían derecho a estar, ir a misa y estar en la comunidad. Esa fue una realidad. Y el miedo que también estaba… ¡quién no iba a tener miedo! Entonces, mucha prudencia en el hablar, no se tocaban muchos temas».

GRATITUD

En contexto de la congregación, en este día que recuerda el trágico hito en la historia de Chile, el provincial, René Cabezón, expresó: “ante todo quiero agradecer el testimonio valiente de tantos hermanos nuestros, ancianos y algunos fallecidos, así como el de obispos valientes como Enrique Alvear, Raúl Silva Henríquez, y Fernando Ariztía y otros que pese a pensar distinto al gobierno derrocado, fueron fieles al evangelio y la dignidad humana. También gratitud a laicos, laicas y religiosas que ayudaron a refugiar y levantar muertos desde las calles, del Zanjón de la Aguada y del río Mapocho para darles cristiana sepultura”.

CONSTRUYENDO MEMORIA

Hoy, al conmemorarse los 50 años del Golpe de Estado, que desató tantos horrores, estos testimonios contribuyen a la construcción de memoria, tema que ha estado en el debate en Chile y que es consensuadamente puesto en el tapete por diversos organismos y la jerarquía de la iglesia.

Entre ellas, Isauro Covili, obispo de Iquique, participó el sábado último en un acto el memorial de la fosa común encontrada en los años 90, en el cementerio de Pisagua, y junto a religiosas, diáconos, sacerdotes y algunos laicos; elevaron una oración. «Nunca más», indicó el obispo, poniendo de relieve la dignidad de la persona humana, lo sagrado de la vida humana y movidos por la Memoria que aún reclama verdad y justicia».

Antes, cinco religiosas que acompañan las comunidades en el mundo popular y que han estado presente en diversos eventos de derechos humanos y eclesiales, han señalado en estos días, que «»han pasado 50 años y aún no conseguimos la paz que es fruto de la justicia, justicia que ha sido escasa y por lo mismo, mantiene al país lleno de heridas. Sin justicia es muy difícil que logremos la paz, por lo tanto, insistimos en invitar a quienes todavía tienen información sobre el paradero de los detenidos desaparecidos la den y dejen ver la verdad».

Monseñor Ricardo Morales, obispo de Copiapó entregó a su feligresía una carta pastoral sobre los 50 años del golpe de estado. En parte, manifestó que “la violencia jamás será posible invocarla para destruir al otro, jamás la muerte es un argumento que podamos usar, ni menos contra un hermano. Incluso la legítima defensa nos exige siempre el uso proporcional de la fuerza. Digamos claro: la violencia en la política y la violencia de Estado no tienen lugar en una democracia y no deben repetirse”.

Por su parte, la Conferencia de Superiores y Superioras Mayores de la Vida Religiosa en Chile, Conferre, en estos días previos a la conmemoración de los 50 años del golpe de estado civil y militar, emitió la declaración «Memoria y Diálogo», señaló que «La memoria no solo se construye desde el pasado, sino que también desde el futuro, proceso donde recordamos y valoramos nuestra historia común, de lo que somos, pero en función de un sueño que anhelamos, todos los y las religiosas para Chile».

En Concepción, en el acto denominado “Memoria y Futuro: Por la Sagrada Dignidad del Ser Humano”, organizado por el Arzobispado el pasado sábado 9, monseñor Fernando Chomalí, afirmó que “reunirnos es un acto de justicia para el país y es un acto también fundamentalmente ético de reconocer que las personas no se olvidan fácilmente, las tenemos en nuestro corazón”. 

“Mirar el futuro sin reconocer lo que pasó es infantil, el futuro lo tenemos que mirar desde nuestra realidad, desde nuestra verdad, y también desde nuestro profundo compromiso de que la violencia no conduce a ninguna parte”, enfatizó. 

En una columna de un medio nacional, el arzobispo Chomalí recordó: “comprendí y viví el 11 de septiembre como una tragedia. La violencia se apoderaba de la ciudad. A 50 años soy un convencido de que dado que lo que no es asumido no es redimido, es fundamental que se sepa dónde están las personas detenidas y desaparecidas y qué pasó con ellas”, indicó.

Como dijo la Conferencia Episcopal el pasado 27 de julio, en Chile “la herida sigue abierta” y mientras no haya verdad y justicia, no habrá reconciliación. Este “11 de septiembre” es otra oportunidad que se nos ofrece para avanzar en ese sentido.

CLAVES

Por ello, el provincial René Cebezón, añadió dos claves a considerar. “Quiero valorar la democracia sin condiciones pues es el mejor sistema que preserva y respeta la dignidad humana, la justicia y la libertad. Y debemos comprometernos con un nunca más en todo sentido. De modo que lo que, en la formación de valores cívicos permanentes en niños, adolescentes y jóvenes, nazca la convicción de que esta situación no se dé nunca más en Chile ni en ninguna otra parte”.

Y “el amor de la iglesia por sus hermanos y hermanas en su condición de hijas e hijos de Dios nos debe hacer respetar la vida y la dignidad de todas y todos, por encima de ideología y credo” concluyó René.

APN.