El joven español de 19 años, proveniente del Colegio Virgen de Mirasierra SSCC de Madrid, cierra una linda experiencia en la parroquia Espíritu Santo, donde vivió casi un año de servicio y vida fraterna junto a los hermanos SSCC.
“Me voy con la gente que conocí en el corazón. Aquellas personas que me acogieron, que me invitaron a sus casas, que me enseñaron a ver la vida de otra manera”. Así resume su paso por Chile Rafael Vásquez tras un año de misión en la comuna de Diego de Almagro, ubicada en el norte de nuestro país.
Con 19 años recién cumplidos y un corazón inquieto por servir, llegó en septiembre de 2024, justo para las Fiestas Patrias. “Yo no elegí venir a Chile. Solo ofrecí mi disponibilidad a los hermanos de la congregación en España y dije que fueran ellos quienes decidieran. Fue Pedro Gordillo sscc, el provincial, quien pensó que esta provincia era un buen lugar”, cuenta.
Nació y creció en Madrid, en una familia numerosa y cercana. Vive con sus padres, sus abuelos y sus tres hermanos: una hermana mayor, una hermana melliza y un hermano menor. Aunque al principio la idea de dejar el hogar por un año completo y venir tan lejos no fue fácil de asumir para su familia, terminaron apoyando con cariño y confianza esta decisión. “No se hacían mucho la idea de que me fuera tan lejos, pero finalmente los convencí”, dice entre risas. Esa raíz familiar fuerte ha sido también un sostén a la distancia y una motivación para volver a casa y compartir todo lo vivido.
En su estadía en la provincia Chile–Argentina fue parte de la comunidad de hermanos Atacama, conformada por Rafael Domínguez sscc, Gabriel Horm sscc y René Cabezón sscc. “La comunidad ha sido para mí un hogar. Desde el primer día me sentí en casa. No era como estar en una pensión, era vivir en familia”, recuerda.
Una misión que se hizo carne
Dedicó casi un año antes de entrar a la universidad a su misión en esta comunidad, y dentro de las actividades que apoyó, una de las principales fue el trabajo social en la parroquia Espíritu Santo. Su rutina comenzaba cada mañana en el comedor popular: “Cocinábamos y luego yo llevaba almuerzos a los abuelitos a sus casas. Esa relación diaria fue muy especial. Me esperaban con cariño, nos fuimos conociendo. Me marcó profundamente”.
Las tardes estaban reservadas para catequesis, visitas, acompañamiento y participación en diversas actividades pastorales. “Cada día era distinto, pero siempre en el marco del servicio”, explica.
Al preguntarle por los rostros que lleva en la memoria, no duda: “Me voy con las personas, con sus historias, con su cariño. Me enseñaron mucho. Me sentí querido y útil, a pesar de estar tan lejos de casa”.
Vivir la fe en lo cotidiano
Uno de los frutos más importantes de este tiempo fue, sin duda, su crecimiento espiritual. “En Madrid es muy fácil olvidarse de Dios con el ritmo loco que llevamos. Acá fue al revés: vivir la fe fue natural. La comunidad me sostenía, me ayudaba a orar, a crecer. Fue muy bonito”.
Ahora regresa a España para comenzar una doble carrera de Derecho y Relaciones Internacionales. Pero no quiere que esta experiencia quede atrás: “Tengo claro que, aunque ya no esté en el desierto ni en un país extranjero, quiero seguir siendo misionero desde donde esté. No sé aún cómo, pero quiero que esta experiencia siga viva en mí”.
Testimonio que contagia
Con alegría y gratitud, también espera que su vivencia inspire a otros jóvenes. “A mí nadie me propuso esto, surgió de mí. Por eso creo que lo mejor que puedo hacer al volver es dar testimonio. Contar lo vivido, compartirlo. Y si alguien siente ese mismo deseo, animarle a rezarlo, a discernirlo, y a lanzarse”.
Antes de despedirse, agradece: “Estoy muy contento. Me voy con el corazón lleno y con la certeza de que este año marcó mi vida”.