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Domingo 26 de agosto

Por Nicolás Viel ss.cc.

Jos 24,1-2ª.15-17.18b; Ef 5,21 32; Jn 61-70

La fragilidad que permanece

El evangelio de este domingo nos da luces para encontrar sentido en medio de la fragilidad que vive la Iglesia chilena, sus comunidades y nuestra propia familia religiosa.

El grupo de los seguidores va disminuyendo y para muchos de ellos “este modo de hablar es duro”( Jn 6, 60) . Sabemos que el corazón del evangelio siempre incomoda y desinstala, por eso no es extraño que algunos decidan no seguir adelante.

Todos conocemos personas que en algún momento estuvieron muy implicadas en el seguimiento de Jesús y en la vida de la Iglesia, y hoy están alejadas. Los motivos y situaciones de estas partidas son variados. Algunos se han alejado porque la crisis o incoherencia de la Iglesia les duelen y desconciertan. Se han alejado porque esto del evangelio era para tiempos de mayor juventud y utopía, y la vida les pide mayor “cordura y estabilidad”. Se han alejado porque se les cansó el amor y sus renuncias no encuentran nuevos sentidos. Se alejaron porque el servicio a los pobres los rompió en su fragilidad interior. Probablemente muchos de ellos quedarán en “tierra de nadie”, esperando que algo o alguien los incentive a volver, pero otros abrirán caminos nuevos sin punto de retorno.

Dentro de estos “alejamientos” también están aquellos que “sin salir del grupo o la institución” están espiritualmente alejados e instalados en cómodos modos de vida, sin preguntas, llevados por la inercia de una tarea frente a la cual responden con algo de sensatez. Permanecer dentro del grupo no garantiza la fe ni la fidelidad al evangelio.

“Muchos discípulos se echaron atrás” (Jn 6, 66). Una de las experiencias más dolorosas del seguimiento de Jesús, es el abandono de algunos compañeros y compañeras de camino. Cada partida, independiente de los motivos que tenga, remece interiormente, nos conecta con esa soledad fundamental de toda vida humana y nos lleva a buscar razones para comenzar nuevamente. Por algo uno de los padres de la Iglesia sostenía que en la vida de fe “vamos de comienzo en comienzo”. Cada partida supone un nuevo comienzo.

Lo interesante del evangelio es que Jesús nunca reprocha ni hace juicio sobre aquellos que se van. No anda desesperado buscando causas o haciendo análisis del alejamiento. Tampoco se desespera o se desanima frente a la disminución del grupo ni se instala en un discurso de fragilidad, que muchas veces inmoviliza y adormece. Jesús confía su vida y misión al Espíritu, que es el que verdaderamente “da la vida” (Jn 6, 63). Para Jesús la disminución y fragilidad del grupo nunca es una excusa para arriesgar la vida en la búsqueda de nuevos caminos de servicio al reino y para hacer la voluntad de su Padre.

La partida de quienes compartimos el seguimiento es dolorosa. Su ausencia deja huella y cuestiona las bases de nuestra fraternidad, la cual vivimos muchas veces con cordialidad y amabilidad, pero sin entrar en lo profundo de la vida del hermano o hermana. Nos saludamos con afecto pero no nos interpelamos con cariño.

¿También ustedes quieren marcharse? (Jn 6, 67).La pregunta que formula Jesús a los discípulos y discípulas vacilantes es dura, pero esconde una enorme posibilidad de libertad. El Señor solo comprende la relación con nosotros desde la libertad. Si queremos, nos podemos ir. “A más Dios siempre más libertad”. Esta pregunta nos golpeará varias veces a lo largo de nuestra vida. Algunas veces nos encontrará en medio de batallas y tormentas, y otras veces seremos nosotros los que la busquemos en medio de la calma y la paz.

Cada vez que el grupo se empequeñece, cada vez que algún compañero o compañera de camino decide jugarse la vida en otras opciones, cada vez que vemos a un hermano o hermana arrastrando un seguimiento por inercia, vamos a necesitar renovar interiormente la respuesta de Pedro ¿A quién vamos a acudir? Solo tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 67). Nuestra permanencia depende de la renovación interior de esta pregunta y afirmación. Y también depende de sabernos frágiles, necesitamos de la comunidad y del Señor que en cada partida nos invita a vivir nuevos comienzos y nuevas aventuras en su nombre. A mayor fragilidad mayor libertad para arriesgar la vida. Todo se sostiene desde nuestra relación con Jesús. En él nuestra fuerza, fuente y alegría.