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Domingo 29 de julio

Por Beltrán Villegas ss.cc.

Ex 16,2-4.12-15; Ef 4,17.20-24; Jn 6,24-35

No se si se fijaron ustees que el evangelio de este domingo está tomado de Juan, siendo que estamos en el «ciclo B» dedicado a Mc. Lo que pasa es que Marcos es demasiado corto, y su material no alcanza para cubrir todos los domingos del año. Y lo que ha hecho la Iglesia ha sido tomar el episodio de la multiplicación de los panes (que en Mc se encuentra a continuación del trozo leído el domingo pasado) como aparece en Juan y no como aparece en Marcos; y ello por una razón muy clara: en Jn. este episodio da pie al largo discurso de Jesús sobre el «Pan de Vida», al que se le va a dar lectura en los 4 domingos siguientes (18-21), para retomar el relato de Mc. en el domingo 22.

Es evidente que el episodio de la multiplicación de los panes se conservó en la tradición de la Iglesia primitiva sobre todo por su alcance eucarístico: nuestros primeros hermanos en la fe lo recordaban al celebrar la Cena del señor, para tomar conciencia de que Jesús es el que admite anticipadamente al «Banquete del Reino de Dios» de una manera ya prefigurada en la multiplicación del pan. Pero como va a ser el alcance eucarístico de este gesto o «signo» el que vamos a ir descubriendo en los cuatro domingos siguientes a partir del discurso sobre el «Pan de Vida» , los invito a detenernos hoy sobre otros elementos del relato evangélico que hemos leído.

Ante todo hay que darle todo su valor a la preocupación de Jesús por el hambrede la gente y a su voluntad de ponerle remedio. El hambre real y material de nuestros hermanos no puede menos que interpelar a los seguidores de Jesús ¿Podemos mirar como un hecho «neutro» que no nos afecta la situación de hambre en nuestro mundo? ¡Hay por lo menos mil millones de personas para las cuales el hambre es una obsesión tan absorbente que – como decía Ganhdi, solo pueden concebir a Dios con figura de pan! ¿Qué podemos hacer? Es evidente que no todo, pero es igualmente evidente que sí algo. Pero no haremos nada si no estamos íntimamente convencidos de que el hambre ajena constituye una interpelación para cada uno de los que no pasamos hambre.

En segundo lugar podemos fijarnos en que Jesús al tomar el pan y los peces, da graciasa Dios. La necesidad de comer es la manifestación más visible de lo contingente y frágil que es nuestra existencia; y, por eso, cuando nos es dado colmar esa necesidad, tendría que despertarse en nosotros la conciencia de que la raíz última de nuestro ser y de nuestra mantención está en la generosidad gratuita de Dios. Felizmente en muchas familias se está haciendo normal el dar gracias a Dios al sentarse a la mesa, recurriendo a las famosas fichas redondas de Miguel Ortega. En la medida en que ese gesto no se rutiniza, y en que hay siempre una verdadera toma de conciencia, esa oración pasa a ser una muy eficaz catequesis familiar de espíritu cristiano.

En tercer lugar destaquemos el gesto de Jesús de «distribuir».Si somos conscientes de que lo más importante que tenemos – la vida – es un regalo gratuito de Dios, nos sentimos movidos a compartir lo que tenemos como añadido a la vida, e incluso a ver nuestra vida misma como llamada a servir a los demás. Entrar al seguimiento de Jesús significa aceptar que lo que somos, tenemos, lo que sabemos, lo que podemos, todo, debe estar puesto al servicio de los menos favorecidos que nosotros. Toda sociedad tiene un sistema de distribución de los bienes para lograr una equidad que la justifique éticamente, tales «contribuciones» legales son el mínimum obligatorio de la actitud distributiva inherente al seguimiento de Jesús. Subrayo esto porque los niveles de evasión tributaria en nuestro país son muy altos, y esa evasión es éticamente injustificable. Nos preocupamos mucho de la «multiplicación» de la riqueza, pero es una «multiplicación» que debe complementarse con la «división».

Finalmente cabe señalar cómo Jesús rehuyó a los que querían hacerlo reya raíz de su milagro. Cuando hacemos algún favor a otra persona, se nos abre la posibilidad de adquirir o ejercer cierto «poder» sobre ellas, o – si se quiere – de hacer que en ellas se cree una relación de dependencia respecto de nosotros. Y es muy fácil hacer uso de tal posibilidad. Pero la actitud de Jesús tiene que hacernos «desinteresados», en el buen sentido de la palabra. Tenemos que estar en guardia contra la tendencia instintiva a convertir a los demás en instrumentos para nuestra propia realización y satisfacción.