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Domingo 4 de noviembre

Por Beltrán Villegas ss.cc.

Dt 6,2-6; Hb 7,23-28; Mc 12,28-34

Muchas veces he comentado que la gran novedad del mensaje de Jesús consistió en darle presencia al reinado de Dios, confinado por sus contemporáneos en un espacio y un tiempo diferentes de los de nuestra vida y nuestra historia. Este «acercamiento» del reinado de Dios a favor de los desheredados y de los pecadores, es la esencia misma del evangelio.
Para los judíos contemporáneos de Jesús la voluntad de Dios se expresaba íntegra y definitivamente en la Ley dada hacía siglos por Moisés. En esto también el mensaje de Jesús nos trae a nuestro presente, a nuestro «aquí y ahora». Para Jesús la voluntad de Dios está siempre cerca de nosotros, porque se encarna en el «prójimo» que requiere de nosotros respeto, estimación de su dignidad, y servicios.
Por cierto, para Jesús Dios es por definición el centro de toda nuestra vida, y eso lo expresa con la fórmula del Deuteronomio 6,4-5 que los judíos rezaban (y rezan) tres veces al día. Para Jesús, Dios es el Absoluto, el Primero, el que nos ha amado; y «amarlo» consiste en alegrarse de que Dios sea Dios y en dejarse amar por él con gozo y gratitud, y también en hacer propio ese amor de Dios con toda su universalidad.
Pero Jesús no quiere que esta universalidad se quede en lo abstracto. Para él, lo decisivo se juega en el hermano que por una u otra razón llega a estar «cerca» de nosotros. Y esto lo expresa con un oscuro precepto que se encontraba en Lev 19,18.»No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh». A estas palabras, Jesús les atribuye el carácter de expresión íntegra y cabal de «la Ley», de la voluntad sagrada de Dios, y así lo entendió la Iglesia primitiva (Mt 22,37-40; Rom 13,8-13; Gal 5,13-14).
Este «amor» al hermano cercano no es un sentimiento afectivo, como la simpatía, la amistad o el «enamoramiento». El implica sobre todo tres cosas:
1) Respeto de sus derechos, y -en primer lugar- de su derecho a no verse reducido a «objeto» o «instrumento» de nadie (ni de nada).
2) Voluntad de servicio efectivo si se encuentra en necesidad (cf. 1Jn 3,17; Sant 2,15)
3) Aceptación de la posibilidad y deseabilidad de entrar en comunión con él.
Ustedes comprenden que una vida dominada por el amor, como lo entiende Jesús se torna muy imprevisible, y que todo «encuentro» con otro viene cargado de «sacralidad»: cada hermano es de veras un «sacramento» que nos trae a Dios y que nos lleva a Dios.