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Primer domingo de Adviento 2015

Por Oscar Casanova ss.cc.

Jer33, 14-16; Sal 24; 1Tes3, 12-4, 2; Lc21, 25-28.34-36

“Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación”.

Este domingo, 29 de Noviembre, todos juntos damos comienzo a un nuevo año litúrgico inaugurado por el hermoso tiempo de Adviento que, con aires de misteriosa novedad, nos impulsa a renovar nuestra esperanza, pese al constante dolor, cercano y lejano, que resiente nuestro presente. Y cabe la pregunta, que muchos nos hacemos hoy en día, cómo adquirimos una esperanza que no esté atravesada por una cierta ingenuidad no declarada.

Las lecturas de este Domingo nos invitan precisamente a tener el valor de contemplar la realidad con toda su crudeza, a volver el rostro hacia la hondura del dolor y ahí, con la mirada firme, permanecer en la esperanza, pues sólo en ese escenario, la esperanza se vuelve real. ¿Dónde encontramos una esperanza así? En las lecturas de este domingo podemos encontrar tres palabras claves: Promesa, Confianza, Amor.

La primera lectura, tomada del libro de Jeremías, expresa en breves palabras lo único que continua sosteniendo, a duras penas, a un país azotado por el desastre. En un contexto imposible para el pueblo de Israel, el profeta vuelve a recordarles el origen y la fuente constante de la cual se alimenta su alicaído anhelo, toda su esperanza, en determinadas cuentas, toda la existencia del mundo se sostienen en una promesa, en la Gran Promesa. El oráculo del Señor, en esta ocasión, no busca primeramente, llamar al pueblo a la fidelidad, o que actúen de una determinada manera, sino que intenta recordarles que es un Dios comprometido que ha empeñado su palabra primero y por lo tanto, invita a la confianza en ella. Vuelve a recordarle a las adoloridas Casas de Israel y de Judá que su esperanza no está puesta sino en ese vínculo íntimo entre ellos y su Dios, un vínculo que ninguna invasión ni ningún exilio puede arrebatarles, un vínculo invencible porque no se sostiene en la fidelidad del pueblo, sino en la palabra empeñada de un Dios que cumple. Únicamente en esa experiencia de entregar la confianza en Alguien, en una Voluntad amorosa que exclama ¡no te dejaré solo, no los dejare solos! Es posible volver a “levantar la cabeza”. Las palabras del salmo 24 no dejan lugar a dudas, a Ti Señor elevo mi alma… guíame por el camino de Tú fidelidad…Todos los senderos del Señor son amor y lealtad.

La segunda lectura, de la carta de san Pablo a la comunidad de Tesalónica, pone el acento en el Amor mutuo, un Amor que no viene sino de haber confiado en la promesa de Dios, que para el apóstol de los gentiles se concreta plenamente en Jesús, la palabra (promesa) hecha carne. Confiar en la promesa de Dios, es confiar y sumarse a su método fundamental, que es el Amor, un Amor que lleva, no podría ser de otra manera, a comprometerse. Un compromiso que va dirigido, en primer lugar a los destinatarios primordiales de la promesa de justicia, los que sufren bajo la injusticia. En ese sentido, es en ese amor comprometido, que tiene su referente principal en una cruz, que la esperanza pierde su ingenuidad, y permanece, sin voltear el rostro, ante las realidades más cruentas. Las realidades cercanas, que nos urgen a actuar, o aquellas realidades lejanas que muchas veces observamos paralizados y sólo se acercan por la gracia de la misericordia y la terrible impotencia.

Con toda su fuerza, el Evangelio según san Lucas retoma lo anterior: la promesa, la confianza y el amor, y nos enseña las palabras de Jesús con respecto a lo que nos cabe esperar. Volvemos a escuchar el lenguaje apocalíptico que alimenta nuestra imaginación y en ocasiones nos tienta a buscar en cada acontecimiento un signo del fin. Pero pronto notaremos, que los cielos estremecidos de las actuales Siria y Francia se parecen mucho a las noches ensangrentadas de Ruanda del 94 o de la siempre maltrecha América Latina, y que el mar enloquecido del Chile del 2010 guarda una estrecha similitud con las costas de Tailandia del 2004, y que en definitiva, a lo largo y ancho de la historia siempre es el mismo miedo y el mismo dolor. Es el mismo corazón humano estremeciéndose, unido tan estrechamente a la más íntima hondura de Dios, porque Dios también es humano. Y así, lo más significativo es la voz de Aquel que permanece en su promesa diciendo “Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación”.

El Hijo del Hombre es el que vendrá con Gloria y Poder a liberarnos definitivamente, es el que ya ha venido y nos ha enseñado en que consiste su Gloria y Poder, que no es otra cosa que un Amor que se compromete hasta la muerte, un Amor que es fuente de vida plena para toda la humanidad, y una vida que es esperanza primeramente para los que viven en la angustia de una injusticia radical. Es también el que está viniendo, el que a cada segundo vuelve a renovar su promesa y a invitarnos a confiar, a confiar que el inmenso dolor, que para nuestro pudor, la mayoría de las veces (no siempre) sólo contemplamos desde la seguridad de nuestros hogares, no puede ser la última palabra, sino la fidelidad de un Dios humano, que se jugó la vida para ganarse nuestra confianza, y que en este comienzo de un nuevo Adviento nos invita una vez más, a renovar la esperanza comprometida y atenta a Su Amor, actuando hoy.