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Segundo domingo de Adviento 2015

Por Rafael García ss.cc.

Baruc 5,1-9; Salmo 125,1-6; Filipenses 1,4-11; Lucas 3,1-6

En este segundo domingo de Adviento las lecturas que nos propone la Iglesia están marcadas por la espera alegre con la que hemos de vivir este tiempo. Aparece la certeza de que ya en el hecho de esperar, de vivir la esperanza, ahí ya está presente el Señor al que esperamos. Dicho de otro modo, no es que esta espera del Adviento esté disociada de la presencia misma de Dios, sino que, en la alegría y la esperanza con la que la vivimos, ya se está expresando la fuerza y la presencia del Señor. Por eso, este tiempo de conversión también es esencialmente feliz, ya que la perspectiva de la venida de Jesús es lo que nos prepara para poder reconocerlo y abrazarlo en la sencillez del pesebre de Belén.

No por nada el profeta Baruc nos invita a quitarnos de encima las aflicciones y las penas, para así poder vestirnos con las ropas de la gloria y la felicidad. Es nuestra vida la que resplandece en la preparación del abrazo navideño, un abrazo que nos vincula a otros -¡que le permite a Jerusalén mirar a sus hijos reunidos!- y que nos permite a todos nosotros esperar-juntos, uniéndonos a la creación entera, a los bosques, los animales y las estrellas en el camino alegre de la gloria prometida por Dios. De ahí que podamos cantar con el salmo ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!

¿En qué medida este Adviento está siendo una preparación y experiencia comunitaria para mí? ¿Siento que estoy viviendo esta espera-nza con otros? ¿O simplemente la vivo en la intimidad de mi propio corazón? ¡Hagamos como san Pablo, que llevó en el corazón a sus hermanos filipenses y no sólo esperó-con-ellos, sino que también esperó-para-ellos! Nuestra esperanza siempre estará referida también a otros -nuestra familia, nuestros amigos, la Iglesia-, pues confiamos que, en esa espera, Aquél que comenzó en ellos la buena obra la irá completando hasta el día de Cristo Jesús.

¡Que este Adviento, por lo tanto, sea la ocasión para rezar y esperar el bien y la alegría de los demás!

Finalmente, el Evangelio nos viene a presentar una figura que encarna plenamente el ideal de la espera y de la preparación: Juan el Bautista. Su contexto social y político -tan claramente detallado por Lucas- es lo que está detrás de sus palabras y lo que da sentido a su vida itinerante y al anuncio que él asume para sí. Juan se va al desierto y es ahí, en el lugar del silencio y la aridez, donde Dios le dirige su palabra. Al igual que Jesús, el desierto es el lugar que le permite mirar con perspectiva y descubrir cuál es la misión para su vida: ser la voz que grita en el desierto “¡preparen el camino del Señor!”. El punto está en que este anuncio no sólo se queda en las palabras del Bautista, sino que ellas lo llevan a emprender la misión de bautizar y preparar a las personas para la llegada de Jesús, misión que, a la larga, le terminaría costando su propia vida.

Por lo tanto, podemos ver cómo Juan el Bautista se terminó configurando con aquel a quien él anunciaba. Existe una relación casi de identidad entre la persona que anuncia y la persona anunciada; el Maestro viene a darle sentido a la vida del discípulo y, en Juan, podemos reconocer que esto efectivamente ha sido así. ¿Qué implica para mí el hecho de esperar a Jesús? ¿Es una espera como cualquiera? ¿Cómo hago que mi anuncio y mi vida sean coherentes con ese Cristo que intento anunciar? ¿Qué acciones concretas puedo hacer para expresarlo a él?

Podemos ofrecer estas preguntas en una oración sencilla y alegre al Señor.