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Domingo 31 de enero de 2016

Por Nicolás Viel ss.cc.

Los haitianos del parque forestal

Hace pocos días caminando por el parque forestal pude ver que había seis personas que trabajaban en la mantención del parque. Todo eran haitianos y conversaban entusiasmadamente en Creole, su lengua nativa. Me sentí por algún minuto extranjero en mi propia ciudad. Me di cuenta que nuestra ciudad se ha estado configurando de manera nueva, con la llegada de muchos hermanos que vienen de países más pobres, buscando establecer su vida en medio nuestro.

El evangelio de este domingo, que nos muestra a un Jesús en plena actividad pública, tiene algo que ver con los haitianos del parque forestal.

El texto nos ubica en la sinagoga de Nazaret, lugar de origen de María y José (según la misma obra lucana). Jesús acaba de tomar el rollo de la ley y ha identificado su misión profética con el profeta Isaías, presentándose como ungido por el Espíritu Santo para anunciar la buena noticia a los pobres y liberar a los cautivos. Jesús se ha presentado ante el pueblo judío, como la buena noticia que se anuncia hoy. Él es el hoy de la salvación.

Jesús se propone, en este pasaje, restaurar el mundo tal y como Dios lo quiere, lo que produce una enorme admiración y al mismo tiempo un fuerte cuestionamiento. Se puede constatar, en este texto bíblico, que las palabras de Jesús provocan admiración y rechazo. Es la dimensión conflictiva del evangelio, que muchas veces nos cuesta asumir en nuestra vida de fe.

Jesús vive su condición de hijo entre la admiración y la ira. Su experiencia de Dios se vive en medio de la paradoja. Mientras unos quieren acercarse otros quieren expulsarlo. Al mismo tiempo que es alabado otros quieren matarle. La presencia de Jesús no deja a nadie indiferente y no conoce de caminos neutrales o medias tintas.

La presencia de Jesús invita a definir aspectos fundamentales de la vida humana, de otro modo, viviríamos un cristianismo a la medida de nuestro intereses y eso no tiene mucho que ver con el corazón del evangelio, que siempre invita a desacomodarse.

La presencia y la palabra de Jesús desafían al auditorio, por este motivo Jesús intenta explicar lo que está sucediendo, al señalar que “nadie es profeta en su propia tierra”. Ante tal incertidumbre, Jesús pone el ejemplo de Elías y Eliseo, grandes profetas de la tradición de Israel. La utilización de estos dos profetas tiene una intención bien definida por parte de Jesús. Al evocarlos recuerda la experiencia de Elías con la viuda de Sarepta (Fenicia y extranjera) y la curación de Eliseo de Naamán (Sirio y extranjero). Jesús quiere abrir el proyecto de Dios, por ese motivo se incorpora a la tradición profética de Israel con una perspectiva universalista.

Jesús va tomando conciencia que su experiencia de Dios supone una experiencia de apertura a los extranjeros, puesto que él está llamado a ser luz para las naciones (así lo profetizó Simeón). La verdadera experiencia de Dios supone abrir la vida hacia nuevas realidades, personas, preguntas y heridas. Nos hace falta como Iglesia abrir todavía mucho más nuestra misión. Son muchos los que todavía se sienten excluidos de este camino. ¿Estará nuestra experiencia de Iglesia lo suficientemente abierta a esta nueva realidad? ¿Se sentirán estos hermanos haitianos del parque forestal cómodos y acogidos en nuestra cultura?

Por último, el versículo final, nos señala que pese a toda la dificultad Jesús sigue su camino. Jesús no echa marcha atrás en los momentos difíciles y no justifica su pasividad en las crisis eclesiales, porque la urgencia del Reino está por encima de los irrelevantes conflictos de poder. Hay que seguir adelante, pese a la fragilidad personal e institucional, porque la invitación de seguir abriendo el proyecto de Dios no puede tenernos como espectadores de esta nueva realidad.