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Tercer domingo de Cuaresma 2016

Por Eduardo Pérez-Cotapos ss.cc.

Lucas 13,1-9: tiempo de conversión

Con frecuencia imaginamos a Dios como un gran policía o guardián del orden, que debería castigar a los malos y premiar a los buenos. Usamos esta imagen de Dios para resolver muchos conflictos que se nos van presentando en la vida, especialmente para gozarnos en el castigo de los «malos»; tal como el episodio que van a comentarle a Jesús: que un grupo de galileos, posiblemente de mala fama, fueron asesinados, y además humillados mezclando su sangre con la de animales. ¡Se lo merecían!, podríamos pensar.

La respuesta de Jesús no se demora: ¿creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás? … y si ustedes no cambian de vida, les pasará lo mismo. Además Jesús ejemplifica su respuesta con un comentario que recoge los acontecimientos de esos días: ¿creen que los que murieron cuando se derrumbó la torre que estaban construyendo en Siloé eran más culpables que los otros? Nuevamente la respuesta es clara: les aseguro que no; y si ustedes no se convierten acabarán de la misma manera.

Es decir, en vez de continuar imaginándonos a un Dios policía y sancionador, que castigaría a quienes nosotros consideramos malos, y premiaría a los que nosotros consideramos «buenos», debemos arriesgarnos hacer a la experiencia de un Dios misericordioso que anhela la conversión de todos. Esto hace la diferencia cualitativa en la experiencia del Padre de Jesús.

El evangelio según san Marcos 11,12-14.20-21 narra un episodio simbólico: al acercarse a Jerusalén, Jesús se encontró con una higuera frondosa pero sin fruto; un árbol estéril. La maldijo, y al día siguiente los discípulos la encontraron seca hasta la raíz. Fue castigada por no dar frutos. Este domingo el evangelista san Lucas nos ofrece una narración muy diversa. El encuentro de Jesús con la higuera estéril es muy diverso. En vez de maldecirla, el narrador intercede en su favor ante el dueño del árbol: no la cortes, es más apropiado darle un tratamiento intensivo, cultivarla y abonarla, darle aún otra oportunidad más. Es posible que en adelante pueda dar frutos.

Si estamos en vida, no es porque hayamos sido especialmente buenos. Sino porque a pesar de lo mucho que hemos fallado, el dueño de nuestra vida nos está dando una oportunidad más para que demos más y mejores frutos. Nos está cultivando y cuidando, pese a nuestra esterilidad y rebeldía. El tiempo de cuaresma es este tiempo de conversión. Aprovechemos la oportunidad y demos frutos de conversión.

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, narra el primer encuentro de Moisés con Dios en el Sinaí. En la zarza ardiendo Dios revela su nombre: «Yo soy el soy». Que con un poco de flexibilidad podemos traducir como «Yo soy el que seré», el que te acompañaré siempre en tus caminos, el que será siempre tu apoyo y sostén. Y también «Yo soy el que te hace ser», el que te sostiene y te da la vida. Es interesante el vínculo que la liturgia establece entre ambos textos, poniéndolos en el mismo domingo. La liturgia parece decirnos: el auténtico rostro de Dios, su verdadera identidad, aparece cuando nos centramos en el Dios de misericordia, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mateo 5,45).