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Gritos y susurros

Por Alex Vigueras Cherres ss.cc.
Superior Provincial

Desde hace un tiempo he tomado conciencia de que no hay que prestar atención solo a los clamores de la gente: esos gritos que surgen del dolor, de la indignación o de la impotencia. En efecto, también hay que poner atención a los susurros, pues el sufrimiento, la pena, incluso la esperanza a veces no va revestida de la vistosidad del grito, sino que surge en la timidez del susurro. Y para escuchar los susurros hay que acercarse… y mucho. Los susurros no están en los diarios, no traspasan las paredes, no se oyen a distancia. Casi hay que tocar al otro para oírlos.

Hace unos días, una religiosa hermanita de Jesús me corrigió cuando dije: «para oír los susurros hay que estar cerca». Ella dijo: «más todavía, hay que estar dentro». Y yo le he seguido dando vueltas a esta observación. Pues me lo dijo una hermana de una congregación cuyo carisma es ser pobre con los pobres, presas con las presas, trabajadoras con las trabajadoras, gitanas con las gitanas.
«Hay que estar dentro». Tal vez porque, si solo voy de paso, escucharé el susurro pero no lograré comprender toda la hondura que tiene. Algo como lo que le pasa a los enamorados que, de tanto estar juntos, se hacen capaces de comprender no solo los susurros, sino también las miradas y los silencios.
Compartir, convivir, entrar en el mundo del otro se transforma en la condición de posibilidad para conocer.
Tal vez es eso lo que ha tenido claro el papa Francisco al llevarse 12 inmigrantes desde la isla de Lesbos al Vaticano. Qué diferente será el sufrimiento y los sueños de los inmigrantes después de un tiempo de, no solo tenerlos cerca, sino sentados en la misma mesa.