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Alberto Toutin, Superior General SS.CC.: “Cualquier repliegue institucional es síntoma de más enfermedad”

Compartimos entrevista publicada en la revista Nuestra Vida 2018. 

Dice que está en paz. Incluso contento. Ambas cosas lo sorprenden porque dice que “mi natural sería estar sobrepasado por la responsabilidad, más bien estar preocupado por lo que hay que hacer”…

Una conversación por skype a días de la histórica –para nosotros- elección de dos generales chilenos para la congregación, nos deja con la sensación de que en verdad está en paz y contento. “Estoy verificando eso de que cuando hay una buena decisión tomada en el espíritu, hay muchas paz y consolación”, se dice a sí mismo. “La figura es como estar arriba de una ola, y en esa ola me voy moviendo, avanzando, ahí hay una gracia muy especial que hace que hoy día en este momento de mi vida, de la congregación, de la iglesia, este servicio que se me ha pedido lo reciba como una gracia que me hace estar en paz”.

¿Te lo imaginaste?

Me imaginaba que me iba a quedar seis años más como consejero, pero nunca en esta responsabilidad. Pero en el sondeo alguien me dijo que con esos votos ya podrían haberme escogido como general, me tuve que hacer la idea.

¿Qué significado tiene este servicio para ti?

Es muy distinto ser consejero que ser superior general, con Javier me ayudaba mucho saber que los hermanos se dirigían a él y no a los consejeros… estaba confortablemente bien en ese rol de consejero. Pasar ahora a superior general es pasar a un rol simbólico importante, los hermanos ven en el superior general de un cierto modo -y eso es lo simbólico y exigente- por dónde va la congregación.

Pondré lo que sé hacer mejor que es una especie de liderazgo más fraterno, de acompañamiento de aquellas iniciativas que se están tomando, soplar sobre las buenas decisiones que los hermanos están tomando, darse más tiempo para simplemente interesarse en los que están los hermanos. Si de eso se trata, creo que el servicio del superior general que voy a ejercer en los próximos años, va a estar caracterizado en una presencia más fraterna de hermano mayor que acompaña en el camino.

¿Cómo has visto la crisis?

Hemos tenido el privilegio de tener un papa que se equivoca y que es capaz de enmendarse, y eso nos pone frente a una persona humana, honesta, capaz de decir que no ha tenido los elementos adecuados para la toma de decisión y que no solo se queda en la confesión de la falta, sino que además se dota de los medios con los que cuenta para enmendar ese error y para poder ofrecer una ayuda en este caso a nuestra iglesia. El segundo privilegio es que lo que ha quedado de manifiesto como modo de funcionamiento eclesial respecto de las situaciones de abuso de poder, sexual o de conciencia no de hace mucho tiempo atrás, dejó en evidencia una cultura clerical en la que estamos todos metidos, incluida nuestra congregación y que se está desmoronando. Y ese sistema no solamente ha hecho daño, sino que además ha impedido que podamos estar más sensibles a los grandes desafíos de la iglesia de Chile, a imaginarnos otra forma de vivir el ministerio, menos desde los privilegios de una posición adquirida y más desde el contacto, la audacia, el riesgo pastoral. Una iglesia más dispuesta a meterse en las luchas, los desafíos de nuestro mundo para decir, un iglesia más sudada, más cansada porque está allí en el día a día y la gente la siente así y menos centrada en sus preocupaciones internas e imagen pública o de mala gestión de palacio. Todo eso ha sido una bendición porque lo que nos esperará, porque estamos lejos de salir de esta crisis, es poder quedar en libertad para decir que también nos hemos equivocado y no hemos sido diligentes ni suficientemente empáticos para escuchar a las victimas, no hemos sido capaces de aplicar los protocolos que nosotros mismos nos hemos dado, so pretexto de estar todavía en una situación de privilegio que nos pondría al margen de esas exigencias. Hoy día eso es imposible. Tenemos que ser capaces de poner el evangelio al alcance de las preocupaciones reales de las personas, si para eso tenemos que pasar por la crisis que estamos atravesando, digo: bendita crisis. Estamos lejos de salir de ella porque ese nudo clerical lo tenemos metido hasta la médula. Ha sido necesario este golpe fuerte para despertar. Estamos despertando.

Fraternidad, pecado y reparación…

El pecador sigue siendo hermano nuestro. ¿Qué camino hacemos para que ese hermano que ha cometido error, crímenes o delitos, pueda reparar el daño y darse cuenta de que ha dañado a otro, y entre en esa dinámica de cambio y conversión? No basta con ser hermano. La auténtica fraternidad cristiana, donde el hermano es siempre hermano más allá de su pecado, significa que nos hacemos cargo también de errores y crímenes. Si hay crímenes deben ser reconocidos por la justicia civil… Debe haber un nivel de reparación. Esperamos que en nombre de esa misma fraternidad haya conciencia del daño que a otros le hayamos podido causar, eso está exigido precisamente por nuestra fraternidad. La fraternidad no es una justicia más débil, sino que es poner en perspectiva que: haya hecho lo que haya hecho un hermano, sea ordenado o no, es la fraternidad la que nos pone en el camino de conversión, reparación, verdad y justicia.

¿Cómo volver a mirar la misión?

El centro no somos nosotros, sino la amistad de Jesús. Esa amistad la queremos ofrecer en especial a los que no cuentan, a los que están postergados, marginados, y en un contacto real. Ese movimiento es el que nos va a sanar. Cualquier repliegue sobre nosotros mismos, cualquier repliegue institucional, cualquier búsqueda de cuidado de imagen, es síntoma de más enfermedad. Lo que nos va a sanar es que siendo los pecadores que somos, compartimos la amistad que Jesús tiene, pero para otros, al alcance de otros, en contacto con otros. Y eso siempre se hace a la escala de un diálogo de una persona con otra; el tiempo que necesitamos caminar juntos para que el otro descubra que esa amistad es efectivamente una buena noticia.