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Domingo 17 de febrero

Por Beltrán Villegas ss.cc.

Jer 17,5-8; 1 Cor 15,12.16-20; Lc 6, 17.20-26

El evangelio de Lc presenta un elenco de «bienaventuranzas» (más sus simétricos «ayes») que no se deben confundir con el elenco de bienaventuranzas que nos presenta Mt. La última bienaventuranza (la 4ª de Lc y la 9ª de Mt) es virtualmente idéntica en ambos evangelistas, pero entre las tres anteriores de Lc y las ocho de Mt hay notables diferencias. Si uno se fija bien, en Lc se encuentra un elenco de tres situacionesdeplorables (pobreza, aflicción y hambre) que se verán superadasen el Reino de Dios. En cambio en Mt tenemos un elenco deactitudeslaudables que serán premiadasen el Reino de Dios; y entre estas actitudes virtuosas figuran la «pobreza de espíritu» y el «hambre y sed de justicia». Los dos elencos tienen cada uno su verdad, pero no se deben mezclar ni confundir las bienaventuranzas de uno con las del otro.

Como hoy nos ha tocado el elenco de Lucas, el de las «situacionesdeplorables», tenemos que esforzarnos por comprender el sentido del texto que hemos leído. Lo primero que hay que señalar es que aquí la pobreza, la aflicción y el hambre aparecen como males, y a los que sufren estos males (¡que son las mismas personas y no tres categorías diferentes!) se les promete que su situación deplorable quedará superada y eliminada con la llegada del Reino de Dios.

Este texto hay que comprenderlo a la luz de todos esos dichos de Jesús, conservados en los evangelios, según los cuales el reinado de Dios va a significar una inversión total del mundo humano. Una de las frases más citadas en los evangelios es la que afirma que el reinado de Dios implica que «los primeros serán últimos, y los últimos, primeros» (Mt 19,30; 20,16; Mc 9,35; 10,31; Lc 13,30). Cuando los criterios de Dios son los que priman, el «orden» del «mundo humano» pasa a ser distinto. Cuando es Dios quien reina, los valores vigentes se ven cuestionados y sacudidos. Los que más le importan a Dios no son los ricos y poderosos, sino los pobres y marginados. No es que la riqueza sea un mal y la pobreza un bien, ni que los pobres y marginados sean mejores que los ricos. Es la estructuración de nuestro mundo la que está torcida: esa que nos hace decir «pobre, pero honrado». El reinado de Dios se echa de ver en el fin de la exclusión de los pobres. De modo que tenemos un indicador valórico, para una cultura o una nación, en la preocupación por un acceso equitativo a los bienes de todos los miembros de una comunidad, teniendo como criterio lo que les pasa a «los pobres».

Vale la pena subrayar finalmente que el evangelio de Lc, que hemos leído, supone que la comunidad cristiana destinataria de este texto estaba constituida fundamentalmente por gente modesta: dice en efecto, «ustedes los pobres…afligidos…hambrientos».

Según la lógica evangélica, «tener más» implica necesariamente «dar más»…»servir más».