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Domingo 24 de febrero

Por Beltrán Villegas ss.cc.

1 Sam 26,2-9.12-13.22-23; 1 Cor 15,45-49; Lc 6,27-38

El evangelio de hoy nos deja ante el contenido más hondo de lo que podríamos llamar la «ética cristiana». Pero lo esencial es comprender que no estamos aquí ante una «ética de valores» o cualquier otra forma de «ética autónoma», sino ante una expresión muy gráfica (¡no técnica!) del cambio existencial que no puede dejar de producirse cuando se descubre al Dios vivocomo Dios de amor y de perdón sin límites. Cuando se vive consciente de la infinita capacidad de perdón que hay en Dios por haberla experimentado mil veces a favor nuestro, es absurdo e irritante que nosotros seamos más exigentes que Dios. Esta incongruencia es objeto de otra parábola de Jesús: la del empleado al que le fue perdonada una deuda de muchos millones, pero que mandó a la cárcel a un compañero de trabajo que le debía unos pocos miles (Mt 18,23-35). Y, como si fuera poco, Jesús nos señaló que tenemos que pedirle a Dios que nos perdone «como nosotros perdonamos a los que están en deuda con nosotros» (Mt 6,12; Lc 11,4).

Es muy importante tomar conciencia del carácter «parabólico» de estos dichos de Jesús, imposibles de ser tomados y aplicados al pie de la letra en el ámbito de la vida social y económica. Pero lo propio del lenguaje de Jesús, siempre más o menos parabólico, es que nos invita a nosotros mismos a descubrir eso que está «más allá del lenguaje propio de las parábolas» porque este lenguaje de Jesús está ordenado a que nosotros mismos, pensando, lleguemos a descubrirlo que está en juego en sus palabras, y, a que, por tanto, cada uno descubra qué actuación concreta le cabe asumir a partir de lo que ha comprendido, sin posibilidad de autoengaño.

Y así se va llegando a comprender lo que tan bien expresó un pensador luterano alemán, mártir del régimen nazi: «El Reino de Dios es gratuito, pero no barato». Y es que nunca es barato entrar en una relación gratuita con otro; solo que la maravilla de una relación gratuita hace gozoso el precio que ella tiene. Es imposible gozar del perdón recibido sin haber descubierto la maravilla del perdón otorgado, y vice-versa.

Creo que es imposible expresar con mayor fuerza y claridad en estos dichos de Jesús la centralidad que le cabe en la visión cristiana a esta dinámica del perdón: dinámica que jamás se agota. Jesús así lo subraya cuando a la pregunta de Pedro; «¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano, si peca contra mí? ¿Hasta siete veces?», le da la famosa respuesta: «No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 21-22).