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El conmovedor relato de la despedida de Claudio Carrasco ss.cc. de San Damián de Molokai

Inés Fernández, parroquiana de San Damián de Molokai y voluntaria del comedor que atiende a cerca de 40 personas entre adultos mayores y haitianos, nos hace llegar este relato cargado de emoción y cariño.

Por Inés Fernández

La noticia llegó tímida y era escuchada de manera incrédula por quienes la oían.

«Al padre Claudio lo mandan a Diego de Almagro»…

De a poco se fue esparciendo el rumor hasta que en misa, el párroco que tuvimos durante siete años en Damián de Molokai, no tuvo otra alternativa que informar a los asistentes que el rumor era cierto. Partía de nuestra parroquia a entregar su servicio al norte, a la parroquia Espíritu Santo.

Desde ese momento comenzó una serie de reclamos de todos quienes aprendieron a conocerlo y a quererlo por esa inmensa entrega que posee, y con ello un maratón de despedidas de las diferentes comunidades, pertenecientes tanto a la iglesia católica, como al ámbito comunal y social, no solo de San Joaquín, si no de todas las otras parroquias que también acompañó como decano de Santa Rosa Norte.

Nombrar todos los adelantos y proyectos que deja funcionando en nuestra comunidad da para largo, de ahí la incredulidad y congoja por su partida.

Por lo tanto, había una necesidad de despedirlo en su casa, en su parroquia, con toda la gente que no necesariamente asistía a misa, pero a la que siempre estuvo dispuesto a acompañar y escuchar.

La fecha elegida fue el 2 de febrero a las 19.00 horas y de inmediato se hizo la invitación por todos los medios disponibles a todas las personas que desearan despedir a su pastor, acompañante espiritual y amigo, por nombrarlo de alguna manera.

Lo primero fue la pena de los que por vacaciones no podrían asistir, pero que se hicieron un tiempo antes para saludarlo.

Se contactó a la familia para que viniera a acompañarlo, no sin que costara, debido al carácter tan reservado de nuestro curita.

Y llegó el día.

Todas las comunidades se organizaron para ofrecer un compartir a las personas que llegaran, pero sin tener una idea clara de cuántas vendrían debido a que por la fecha, muchos estaban fuera de Santiago.

Así que en medio de aromas dulces y salados y muchas manos ofreciendo su trabajo para que todo resultara como nuestro aún párroco se merecía, nos dispusimos a esperar a los invitados.

Siempre de dice que todos somos un reflejo de la crianza de nuestro hogar y eso lo palpamos cuando llegó un matrimonio de adultos mayores, a los que la gran mayoría no conocía, de muy bajo perfil, tímidos y cálidos. Una de las ideas era entregar a los asistentes una hoja para que le dejaran por escrito un mensaje al curita y aquí la sorpresa al consultarles a ellos si deseaban escribir algo, pues la respuesta de ella fue «Por supuesto que me encantaría escribirle algo a mi hijo, somos los papás».

Se trataba de los padres del padre Claudio y llegaron así, tranquilamente después de un largo y acalorado trayecto de dos horas y media en locomoción, con una sencillez y un orgullo un poco escondidos a compartir con la comunidad, la despedida de su primogénito. Después llegó su hermana con sus hijos y esposo con el mismo bajo perfil y tal vez un poco de curiosidad, a esta despedida organizada para su hermano.

A medida que fueron llegando las personas, se sentía en el aire ese cariño entrañable por el padre Claudio y esa pena que a algunos parroquianos los desbordó y que aún buscaban una explicación al por qué les quitaban a su pastor. Y más encima lo enviaban al norte, al calor de Diego de Almagro, cuando nuestro sacerdote en pleno invierno andaba con chalas y poleras manga corta. 

Para muchos las lágrimas durante la despedida brotaban solas, sin poder evitarlo. Como las de don Ramón, un feriante de pelo cano, de semblante serio y duro, que pelea con sus caseras defendiendo la calidad de sus verduras, que dijo conocerlo desde antes que se ordenara sacerdote y que no lograba esconder su tristeza, «Por qué tiene que irse», «Lo voy a extrañar demasiado», nos decía mientras intentaba limpiar sus lágrimas que caían sin que él pudiera evitarlo, dejándonos con el corazón apretado y obligados a decir esas palabras de buena crianza que venimos repitiendo desde que supimos de su partida, pero que no ayudan a mitigar la pena.

Entre canciones, unos pies de cueca de la infaltable Claudina y discursos de despedida de un representante por comunidad, para luego pasar a un compartir íntimo y fraterno transcurrió la despedida. Las palabras del padre Claudio en la que agradeció a Dios por el tiempo compartido y la paciencia mutua fueron las últimas y a pesar de que intentó poner esa cuota del humor tan especial que él posee, al contar que se sentía como si hubiera asistido a su responso en vida por tantas lindas palabras que recibió y que además se iba con unos cuantos kilos de más por tanta despedida, no logró hacer que la tristeza se apagara entre los asistentes. Pero en lo que todos coincidimos, es en agradecer el haberlo conocido, el compartir y la generosa entrega personal que hace día a día, pues como él mismo dijo, su vida está entregada al servicio de los demás, lo que es una característica de todos los religiosos y religiosas que forman la gran familia que es la Congregación de los Sagrados Corazones.

Sólo nos queda agradecer nuevamente a Dios por el pastor que puso a nuestro lado y desearle de todo corazón y con todo el cariño que nos inspira, que le vaya muy bien y que el buen Padre siempre lo cuide, lo acompañe y lo proteja en este nuevo servicio.

Quedamos ahora a la espera de recibir a nuestro nuevo párroco, el padre Pedro León, conocido por esta parroquia, lo que como comunidad agradecemos mucho.