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Tercer domingo de Cuaresma

Por Eduardo Pérez Cotapos L. ss.cc.
Éxodo3,1-15; 1 Corintios10,1-6.10-12; Lucas13,1-9

Hoy es tiempo de conversión

Son muchos los que imaginan a Dios como un gran juez, como un policía o guardián del orden, que tiene por tarea castigar a los malos y premiar a los buenos. Usamos esta imagen de Dios juez para resolver los conflictos que se nos van presentando en la vida, al encontrarnos con el mal presente en la vida cotidiana. Esta imagen nos sirve para consolarnos con el ineludible castigo de Dios que en algún momento caerá sobre aquellos que consideramos «malos».

Tal como sucede en ese episodio que van a comentarle a Jesús: que un grupo de galileos, posiblemente de mala fama, fueron asesinados por Pilato, y además su memoria fue humillada mezclando su sangre con sangre de animales. ¡Se lo merecían!, podríamos pensar. La respuesta de Jesús no tarda: ¿creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no… y si ustedes no cambian de vida, acabarán de la misma manera. 

Además Jesús ejemplifica su respuesta con un comentario que posiblemente recoge una noticia de esos días: ¿creen que los que murieron cuando se derrumbó la torre que estaban construyendo en Siloé eran más culpables que los otros? Nuevamente la respuesta es clara: les aseguro que no; y si ustedes no se convierten acabarán de la misma manera.

En vez de continuar imaginándonos a un Dios policía y sancionador, que castigaría a quienes nosotros consideramos «malos», y premiaría a los que nosotros consideramos «buenos», debemos arriesgarnos a vivir la experiencia de un Dios misericordioso que anhela la conversión de todos sus hijos. Esto hace la diferencia cualitativa en la experiencia del Dios de Jesús, un Dios de misericordia. Y por lo mismo, no ocupemos los momentos duros de la vida para culpar a otros y declararlos «castigados por Dios», sino que entendámoslos como un llamado a conversión dirigido a nosotros mismos.

El evangelio según san Marcos11,12-14 y 20-21 narra un episodio simbólico: al acercarse Jesús a Jerusalén, se encontró con una higuera frondosa, aparentemente llena de vida pero sin fruto; un árbol estéril. Jesús la maldijo, y al día siguiente los discípulos la encontraron seca hasta la raíz. Fue castigada por no dar frutos. Este domingo el evangelista san Lucas nos ofrece una versión muy distinta de la misma imagen. El encuentro de Jesús con la higuera estéril es narrado de modo muy diverso: en vez de la maldición realizada por Jesús, aparece un hortelano que intercede en a favor de la higuera ante el dueño del campo. No la cortes, es mejor darle un tratamiento intensivo, cultivarla y abonarla, y de este modo darle aún una oportunidad más. Si es bien cuidad es posible que en adelante dé frutos. En caso contrario, es legítimo que la cortes.

Saquemos nuestras consecuencias personales. Si estamos en vida, no es porque hayamos sido especialmente buenos. Sino porque a pesar de lo mucho que hemos fallado, el dueño de nuestra vida nos está dando una oportunidad más; nos está dando un tiempo suplementario para que demos más y mejores frutos. Nos está cultivando y cuidando, a pesar de nuestra actual esterilidad y rebeldía. El tiempo de cuaresma es este tiempo de conversión. Aprovechemos la oportunidad y personalmente demos frutos de conversión. Es el modo de vivir la cuaresma. Y trabajemos para ser capaces de suprimir nuestra tendencia espontánea a entender los males de otros como «castigo de Dios».