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La Ascención del Señor

Por Rafael Domínguez Johnson ss.cc.
Hech 1,1-11; Sal 46,2-3,6-9; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53

Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo” (Lc, 24, 51).

En este versículo, está expresada la Ascensión del Señor Jesús; la cual puede generarnos distintos sentimientos, incluso algunos de estos encontrados. Por un lado aparece la alegría porque Jesús ha resucitado y vuelve a su Gloria con nuestra humanidad resucitada; por otra parte la soledad, los deseos de que se hubiese quedado con nosotros, etc. Es posible que en estos tiempos de profunda crisis eclesial, se agudice en nosotros el deseo de que el Señor estuviese de manera más palpable con nosotros, dado que la fe se hace más difícil para muchos y muchas.

¿Cómo congeniar esos sentimientos para que se transformen en un grito de alegría, lleno de esperanza y confianza en Jesús? ¿Cómo mantener la fe y la esperanza en él, cuando nos pareciera que está ausente?

Para esto nos hacen muy bien los versículos siguientes:

“Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios(Lc 24, 52-53).

La alegría de los discípulos y su continua alabanza a Dios, nos permiten descubrir que la separación de Jesús, no es que Él nos haya dejado abandonados, sino que estamos ante la nueva presencia del resucitado, que es muy superior a cuando estaba con nosotros en su vida terrenal. Por eso tanta alegría de los discípulos, la cual va cargada de confianza en que Él los acompañará siempre, dándoles el auxilio necesario en la misión encomendada de ser anunciadores de la Buena Noticia, para que todas las naciones, todos los pueblos tengamos la alegría de gozar el Reino de Dios ya aquí -porque Cristo siempre está con nosotros y nos acompaña con la fuerza del Espíritu Santo-, y que un día podamos gozar en plenitud por toda la eternidad de la Gloria de Jesús.

Por lo mismo esta solemnidad, está cargada de alegría y esperanza; invitándonos a no andar cabizbajos, con cara de “cuaresma sin pascua”-como dice el Papa Francisco-, sino que haciendo nuestro el gozo, las alabanzas y misión de los discípulos de Jesús, desde donde nos encontremos, haciendo uso de las multiformes gracias y fuerzas que recibimos desde lo alto.

La Ascensión del Señor, entonces, nos moviliza a vivir nuestra fe de manera transformadora de las realidades en las cuales nos toca vivir; levantando el ánimo de los desalentados, contagiando de alegría a los afligidos, compartiendo lo que tenemos con quienes más lo necesitan, cuidando nuestro medio ambiente; y tantas otras cosas, que nos ayudan a hacer palpable la presencia de Jesús resucitado en todas partes.

Que María, madre del Señor y nuestra, nos ayude a unir más nuestro corazón al de Jesús, para que uniendo nuestro palpitar al del Maestro, vivamos la alegría del Reino de Dios en este misterioso “ya, pero todavía no”, es decir, este Reino de Dios que está aquí y lo vivimos, sin embargo con la esperanza de vivirlo un día en plenitud.