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Domingo 25 de agosto 2019

Lucas (13,22-30)

El Evangelio de hoy nuevamente nos pone ante un Jesús cuyo mensaje nos viene a sacar de nuestra ansiada comodidad. Cuando los discípulos están pretendiendo encontrar la fórmula para “salvarse” y asegurar su lugar en el Reino,  el Señor les propone entrar por la “puerta angosta”.

Quizá nuestro primer impulso habría sido precisamente elegir otra alternativa: la puerta ancha, ella nos permitiría desde nuestra perspectiva, mayor rapidez para llegar, menos tropiezos en el camino, incluso la posibilidad de evitar contacto con otras personas  que impidan nuestro paso o que hagan  más lento nuestro caminar.  La puerta angosta seguramente significará desafíos y riesgos importantes: avanzar más lentamente,  y en consecuencia no llegar de los primeros,  hacernos cargo de lo que podamos encontrar en el camino, y  finalmente incluso,  no ocupar algún lugar de privilegio.

Jesús continúa diciendo “Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”.

Es drástica la actitud de este Señor, si no hemos tenido la valentía para transitar por el difícil y riesgoso camino de seguimiento de Jesús,  ello sin duda  de alguna manera nos puede marginar también de la  posibilidad de compartir la alegría del reino, alegría de la cual  otros que nos han antecedido ya estarán disfrutando.

Muchas veces nos encontramos al igual que los discípulos diciendo: “hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”, con estos discípulos podríamos hoy agregar: “hemos participado de tu Iglesia, de la liturgia, de los sacramentos, hemos compartido la palabra, incluso hemos enseñado a otros esta palabra”. Sin embargo, si hemos optado por hacer de ello una práctica religiosa intimista, sin sentido, sin riesgo, ni compromiso, más bien calculando pobremente lugares de privilegio, reconocimiento y primeros puestos, es que corremos también el riesgo de quedar fuera de esta gran fiesta del Reino a la que todos somos invitados: “y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”

Este Evangelio es una invitación a transitar por la vida sin eludir las dificultades, sorteando  barreras, desafiando peligros, pero sobre todo a caminar  junto a los otros: “Abrahán, a Isaac y a Jacob, con los profeta” y también y por cierto y  no es menor con “todos los otros”,  incluso con los que no son parte de mi grupo, de mis intereses, de mi religiosidad, con los que no comparten mi ideología ni mis afectos, en definitiva con todos los que  hayan decidido atravesar sus propios límites para seguir al Señor.

Es también una invitación para compartir una misma mesa, una misma fiesta del Reino hecho vida para todos quienes han descubierto en esta Buena Noticia, un motivo por el cual vale la pena arriesgarse y tiene sentido vivir.