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Domingo 13 de octubre

Por Alex Vigueras ss.cc.

El Dios de la Vida ofrece vida plena para todos

Los textos de hoy nos ponen delante de la universalidad de la salvación ofrecida por Dios. Salvación que se manifiesta como salud. En efecto, en la primera lectura es Naamán -jefe del ejército sirio- el que es sanado, y en el evangelio es un samaritano, junto a otros nueve leprosos judíos.

Esto es relevante, pues, en la época de Jesús eran fuertes los nacionalismos que pensaban que solo el pueblo escogido era el destinatario de la bendición de Dios. En los textos de hoy resplandece la paternidad de Dios que mira a todos los seres humanos como hijos e hijas y que no hace acepción de personas. Dios quiere la vida plena para todos: judíos, sirios y samaritanos; pobres y ricos/poderosos (como Naamán). De este modo se critica fuertemente el vínculo exclusivo y excluyente que creían tener los judíos con Dios.

Esta fraternidad que trasciende la identidad de pueblo o raza queda de manifiesto también en este grupo de diez leprosos que se aproximan a Jesús. En la vivencia de ser leproso, despreciados por todos, necesitados, se hace irrelevante si se es judío o samaritano. Por eso este grupo es plural. La enfermedad hermana, porque hace más evidente que necesito del otro.

A veces nos enredamos en lo que entendemos por salvación. Aquí queda claro que la salvación es salud para el que está enfermo. La salud es la vida plena que Dios le ofrece al enfermo. Pero veremos también que “salvación” puede ser algo más.

“Tu fe te ha salvado” ¿Qué es la fe?

En la primera lectura se dice que Naamán, cuando fue curado, manifestó un deseo inmenso de agradecer. Y, además, reconoce al Dios de Eliseo como el Dios verdadero. Es decir, la curación lo llevó a dar el salto de la fe. En el Evangelio, Jesús alaba la fe del samaritano que regresó para darle gracias. Y llama “fe” a esa actitud de gratitud. Para el samaritano se volvió esencial regresar a agradecer. En cambio, los judíos sanados siguen su camino para cumplir el rito de ser declarados “puros” por los sacerdotes. Podríamos decir que en la gratuidad que se manifiesta en la actitud del samaritano sanado se manifiesta un rasgo esencial de la fe, que está por encima de todo tipo de rito. Se trata de una gratitud por un don recibido inmerecidamente, de regalo. En la primera lectura se reconoce a Dios como la fuente de ese don, y en la segunda a Jesús.

“En el relato vemos con toda claridad que la fe abarca no solo la confianza, sino la respuesta, la fidelidad. En la respuesta completa, la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el ser humano no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación. Aquí es donde vemos nuestra fe cuestionada… el fundamento de la religión judía era el cumplimiento de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que respondía con el agradecimiento y la alabanza. «Se volvió alabando a Dios y dando gracias»” (Comentario en www.dominicos.org).

La experiencia del resucitado nos cambia la vida

En la segunda lectura Pablo confidencia a Timoteo lo esencial de la fe: la configuración a Cristo resucitado. Por eso lo invita a hacer memoria permanente de Jesucristo, resucitado de entre los muertos. No se trata de una memoria solo intelectual, sino de un hacer memoria que une existencialmente a Cristo y que transforma la vida. Pablo es elocuente al decir cómo esto le ha cambiado la vida: “Esta es la buena noticia que yo predico, por la cual sufro y estoy encadenado”. Pablo descubre en su propio itinerario de sufrimiento un camino que lleva a la vida plena, verdadera, eterna. Y la razón para no desesperar es el fundamento gratuito del don recibido, pues “si somos infieles, él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo”.