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Domingo de Resurrección

Hch 10, 34.37-43; Sal 118(117) 1-2.16-17.22-23; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

¡Que resucite la dignidad! Ese sería el gran anhelo en medio de esta pascua en cuarentena.

Lo que hemos vivido durante este último mes no sólo nos ha puesto frente a nuestra propia fragilidad, sino, más aún, nos ha recordado con fuerza, con muerte y con dolor, el hecho de que no nos bastamos a nosotros mismos. En esta barca que es la humanidad, como ha dicho el Papa Francisco, estamos todos juntos y juntas, enfrentando un desafío que no discrimina ni por raza, ni por sexo, ni por nada. Por lo tanto, podemos entender este momento como una oportunidad de lujo para profundizar nuestra propia consciencia colectiva: somos individuos singulares, es verdad, pero jamás podremos entendernos si no es en relación a los demás.

Esta Pascua de Resurrección, entonces, nos llega de una manera completamente nueva. Nos pilla, podríamos decir, parados en un lugar totalmente distinto al que estábamos acostumbrados en años anteriores. Y, por eso, creo, la resurrección de Jesús puede tener, también, un significado hermosamente nuevo.

Como seguramente hemos visto en la televisión, todo esto del Coronavirus no sólo ha despertado gestos de generosidad y amor -como es el caso de los trabajadores/as de la salud-, sino que, lamentablemente, también nos ha vuelto a mostrar un rostro de nuestra humanidad que aparece con facilidad en los momentos más difíciles: el de la injusticia y el egoísmo. Lo hemos visto, por ejemplo, en los precios que han subido descaradamente, en la desigualdad para recibir un tratamiento médico digno, en la inconsciencia de los que insisten en salir a la playa cuando les han pedido permanecer en casa. Y así otros ejemplos. Todo eso debe morir.

La resurrección de Jesús no es solamente una vuelta a la vida para él. Es, sobre todo, el acto con que Dios Padre -que es quien resucita a su Hijo- resucita también el proyecto de Jesús y lo hace, desde ahí y para siempre, inmortal. Dicho de otro modo, la resurrección es el gesto que valida no sólo a la persona de Jesús, sino todo lo que fue su vida, sus opciones, su mensaje, sus sueños y utopías. Todo eso ha resucitado para hacerse eterno, hasta nuestros días.

Por lo tanto, ¿dónde está lo nuevo de esta Pascua de Resurrección? Pues en el hecho de que nos muestra un modo de cómo enfrentar la crisis humana y sanitaria que vivimos. Los discípulos vieron transformada toda la oscuridad que les sobrevino luego de la Cruz y, con la resurrección, descubrieron un modo nuevo de mirarse a ellos mismos y entenderse en relación a los demás. Es la fuerza que nace luego de experimentar que la muerte jamás logrará vencer a la esperanza.

Con todo esto del Coronavirus, nosotros/as quizás también estemos invitados/as a lo mismo.