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Pentecostés en tiempos de pandemia

Hch 2, 1-11; 1ª Cor 12,3b-7.12-13; Jn 20, 19-23

Así como el día de Pentecostés ese grupo de hombres, permanecía encerrado, pero “unidos”, quizás con miedo por sentirse amenazados bajo una persecución, con una esperanza debilitada, pero “viva” ante la muerte de Jesús. En medio de la oscuridad ese grupo de hombres de fe, con mirada y oídos atentos, con su corazón encendido decidieron aceptar, impulsados por el Espíritu, el desafío, de vivir su fe, amar sin límites, anunciar y transmitir que el amor hay que experimentarlo y evidenciarlo en obras y en gestos.

Así siento que esta pandemia apareció como un “estruendo” que nos atemoriza, teniendo que aprender a vivir de una forma diferente, separados pero unidos a la vez y con la esperanza de que esta crisis sanitaria pasará y superaremos este amargo episodio de nuestra historia

En estos días en que el miedo, el encierro físico y emocional, la incertidumbre, la pobreza y el hambre están tan presente queremos reaccionar y actuar como esos discípulos con el corazón lleno de fe, dispuesto a reconocer la manifestación del Espíritu Santo y dejar que éste nos colme con su fuerza de esperanza de vida, que nos ayude a liberarnos de nuestros egoísmo y prejuicios y a aprender a mirar con los ojos del resucitado buscando la forma creativa para acompañar, apoyar y compartir.  

El Espíritu sopla y actúa en medio de este dolor, se muestra en el deseo de muchos por entregar lo mejor de sí, en una mano solidaria, en la mirada llena de ternura, en la escucha atenta, en sencillos y profundos gestos cotidianos, en la llamada telefónica a un ser querido, en el alimento compartido, en el golpe a la puerta del vecino para saber cómo se encuentra y si necesita algo, en las ollas comunes que alimentan a tantos y tantas personas con dedicación y cariño, entre tantos otros gestos de amor

Hoy en este Pentecostés en pandemia siento que Él nos invita a estar atentas/os a su manifestación en nuestra vida personal a dejar que su fuerza nos aliente, nos de paz, nos incentive a cuidarnos unos a otros, nos ilumine con amor nuestra oscuridad y que desde donde estemos sepamos descubrir cómo podemos generar esperanza. 

Esta realidad de pandemia nos vino a revolucionar y hoy nos reconocemos como criaturas vulnerables y a partir de esta realidad surge el deseo de evolucionar en tantos ámbitos de la vida, hay gente que en esto ha encontrado una posibilidad hermosa para reinventarse, de resignificar  su vida.

Desde lo comunitario nos desafía a ser discípulos renovados capaces de asumir el desafío de re-nacer con un corazón dispuesto a “transformarse para transformar el mundo” y así reconstruir esta sociedad, teniendo como pilares firmes: la justicia, el respeto a la dignidad del ser humano, la equidad, la austeridad, la solidaridad para que se transformen todas las estructuras que generan tanta desigualdad, injusticia, abuso, pobreza, dolor, necesitamos un nuevo  sistema de funcionamiento planetario  que valore, cuide y resguarde los recursos naturales desde la perspectiva del bien común, según el soplo del Espíritu como La Creación Divina.

Nos está dejando el desafío de reconstruirnos, al igual que los discípulos lo hicieron, con paciencia, fe, esperanza, amor y energía para reinventarnos, aprovechando las herramientas personales que cada uno posee y desde nuestras limitaciones acoger como un regalo el aporte generoso que puedo recibir del otro y a su vez entregar. Generando una solidaridad creativa, dejando que el valor de la diversidad y estilo de cada uno/a brille y se instale, reivindicando el valor de la empatía.

Abramos la puerta para dejar entrar el Espíritu y que al igual que esa noche en el encuentro con los discípulos nos entregue su “Paz movilizadora” y que nos llene de confianza, paciencia y esperanza con una fuerza que nos revitalice el alma y la Fe para salir al encuentro de quienes amamos.