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UN NUEVO PENTECOSTÉS. SINODALIDAD PROFÉTICA EN LA IGLESIA Y NUESTRA SOCIEDAD

Un nuevo regalo para el Pueblo de Dios que peregrina en todas las latitudes del mundo, nos da en esta fiesta de Pentecostés, el Papa Francisco.

Ha vuelto a poner en el centro del quehacer eclesial la sinodalidad, pero ahora de una manera inédita. Se propone una sana descentralización que  llevará más tiempo, donde habrá tres fases: la diocesana, la Continental y la  Asamblea  final, la que se pospone para octubre de 2023.

Con este audaz gesto operativo y participativo, empieza a devolver de manera más efectiva a los laicos, su protagonismo y  por cierto, el “poder” que le confiere su bautismo y que ha reconocido  la tradición de la Iglesia como ese “saber que se llama sensus fidei”, que proviene  de la totalidad o conjunto de bautizados. Es lo que expone el Vaticano II, al sostener que “la totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2, 20 y 27), no puede equivocarse cuando cree”. En otras palabras, se trata de reconocer que en su conjunto el pueblo de Dios está “inspirado” o sostenido por el Espíritu Santo.

Por ello, con mucha ilusión recibimos la invitación que el cardenal maltés,  Mario Grech, Secretario del Sínodo de Obispos, nos hace  para que todos seamos partícipes, ya no de un evento puntual sino de un  camino eclesial que se iniciará el 9 y 10 de octubre de este año 2021 y que, en sí mismo, será sinodal en todas sus etapas.

Recojo las preguntas llenas de esperanza del propio cardenal Grech: ¿Cómo no esperar grandes frutos de un camino sinodal tan amplio y participativo? ¿Y cómo no esperar que las indicaciones que emerjan del Sínodo, a través de la tercera fase – la implementación – sean vectores de renovación y de reforma de la Iglesia? (recomiendo leer su entrevista aquí).

El objetivo esencial de esta modificación es  procurar “escuchar” de mejor manera “al pueblo fiel de Dios”. Este desafío que pide el Papa, en un sentido coyuntural generado por la complicación de la pandemia y las dificultades de la presencialidad, ya venía  delineándose por el Papa Francisco desde su primera Encíclica Evangelii Gaudium (E.G.  Nº 119 y 198).

Esta convicción de escucha eclesial de Francisco se ha vivenciado en los frecuentes sínodos y temas de su pontificado, pero además en las metodologías y diversidad de sus participantes.

Si miramos  los documentos de Francisco, partiendo por el que recogió la reflexión del cuarto Sínodo del renunciado Papa Benedicto XVI sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe; su dos Sínodos sobre los temas de la Familia (2014 y 2015) que concluyeron con el documento de Amoris Leatitia,  el de la Juventud, Fe y discernimiento Vocacional (2018) y el de la Amazonía (2019), descubriremos  una constante: el deseo del Papa de  instalar al Pueblo fiel de Dios como un actor que no puede ser desoído.

El Espíritu Santo de Dios, nos sigue acompañando como pueblo de Dios, y a cada uno de sus integrantes, laicos y laicas, religiosas y religiosos, clero y obispos. En eso radica nuestra esperanza cristiana. Creemos que como ha dicho el Papa, “el camino sinodal es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”.

Por otra parte, no puedo dejar de mirar con los mismos ojos y esperanzas, lo que nos ha pasado como pueblo de Chile, en este proceso para elegir a los 155 delegados a la Convención Constituyente.

Al igual que los discípulos que estaban escondidos por miedo antes de Pentecostés, la clase política y los poderosos de este país están siendo invitados a confiar, a ver en estas decenas de independientes, mujeres, jóvenes y representantes de nuestros pueblos originarios, la fuerza  transformadora del Espíritu Santo que les da una oportunidad vivificadora.

Este proceso político lo debemos ver como un “viento o nuevo aire”, imagen más positiva que, “terremoto o tsunami”, pues  aquellas evocan “vida”, ese que abre puertas  y ventanas y lo llena todo con frescor.

Pidámosle al Espíritu, no solo en este tiempo litúrgico de Pentecostés, sino en ese pentecostés real que está aconteciendo hoy en toda la iglesia y en el mundo político-social de nuestro país, para que nos acompañe, al igual que en la iglesia, a construir un país en el que seamos lugar de encuentro, de diálogo y de fraternidad. Donde el poder sea servicio y lo puedan ejercer todas y todos de acuerdo a su vocación y mirando el bien común, por encima de los intereses particulares.

Si los cristianos, mujeres y hombres, asumimos esta disposición al enfrentar  decididamente la purificación de la iglesia y nuestra sociedad chilena de todo abuso y corrupción, seremos “profecía para el mundo de hoy” recuperando nuestra genuina vocación  de “levadura en la masa” para seguir “caminando y soñando juntos” un mundo más fraterno, con desarrollo integral para toda la humanidad.