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Domingo 19 de enero

Por Víctor Córdova ss.cc.

Is 49,3.5-6; 1ª Co 1,1.3; Jn 1,29-34

El testimonio que nuestro mundo necesita

No cabe duda que para el Israel del tiempo de Juan el Bautista y del propio Jesús (que se hace bautizar por Juan), el bautismo es signo de preparación a una realidad que se esperaba en la fe: el tiempo definitivo del Mesías, el tiempo de la liberación de Israel.

Pero el signo de Juan es el agua de la conversión. Y cuando señala en medio de los hombres a aquel “que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, señala a Jesús de Nazaret como aquel que es portador del Espíritu de Dios, al autor del verdadero bautismo. Ya no de agua sino de fuego; ya no la sola disposición de una conversión interior, sino de apertura a la acción eficaz de Dios que enciende, inflama, purifica, transforma e ilumina las tinieblas del mundo.

A partir del testimonio de Juan, tan certero y definitivo ya en el comienzo del ministerio público de Jesús, como se adelantara a la finalidad misma del evangelio y su propósito en medio de la comunidad de los discípulos podemos legítimamente preguntarnos como Iglesia de hoy: ¿es así de certero y claro, definitivo y contundente nuestro testimonio de Jesús, Salvador del mundo y Señor de la historia? ¿O se nos ha adormecido el testimonio que reconoce la acción nueva y transformadora del Espíritu incluso dentro de la propia Iglesia institucional?

Pidamos al Señor poder descubrir y señalar en medio de nuestras realidades humanas y sociales la acción del Espíritu que hace nuevas todas las cosas y que nos pide caminar con profunda novedad y libertad evangélicas.