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Domingo 29 de septiembre

Por Beltrán Villegas ss.cc.

Amós 6,1-7; 1 Tim 6,11-16; Lc 16, 19-31

Es indispensable tener presente que detrás de la parábola de hoy se encuentra un cuento popular judío: el del rabino pobre y el publicano rico, cuya suerte en el más allá fue diferente de sus respectivos funerales. Y este cuento, a su vez, se basaba en un viejísimo cuento egipcio: el del viaje de Setmé Jamois al mundo de los muertos, que terminaba con las siguientes palabras: «el que ha sido bueno en la tierra será bendecido en el reino de los muertos, y el que ha sido malo en la tierra sufrirá en el reino de los muertos». Por consiguiente, lo que quiso exponer Jesús debe buscarse en las modificaciones introducidas por él al relato folclórico.
La modificación fundamental está en que Jesús pone en relación entre sí a los dos personajes de la parábola: la riqueza opulenta de uno y la pobreza denigrante del otro adquieren su relieve chocante por su cercanía: el pobre, desde el portal, (mejor zaguán), del rico podía ver su lujo desmesurado. Este contraste se ve subrayado por dos rasgos muy significativos:
– El pobre aparece individualizado con un nombre propio (caso único en las parábolas), mientras que el rico queda en el anonimato.
– El rico anónimo, incluso en el más allá, ve en Lázaro (a quien identifica a perfectamente) solo el «servidor» potencial, llamado a satisfacer sus órdenes y sus antojos para su propio bien o el de su familia.
La conclusión que se desprende de esta modificación es clara: Al rico se lo condena por no haber sabido reconocer como hermano al que tan cerca («prójimo») estaba de él. El pecado no está en la riqueza, sino en la falta de solidaridad que permite que unos hombres naden en la abundancia mientras otros a su lado se consumen y mueren deseando «llenarse con lo que cae de la mesa de los ricos». Con razón el Papa Juan Pablo II veía en nuestra parábola la descripción simbólica del mundo en que vivimos.
La segunda modificación introducida por Jesús al relato folclórico está en que le añade una nueva conclusión, contenida en el segundo diálogo del rico con Abraham. Su sentido es transparente: para reconocer que la solidaridad es lo único que impide que nuestra existencia se malogre irremediablemente, no necesitamos revelaciones extraordinarias ni milagros; basta y sobra con la Palabra de Dios dirigida a todos desde siempre.
Y puede ser significativo recordar que la resurrección de otro Lázaro, del real, el hermano de Marta y María, no hizo sino endurecer a los judíos que se habían negado a creer en Jesús.