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Domingo 3 de noviembre

Por Cristian Sandoval ss.cc.

Sab 11,22-12,2; 2 Tes 1,11-2,2; Lc 19,1-10

“Estos días de movilizaciones y de expresión ciudadana, dan cuenta del reclamo de un pueblo que quiere convertirse, que quiere dejar de pensar individualmente centrado solo en el lucro y en el bienestar personal para empezar a pensar como comunidad, como el lugar en que nos reconocemos como hermanos con la responsabilidad de cuidar a los mas débiles. Esto se hace con Jesús de la mano, mirándolo a él, por eso es que no caben ni la indiferencia ni la violencia, pues ambas no escuchan ni a Dios ni al pueblo”.

Este domingo se nos presenta a otro publicano, alguien metido en el mundo, en un sistema que muchas veces favorece el pecado y la corrupción. A alguien que se ha aprovechado de su posición en la sociedad para aprovecharse de los más débiles en su beneficio.

Este hombre que merece el reproche de los demás quiere encontrarse con Jesús, quiere verlo, no sabemos por qué. Pero lo busca y es capaz de salir de su lugar de privilegio y riqueza para hacer algo que sigue siendo absurdo, subirse a un árbol, como cualquier chiquillo que corretea por la calle. En ese contexto se produce el llamado de Jesús, es en ese contexto que Jesús acude a su casa, que lo reconoce por su nombre, y merecedor de recibirlo.

Y Zaqueo se convierte, se da cuenta que este encuentro con Jesús tiene que llevarlo a cambiar de vida, de lugar de posición en la sociedad, a renunciar a sus privilegios para compartir la suerte de los pobres, de la gran mayoría.

Para Zaqueo, y para nosotros, convertirse no es una simple declaración de buenas intenciones. Es la profunda experiencia de sentirse amado, de saberse parte de un pueblo amado (hijo de Abraham). La llamada de Dios necesariamente se expresa en pasar de la expresión a la acción.

Qué necesaria se hace esta actitud hoy día, en los que tienen responsabilidades políticas, sociales, eclesiales, y en nosotros mismos. Pasar del anhelo de un país mejor a dar pasos concretos para construir el país que queremos. No nos podemos quedar en el discurso ni en declaraciones vacías. Nuestro quehacer cotidiano debe dar testimonio de esta decisión de actuar.

Estos días de movilizaciones y de expresión ciudadana, dan cuenta del reclamo de un pueblo que quiere convertirse, que quiere dejar de pensar individualmente centrado solo en el lucro y en el bienestar personal para empezar a pensar como comunidad, como el lugar en que nos reconocemos como hermanos con la responsabilidad de cuidar a los mas débiles. Esto se hace con Jesús de la mano, mirándolo a él, por eso es que no caben ni la indiferencia ni la violencia, pues ambas no escuchan ni a Dios ni al pueblo.

Estos días escuché a una niña que explicaba la causa de la violencia porque no hemos conocido a nuestro amigo Jesús. Cuánta razón tiene. Jesús nos mira y nos llama; respondamos a su llamado y recibámoslo en nuestra casa común.