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50 años de sacerdocio de Fernando Vives ss.cc.

Con una parroquia repleta de amigos, familiares, hermanos, hermanas y sacerdotes, se celebraron los 50 años de sacerdocio de Fernando Vives ss.cc., en la que ha sido su casa por tantos años: la parroquia La Anunciación.

Es que el periplo es largo, desde aquel 8 de julio de 1967: Talcahuano, San Gregorio, los Parrales, Reñaca alto, Gómez Carreño, 9 años de vicario de la zona cordillera y actualmente párroco de La Anunciación por un segundo período. Y desde 2014 también capellán católico del Palacio de La Moneda.

A la eucaristía asistieron decenas de sacerdotes de la arquidiócesis, especialmente de la zona Cordillera, numerosos hermanos de la congregación y diáconos. También acompañaron a Fernando el Superior Provincial, Alex Vigueras ss.cc., el cardenal Francisco Javier Errázuriz y Javier Prado, obispo emérito de Rancagua.

En medio de lágrimas, que advirtió que aparecerían, Fernando hizo un recorrido por su historia, recordando primero a su hermano gemelo, ya fallecido, que le fue enseñando a vivir en comunidad. «Nosotros nacimos dos. Desde el comienzo me estaba diciendo Dios que la vida es en comunidad, en familia», dijo.

Luego siguió recordando su paso por el colegio de la congregación en Concepción, Santiago, después en Viña del Mar, para luego volver a Santiago a la zona sur, en San Gregorio y Los Parrales. “A los 17 años sentí el llamado de seguir a Jesús con radicalidad y dirigí mis pasos a Los Perales. En el silencio, la oración, el estudio y la vida fraterna se solidificó esta vocación. Había que dejar a la familia, no besar a mi hermano cada día, había que renunciar para quedarse con Jesús y amarlo a él por sobre todas las cosas. Cuando empecé el ministerio comencé a descubrir el mundo, la experiencia real y concreta, porque antes vivía en una burbuja. Me llamaba el Señor a vivir en la Iglesia las angustias y esperanzas, la tristezas y gozos. Fue así como empezó un nuevo aprendizaje. El Señor guiaba, y ustedes y muchos otros me ayudaron a aprender a escuchar, a acompañar, a perdonar y a luchar compartiendo el dolor y sufrimiento de los más pobres y excluidos. Había que luchar por la dignidad de las personas, y en esas circunstancias concretas, anunciar el evangelio de Jesús a los afligidos y agobiados para que Cristo fuera para ellos alivio y vida”, recordó refiriéndose a su paso por la zona sur de Santiago.

Y continuó: “el señor cardenal Francisco Javier Errázuriz me llamó para ser su Vicario en la zona Cordillera. Quedé helado. Le dije que en mi congregación me habían enseñado que había que obedecer a mis superiores, así es que le dije irresponsablemente que si, y estuve 9 años. No sabía la gracia de Dios que significaba este servicio. En esta zona cordillera se me ensanchó el corazón, y descubrí que había miserias, y dolores y sufrimientos en todas partes. En estos años he aprendido que no se vive el ministerio sino en apertura y en acogida a la realidad social que nos rodea con todos sus desafíos y oportunidades. Esta comunidad la llevaba en el corazón, qué hubiera dado por elegirla de nuevo para servir aquí, y Dios quiso misteriosamente que pudiera volver. El Espíritu del Señor nos mueve a seguir a Jesús, único sacerdote. Hago mías las palabras de los obispos reunidos en Aparecida: “el sacerdote, a imagen del buen pastor, está llamado ser hombre de la misericordia y de la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren gran necesidad”. Esto es lo que humildemente quiero vivir hasta el final de mis días: dar la vida por los que uno ama con la ayuda de Jesús y la ayuda de ustedes. Muchas gracias por estar aquí”, terminó.

Algunos familiares del padre Fernando, se sumaron a la acción de gracias, junto con el cardenal Errázuriz quien improvisó unas palabras de agradecimiento por el servicio que prestó a la arquidiócesis. Finalmente el coordinador del consejo parroquial, Juan Pablo Medel, le dirigió unas emotivas palabras de lo que para la parroquia ha significado su compromiso y su servicio sacerdotal durante tantos años.

La tarde finalizó con un compartir fraterno en el legendario galpón de la parroquia.