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Mi viaje a Roma (IV)

Por Sergio Silva Gatica ss.cc.

La crónica anterior (Roma III) la envié a mediados de mayo, ¡hace ya tres meses! Una de las razones de mi silencio es que, hasta mi viaje a la India (que será el objeto de la siguiente crónica, Roma 5), la vida ha tenido muy pocas variaciones. Quizá por eso el trabajo ha avanzado mucho. A mediados de junio terminé el primero de los dos trabajos que debo hacer, el llamado “Summarium testium”, es decir, el extracto de lo fundamental que dijeron sobre Esteban los testigos que dieron testimonio durante el proceso en Santiago en 2010. Solo me faltaba la aburrida tarea de poner el texto de acuerdo a las exigencias tipográficas de la congregación de las causas de los santos. Preferí dedicarme a empezar el segundo trabajo, el “Summarium documentorum”, el extracto de lo principal que se encuentra en los documentos de Esteban y sobre Esteban que se han podido recoger. El relator me había dicho que en este Summarium no hay que poner nada de lo que ha sido publicado, que basta con mencionarlo; lo que hay que poner son dos cosas: los documentos personales (certificados de nacimiento, de ordenación, etc.) y un extracto de lo no publicado, y entre lo no publicado me habló de la importancia de la correspondencia. Por eso, me zambullí en las cartas de Esteban. Cuando se acercaba el 18 de julio, día de mi partida a la India, me tuve que poner las pilas y terminar el primer trabajo, que pude llevarle al relator el 11 de julio; alguien de su oficina lo debe revisar y devolvérmelo para eventuales correcciones.

El trabajo con la correspondencia lo he podido hacer aquí en Roma, porque nuestro hermano Eduardo, el “Yayo”, ha hecho un silencioso trabajo de hormiga, de varios años supongo, pasando al computador (o digitalizando, como dicen los técnicos) toda la correspondencia y los escritos de Esteban no recogidos en los libros ya publicados. Los archivos que me ha enviado Eduardo suman poco más de mil páginas, aunque no todas contienen cartas, ya que hay unos pocos escritos publicados en distintos medios de la congregación, además que hay que descontar algunas páginas porque las cartas en francés vienen en dos columnas, para permitir la traducción al castellano; de todos modos, deben ser unas 900 páginas de cartas, que he logrado reducir, en un primer esfuerzo de extracción, a 300; ahora debo empezar una segunda “dieta”, para llegar a unas 100, que es lo que me pide el relator. Leer esta correspondencia me ha significado sumergirme en otro mar del mundo de Esteban, su mundo más interior. Mi admiración y mi cariño por él han crecido enormemente.

Voy a aprovechar esta falta de acontecimientos exteriores en este período para exponer algo de lo que he ido descubriendo de Esteban en estos dos trabajos. Por cierto, no todo ha sido propiamente descubrir, porque mucho lo conocía; pero también lo ya conocido se ha enriquecido con nuevos matices, que le han dado mayor profundidad. Contra mi tendencia natural al minucioso estudio de los textos voy a decir algunas cosas que me han ido surgiendo a medida que he ido leyendo los testimonios y la correspondencia. Algunas de estas cosas son rasgos de la persona de Esteban; otras, de su modo de ser pastor y de actuar con la gente.

Parto por esto último. Me baso sobre todo en los testimonios de las personas que lo tuvieron de párroco, en San Pedro y San Pablo y La Unión (son 22, 13 varones y 9 mujeres; hay que añadir los 3 diáconos, lo que da un total de 25), y en los que lo conocieron en el Encuentro Matrimonial (son 6, 3 varones y 3 mujeres). Los rasgos del pastor que van surgiendo en estos testimonios son muchísimos; yo señalo algunos de los que me fueron impactando más profundamente; los pongo sin ningún orden, ni de importancia ni de lógica. Algún día, si estoy con vida y salud (sobre todo mental), cuando se puedan publicar estas cosas, me gustaría poner muchas citas textuales que avalan lo que voy a decir; me gustaría escribir algo que ya tiene título en mi cabeza: “Esteban pastor, según sus ovejas”.

Esteban acoge a cada persona tal como es, se acomoda a su edad, a su estado, a su condición, a la situación en que está en ese momento. Esto era particularmente notorio en su relación con los niños, con los que tenía una misma “longitud de onda”; los entendía a fondo y ellos quedaban casi de inmediato cautivados con él. Pero algo semejante sucedía con los viejos, cosa que se fue acentuando con los años, a medida que él se iba haciendo viejo y se dedicaba cada vez más a acompañarlos, sobre todo en el mundo de las religiosas de Conferre. Sucedía con los jóvenes y los adultos, como si Esteban supiera hablar las lenguas de todas las edades y entenderlas a la perfección.

Esteban sirve a la gente, sobre todo ayudándola a encontrar solución a sus necesidades reales, de cualquier tipo que sean. Para él no hay necesidades espirituales y necesidades materiales, sino necesidades reales de las personas que tiene delante. Si una persona está triste, trata de consolarla; si está confundida, busca con ella caminos que la orienten; si hay hambre –como tantos niños y tantos adultos en los peores momentos de la dictadura–, se las ingenia para mover a muchos, sobre todo señoras, para organizar comedores infantiles, pero se preocupa a la vez de dar formación humana y cristiana a las personas que dan su tiempo y su energía para sacarlos adelante; cuando la cesantía es feroz, promueve la creación de bolsas de trabajo y la organización de pequeñas cooperativas de servicios, además de talleres para que las señoras puedan hacer tejidos para venderlos y así ayudar a mantener la familia.

Pero Esteban no es hombre de grandes empresas sino del encuentro personal. Me conmueve el testimonio de un hombre. Siendo adolescente, su padre llegaba a veces borracho a la casa, a altas horas de la noche, y hacía escándalo. La mamá lo mandaba a buscar al P. Esteban, que vivía muy cerca. Y Esteban se levantaba, a la hora que fuera, iba, y con solo llamar al borracho por su nombre, lo hacía obedecer y acostarse. Otro testigo dice que el P. Esteban no los evangeliza, sino que les inyecta directamente a la vena el Evangelio.

Esteban confía en las capacidades de las personas y, por eso mismo, las despierta. Son muchos los testigos que lo conocieron siendo jóvenes y dan testimonio de cómo los animó a organizarse, a actuar, a desarrollarse personalmente.

Es muy fuerte el impacto que dejó, sobre todo en las señoras, por el profundo respeto que tenía Esteban por cada persona. Por ejemplo, una señora dice: “nunca nos tuteó”. Otro, que lo conoció siendo niño, dice que sentía que, cuando Esteban estaba con él, él, el niño, era para Esteban lo más importante y, en ese momento, no existía nada más; al momento de dar su testimonio lo interpretaba: Esteban veía a Jesús, el Señor, en cada persona.

¡Qué hermoso sería que muchos pastores tratáramos de ser como Esteban, cada uno según sus capacidades y de acuerdo a las personas y lugares en los que le toque servir! Sería bueno para la iglesia, sobre todo para que Jesús y su Evangelio fueran más auténticamente presentados. Y al decir “pastores” incluyo a todos los bautizados, porque todos estamos llamados a ser evangelizadores.

¿Y en las cartas? Siento que todavía estoy muy encima, que necesito mucho más tiempo para decantar la profunda impresión que me ha dejado su lectura. De todos modos, sabiendo que se trata de algo muy provisorio, me atrevo a decir algunas cosas. Son como pinceladas sueltas de un retrato que está recién haciéndose.

El tiempo de su provincialato es muy difícil para Esteban. No porque sea el primer provincial chileno (un error que se repite varias veces en los testimonios de los hermanos SS.CC.), ya que antes de él lo han sido otros tres: Antonio Castro Álvarez (1908-1912), Vicente Monge Vergara, primo hermano del papá del P. Esteban (1913 a 1924), y Carlos Monge Mira, sobrino de Vicente (1939 hasta su muerte en 1942). Lo que se desprende de sus cartas –sobre todo en las que dirige al P. d’Elbée, con quien tiene una confianza ilimitada, de modo que le puede abrir hasta lo más recóndito de su corazón– es que sufre mucho porque siente que “no se la puede”, que no tiene capacidad de mando. Lo mismo, por lo demás, le pasará cuando, inmediatamente después de dejar de ser provincial, le toque ser superior de la comunidad de Santiago, tan grande como difícil; un cargo que va junto con el de rector del colegio de la Alameda. Su nombramiento de mayo de 1947 era por 5 años y en 1952, al cumplirse el tiempo, el General lo nombra por nuevos 5 años. Esteban se derrumba. Le pide al P. d’Elbée una y otra vez que lo libere, porque realmente le parece que no puede con el cargo. Finalmente el General lo tranquiliza, ofreciéndole conversar el asunto cara a cara en el capítulo general que se va a celebrar en setiembre de 1953 en Holanda. De esa conversación durante el capítulo surge el enroque con Manuel Edwards, que hasta ese momento era superior de Santiago y rector del colegio. En alguna carta, Esteban expresa humildemente la humillación que siente al darse cuenta de que fracasa como superior de esa comunidad, así como también le parece que ha fracasado como provincial.

A pesar de todas estas dificultades que debe afrontar, Esteban mantiene una serenidad de fondo envidiable. Una de las fuentes que lo alimentan es la espiritualidad de la infancia espiritual de Teresita de Lisieux, una espiritualidad que ha promovido en la provincia el P. Damián Symon y que Esteban ha hecho suya, al percibir la sintonía que tiene con la espiritualidad del Corazón de Jesús. Y toca que el P. d’Elbée está en esa misma onda, lo que contribuye poderosamente al extraordinario buen entendimiento entre los dos y al apoyo que el General le da en sus momentos de cansancio y debilidad.

Entrando en lo positivo, me ha impresionado mucho descubrir que el deseo de Esteban de servir a los pobres viene de muy antiguo, que no es el fruto de haber sido destinado a la población João Goulart para acompañar a los tres jóvenes sacerdotes. Muchas veces se ha dicho en la provincia que eran ellos los que movían el proyecto y que el provincial con su consejo pensaron que no debían partir solos y le pidieron a Esteban, un hombre de mucho peso espiritual, que fuera con ellos. Sin embargo, siendo provincial, en cartas al General, el P. d’Elbée, Esteban se queja de que nuestra provincia no trabaja con los pobres, que son los preferidos del Señor. Tiempo después le cuenta que cada dos semanas está yendo a un hogar de niños vagos. Reconoce que es una vida dura, que ha tenido que convivir con la suciedad y la comida asquerosa, pero que ha llegado con gran facilidad a esas personas. Termina diciéndole que siente un gran atractivo por esa vida de pobreza y amor, como testimonio del Corazón de Jesús.

Me gustaría añadir que en las cartas a los miembros de su familia Esteban despliega un rasgo juguetón, propio del maravilloso niño que siempre fue. En el viaje a Holanda para el capítulo de 1947 conoce algunos lugares, entre ellos Amsterdam. Ahí visita el famoso Reijksmuseum y se embelesa con los muchos cuadros de Rembrandt que puede contemplar. A su hermano Vicente se los describe con detalle en una carta en la que le incluye un dibujo que firma “Rembrandt Gumucio”:

Ya muy mayor, estando en La Unión cuenta a un familiar que va a salir luego a vacaciones, pero que no tienen ningún plan, porque lo rico de las vacaciones es precisamente no tener ningún plan; por eso, solo el día antes de partir decidirá si sale al norte o al sur. Tiempo después le cuenta que él es el único de los hermanos que está en la casa y que, para que no quede sola cuando se va a la parroquia, le ha pedido a tres jóvenes que pasen ahí el día y se queden también en la noche; dice que les encanta estar donde nadie les dice que son unos flojos y nadie les impide ejercer malas artes culinarias. Añade que les ha enseñado que lo importante de los platos es el nombre. Y pone un ejemplo: una noche hicieron una tortilla de tallarines, llamada Vladinostoc; quedó exquisita y, hasta el momento de escribir la carta, nadie se había enfermado.

Termino aquí, con la aguda sensación de que, con estos pocos pincelazos he podido distorsionar lo que hay de Esteban en sus cartas. Espero que me perdonen. Más adelante, quizá, cuando ya no haya que guardar la confidencialidad del proceso de beatificación, podré comunicar más equilibradamente lo que hay de maravilloso en ellas.